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El material, publicado en DVD, trata los problemas de la comunicación humana al nivel de 19 partes y 17 capítulos: 0. Introducción, 1. Cabeza, cara y cuello, 2. Contacto visual, 3. Postura o cinestesia, 4. Ademanes o gestos. Los brazos y las manos en acción, 5. Piernas y pies, 6. Sincronía interaccional u orientación del cuerpo, 7. Boca, 8. Voz, 9. Pelo, 10. Ropa, adornos y joyería, 11. Proxémica o distancia corporal o distancia física, 12. Olfato y aromas, 13. Piel o nivel áctico o sentido del tacto o comunicación táctil o comunicación háptica, 14. Tiempo y cronénica, 15. Medio ambiente o territorialidad o lugar, 16. Las relaciones sociales y la cortesía en público, en el trabajo y en la intimidad, 17. Las formas de alimentarse como objeto de análisis en la comunicación no verbal, Bibliografía.
[...] Todas las acciones motoras, sensomotoras y psicomotoras se denominan en conjunto lenguaje corporal. El lenguaje corporal es parte de la comunicación no verbal o lenguajes no verbales, vasto campo de investigación y tratamiento en donde aparecen también los símbolos visuales y los símbolos gráficos, que son medios de entendimiento indispensables, en especial en nuestras sociedades globalizadas [...] Las formas humanas de comunicación están relacionadas con la evolución, una evolución de millones de años [...] El lenguaje corporal humano abarca múltiples planos, es antiquísimo, y puede ser tratado de manera popular, de manera artística o poética, de manera científica, de manera religiosa o socioconfesional o sagrada, de manera criminal y victimal o concerniente a la seguridad, etc.... La imagen corporal humana y los variados lenguajes corporales que han existido y que existen en la actualidad en las múltiples culturas, de la misma manera que el llamado “lenguaje corporal humano en situaciones de culturas globalizadas” y la relación verbo-corporal o corpóreo-verbal en el lenguaje humano, se han analizado y se analizan a partir de la comunicación cara a cara entre los humanos y de la comunicación humano-holograma, del análisis de las diferentes variantes comunicativas humanas como son por ejemplo la literatura escrita en cualquiera de sus formas, la pintura, la escultura, el cine, la televisión, las sombras chinescas, el teatro de sombras, etc., y todo esto se realiza partiendo de múltiples enfoques disciplinares. El lenguaje corporal “humano” está atado indisolublemente con el lenguaje verbal “humano”; pero en este sentido todavía hay mucho que investigar al nivel de todas las sociedades y grupos humanos del mundo [...] El lenguaje corporal humano se relaciona con los actos corporales cotidianos, comunes, con las costumbres habituales, que realizan, que tienen, las personas en la vida pública, la vida laboral o especializada y la vida íntima o familiar [...] El lenguaje corporal nace con la misma formación del feto: “El feto puede ver, oír, experimentar, degustar y, de manera primitiva, inclusive aprender” [...]
CAPÍTULO 6. Sincronía interaccional u orientación del cuerpo.
Para hablar de “sincronía interaccional” lo primero que haremos es aclarar lo que aquí deberemos entender por sincronía, que según Wikipedia: “La voz sincronía proviene de la etimología griega syn, ‘con, juntamente, a la vez’, y de la mitología griega, Chronos o Khronos (en griego Χρόνος), ‘tiempo’. En latín Chronus. Se entiende como un término que se refiere a coincidencia en el tiempo o simultaneidad de hechos o fenómenos. Ej. La sincronía entre dos nacimientos. Por lo tanto, tiene los siguientes [...] sinónimos: concordancia, coincidencia, simultaneidad, coexistencia.”
En cuanto a la palabra interacción, se dice también en Wikipedia: “Como norma general, una interacción se refiere a una acción recíproca entre dos o más objetos [...]” Además, aquí exponemos dado nuestro interés la definición de interacción de Poyatos (2003: 69):
[En términos de la “comunicación humana multisensorial”, basada en toda una amplia usabilidad sistémica y codicial en potenciales encuentros sociolingüísticamente pluriculturales, la interacción es] El intercambio consciente o inconsciente de signos comportamentales o no comportamentales, sensibles o inteligibles, del arsenal de sistemas somáticos y extrasomáticos (independiente de que sean actividades o no-actividades) y el resto de los sistemas culturales y ambientales circundantes, ya que todos ellos actúan como componentes emisores de signos (y como posibles generadores de subsiguientes emisiones) que determinan las características peculiares del encuentro.
Partiendo de aquí, podemos decir que la sincronía interaccional u orientación del cuerpo está relacionada tanto con el emisor como con el receptor de la comunicación verbal y la comunicación no verbal de carácter corporal:
[La sincronía interaccional] siempre se encontró presente, ya se tratara de norteamericanos de clase media, de esquimales o de bosquimanos del África. Se produce continuamente cuando se conversa. Aunque puede parecer que el que escucha está sentado perfectamente quieto, el microanálisis revela que el parpadeo de los ojos o las aspiraciones del humo de la pipa están sincronizados con las palabras del que habla. Cuando dos personas conversan, están unidas no sólo por las palabras que intercambian, sino por este mismo ritmo compartido. Es como si fueran llevadas por una misma corriente. Algunas veces, aun durante intervalos de silencio, dos personas se mueven simultáneamente, porque en apariencia reaccionan ante claves visuales en ausencia de otras verbales.
“El solo hecho de ver que alguien exprese una emoción puede provocar ese estado de ánimo [intercambio emocional], tanto si uno se da cuenta o no de que imita la expresión facial. Esto nos ocurre constantemente, hay una danza, una sincronía, una transmisión de emociones. Esta sincronía del estado de ánimo determina que uno sienta que una interacción salió bien o no”. [ ] [...] El grado de compenetración emocional que las personas sienten en un encuentro queda reflejado por la exactitud con que se combinan sus movimientos físicos mientras hablan, un indicador de cercanía del que típicamente no se tiene conciencia. Una persona asiente con la cabeza cuando otra hace una observación, o ambas se mueven en su silla al mismo tiempo, o una se echa hacia delante mientras la otra se mueve hacia atrás. La combinación puede ser sutil hasta el punto de que ambas personas se balanceen en sus sillas giratorias al mismo ritmo. Como descubrió Daniel Stern al observar la sincronía entre madres con sintonía y sus hijos, la misma reciprocidad une los movimientos de las personas que experimentan compenetración emocional.
Esta sincronía parece facilitar el envío y recepción de estados de ánimo, incluso si estos son negativos [...] En resumen, tanto si la persona se siente abatida como optimista, cuanto más físicamente sintonizado es un encuentro, más similares terminarán siendo sus estados de ánimo [...] En resumen, la coordinación de los estados de ánimo es la esencia de la compenetración, la versión adulta de la sintonía que una madre experimenta con su hijo.
[En cuanto al lenguaje corporal de la intimidad] la persona que tiene la mayor fuerza expresiva –o el mayor poder– es típicamente aquella persona cuyas emociones influyen en la otra. Los miembros dominantes de la pareja hablan más, mientras el subordinado observa más el rostro del otro, lo cual supone una disposición para la transmisión del afecto.
[Esto también se cumple para los discursos especializados:] De la misma forma, la fuerza de un buen orador –un político o un evangelista, digamos– actúa para influir en la emoción del público. A eso nos referimos cuando decimos: “Se lo metió en el bolsillo”. La influencia emocional es el núcleo de la influencia.
Algunos autores relacionan la sincronía interaccional con el rapport –armonía o concordancia– y el pacing –eco postural:
Todo el mundo puede reconocer a dos enamorados que se sientan muy juntos en un restaurante, y advertir que se miran al fondo de los ojos, con las cabezas inclinadas hacia el mismo lado. Cuando uno levanta el vaso, el otro hace lo mismo, con el mismo tipo de movimiento. Se están reflejando el uno en el otro, y no sólo con el lenguaje corporal. Hablan de la misma forma, con el mismo tono suave, a igual velocidad, con igual vocabulario y las mismas frases. Incluso respiran al mismo ritmo. Viven en una dinámica de “Pacing” y están en una misma situación de “Rapport”.
El “Rapport” está presente cuando dos personas comparten un sentimiento mutuo de afinidad, bienestar y seguridad [...] Este “Rapport” (resonancia) [armonía, afinidad, concordancia] se produce entre las personas cuando trabajan y viven en una relación abierta, confiada y satisfecha.
La situación de “Rapport” se basa en el agradecimiento y el respeto mutuos. Se da una situación de “Rapport” cuando uno es capaz de manifestar su propia unicidad a otra persona con lo que dice y con su lenguaje corporal [...]
Es evidente que si pone el acento en las diferencias, será materialmente imposible establecer una situación de “Rapport”. Concentrarse en las semejanzas le ayudará a superar las resistencias, la rivalidad, la desconfianza, la indecisión, el miedo, la ira, etc. [...]
Las personas inmersas en una situación de “Rapport” establecen inconscientemente una dinámica de Pacing entre ellas.
La técnica de Pacing es el mejor instrumento para llegar a una situación de “Rapport”.
En la práctica, el Pacing consiste en poner un espejo delante, de forma que la otra persona vea en sus actos y en sus palabras un reflejo de sus propios actos y palabras, es decir, que la otra persona vea en usted lo que su conocimiento y experiencia le presentan como justo, real y auténtico.
Con el Pacing se trata, pues, de penetrar en la idea del mundo que se hacen los demás; conocerlos en su propio terreno reproduciendo su lenguaje corporal, su voz, su vocabulario y su estado de ánimo, de tal manera que se sientan cómodos y a gusto con usted.
Pacing, por supuesto, significa mostrar a los demás los aspectos de uno mismo que más se parecen a los de ellos [...]
La dinámica del Pacing se establece de un modo bastante inconsciente entre los amigos, y también cuando la gente simpatiza, es decir, cuando hay una situación de “Rapport” [...]
Puede establecerse Pacing con otras personas de varias maneras:
-
Lenguaje corporal [...]
-
Manera de hablar [...]
- Sentimientos o estados de ánimo ....
La sincronía interaccional se da en el encuentro entre personas, es decir, una reunión de dos o más personas que entran en “interacción comunicativa” en un determinado campo deíctico y en donde se supone que habrá una relación interaccional y, posiblemente, una sincronía interaccional. Todos los encuentros sociales presentan sus dificultades, sus requisitos o exigencias (López, 1998: 152-169), partiendo de que la comunicación verbo-corporal humana, en cualquier cultura, se fundamenta en la actuación discursiva y en la sobreactuación discursiva. El concepto de actuación en cuestiones de comunicación y discurso queda más claro, es decir la actuación discursiva se refiere a la comunicación “normal”, “habitual”, “fluida”, “relajada”, “según las reglas comunicativas entre emisores y receptores en contexto”, “según los criterios de pertinencia y buen gusto de los grupos sociolingüísticos”, sin “sobreactuación” –salvo los “exclusivos” matices verbo-corporales “circunstanciales” que exige el discurso por muy variadas causas y motivos; algo así como que, utilizando los dichos populares mexicanos, en un discurso verbo-corporal tiene que haber palabras y gestos de todo tipo: “de chile, de mole y de dulce...”; pero, cuidado aquí, “ni tanto que queme al santo, ni tan poco que no lo alumbre”–, que se produce según los contextos discursivos, que, de manera muy general, se refieren a la esfera pública, a la esfera especializada o laboral y a la esfera íntima o familiar (Ruano, 1986), incluyendo aquí las grandes y complejas clasificaciones geolectales, sociolectales, idiolectales, estilísticas, etc. Así como el actor, o actriz, actúa en sus “variadas escenas teatrales”, según el tipo de “intervención”, según las exigencias de las diferentes plásticas performativas, y tratando por todos los medios de quedar lo mejor posible ante su público, según los diferentes contextos teatrales, también el usuario habitual del lenguaje verbo-corporal, en la cultura que sea, tiene que hacer sus reajustes discursivos según los contextos, según los papeles o roles que tiene que desempeñar ante su “público particular” y las relaciones que se establecen, a fuerza, en las interacciones discursivas, en donde también el usuario común de los lenguajes verbo-corporales tiene que emplear sus recursos plástico-performativos para intentar quedar airoso, quedar lo mejor posible, en sus actuaciones discursivas. Y quedar bien, y caer bien, por supuesto que no es fácil, como publicitariamente argumentan algunos autores (Bootham, 2001). Para quedar bien y caer bien en cuestiones de comunicación humana en los discursos nuestros de cada día en la vida pública, en la vida laboral o especializada y en la vida íntima o familiar hay que tener conocimientos de muchas más cosas que el lenguaje verbal, hay que saber hacer muchas más cosas que mover el cuerpo, hay que dominar el arte de los protocolos y las etiquetas, y en situaciones de globalización discursiva esto va todavía más allá: aquí, en este tipo de comunicación verbo-corporal globalizada, es decir en este tipo de comunicación verbal y de comunicación no verbal tan disímil y polifacética, hay que conocer –o por lo menos saber que existen– toda una serie de “vericuetos culturales” y “toques de variabilidad carismática”, llamados generalmente realias, culturemas, “puntos ricos o rich points”, etc. (Ruano, 2002b), que nos brindan todo un arsenal multisensorial de estrategias emisoras-receptoras de comunicación que nos ubican en la posición de los verdaderos y reales controladores de los discursos, precisamente por el conocimiento que llegamos a tener de las más versátiles situaciones discursivas de la cultura que sea, en el idioma que sea, en el dialecto que sea, en la clase social que sea... Recordemos que los signos, los signos que sean, verbales o no verbales, están ahí, en el ambiente discursivo, en la interacción discursiva, pero que sólo “se actúan”, “toman vida”, “se prenden”, “saltan comunicativamente”..., cuando los usuarios que intervienen en el discurso manejan “el mismo código” discursivo para esa secuencia oracional verbo-corporal o verbal-no verbal y para ese contexto discursivo en concreto, que está rodeado de toda una serie de “situaciones contextuales”, o lo que es lo mismo que dos o más personas entren en interacción discursiva verbo-corporal, o verbal, o corporal, o verbal-no verbal, o no verbal, etc., durante un tiempo determinado en un lugar concreto con entorno especificable, etc. (Dittmar, 1971). Justamente en el conocimiento y la práctica de los variados protocolos y etiquetas según los contextos discursivos verbo-corporales está el quid del triunfo social, justamente ahí radica el arte de quedar bien y de caer bien. En este sentido, recordemos: ¿qué hace una persona común todos los días? Se levanta e interactúa con su familia, con sus hijos, los prepara para desayunar e ir a la escuela, ahí habla y gesticula “familiarmente” con los componentes del núcleo familiar; luego sale a la calle, lleva a sus hijos a la escuela, ahí habla con los profesores de la escuela, sigue camino a su trabajo, va por la calle, toma el bus, el metro, el tren, el coche, el taxi, y ahí emplea un lenguaje verbo-corporal “público”, con palabras y gestos de saludo, con frases que contienen mensajes de “buenas”, “hola”, “permiso”, “disculpas”, “por favor”, “permítame”, etc., y luego llega a su trabajo, en donde también saludará según los protocolos de salutación de las diferentes áreas, países y esferas socioculturales, pero aquí interactuará con personas “profesionales”, “técnicos”, con subordinados y superiores, y todos ellos emplean lo que se llama “lenguaje profesional”, “lenguaje especializado”, “lenguaje técnico”, que se caracteriza por ciertos comportamiento “profesionales” tanto en el aspecto del lenguaje corporal como en el aspecto del lenguaje verbal. En este caso del lenguaje verbal en el plano especializado o profesional o técnico, las “palabras comunes” son sustituidas con mucha frecuencia por los “términos”, e inclusive la palabra común puede adoptar aquí una significación no común, no habitual, sino una significación especializada (Ruano, 1989; Chernávina y Ruano, 1987a; Chernávina y Ruano, 1987b).
Creemos conveniente abundar un poco en torno a la sobreactuación discursiva. La sobreactuación discursiva se presenta en contextos sociolingüísticos en donde aparecen, de entrada, “protocolos en conflicto”, en donde existen “limitaciones” en el uso de los lenguajes, limitaciones con, por ejemplo, el lenguaje verbal fonéticamente articulado, el fondo léxico pertinente, las destrezas sintácticas y estilísticas, las variantes de analfabetismo, etc. –recuérdese aquí, por sólo poner un ejemplo, el rostro de un niño que desea comunicar algo pero que no lo puede hacer con palabras: ¿cómo son sus gestos?, ¿cómo es su expresión facial?, ¿qué caras pone?, ¿cómo mueve sus hombros, brazos y manos?–, y también cuando aparece cualquiera de los cuatro tipos de manipulación (Ruano, 2003a), y por ello el cuerpo, los gestos, las muecas, el lenguaje corporal, la expresión facial, junto a ruidos y sonidos, desempeñan un papel primordial en la comunicación, como sucede, verbi gratia, en el cine mudo o cine silente, en el teatro, en las comedias, en el circo, en las carpas, en el lenguaje de signos o lenguaje de sordo-mudos, etc. Pero inclusive en los inicios del cine mudo muchos directores de películas recriminaban la sobreactuación de los actores que provenían del teatro, la sobreactuación que se producía en el teatro para que los espectadores, que estaban alejados de los actores, pudieran ver y entender los diferentes actos que se producían ahí, la sobreactuación que estaba bien para el teatro, pero que ya para el cine no era conveniente por verse artificial y desajustada. Imaginemos entonces en la actualidad, en el cine sonoro y en la comunicación que se produce en la vida “normal” y “civilizada”. Si los usuarios de los lenguajes, cualquiera que sean éstos lenguajes, tuvieran una idea, aunque sólo fuera somera, del significado social y del significado psicológico de la sobreactuación en la comunicación habitual humana, de las cargas negativas, degradantes e involucionantes que tiene la sobreactuación en la comunicación humana actual entre adultos normales, de lo evidente que es con la sobreactuación la falsificación del buen gusto discursivo y el atentado a la espontaneidad expresiva, y concretamente al nivel de las lenguas civilizadas, al nivel de los grupos sociales civilizados e instruidos “de verdad”, por supuesto que no la emplearían (Ruano, 1994):
Desde hace relativamente poco tiempo viene utilizándose en los medios el término «sobreactuación» para designar la conducta de aquellos personajes públicos a quienes se les nota en sus comparecencias una cierta intención de subrayar «el divino papel que representan» [...] El término sobreactuación no es un neologismo. Sobreactuar es un concepto crítico, utilizado en el teatro, con el significado, dicho de un actor, de «exagerar» las líneas de su papel. Aunque el DRAE no lo diga, habría también que considerar como sobreactuación (negativa) a la conducta «demasiado natural» que muchos actores practican en nombre del realismo [...] Al atribuir sobreactuación a algún personaje ya no nos referiremos solamente a supuestas intenciones suyas, sino a alguna afectación o envaramiento, casi automático, que es objetivamente constatable [...] Existen distintos tipos de sobreactuación, que podríamos denominar, en una taxonomía, mediante letras: A, B, C... X, Y, Z. Por ejemplo, las sobreactuaciones del tipo X podrían designar las sobreactuaciones negativas. El tipo de sobreactuación Z podría ser propio del político que, a fin de dar la impresión de tranquilidad y optimismo, mantiene permanentemente su sonrisa, y no ya necesariamente de modo intencionado, sino acaso como un tic [...] La sonrisa de sobreactuación Z pudiera alinearse con la sonrisa de sobreactuación de Ignacio, del que nos habla Catulo en su conocido epigrama:
«Ignacio, como tiene los dientes blancos, ríe a todas horas. Si está junto al banquillo de los acusados mientras el abogado excita el llanto, él ríe. Si la gente gime junto a la pira fúnebre de un buen hijo, mientras la madre desamparada llora a su hijo único, él ríe. Pase lo que pase, donde quiera que esté, cualquier cosa que haga, ríe... No quisiera que estuvieras riéndote continuamente, pues nada hay más necio que una necia risa... Pero en tierra celtíbera, con lo que cada uno meó, suele fregarse por la mañana los dientes y las encías hasta enrojecerlas. De modo que cuanto más brillante está esa dentadura tuya más meados proclama que has bebido.»
En la sincronía interaccional la percepción desempeña un papel relevante. Cuando vamos a trabajar científicamente a la percepción y a los procesos perceptuales, enseguida recordamos el dicho popular de “son muchos los caminos que conducen a Roma”, tomando en cuenta las múltiples y variadas investigaciones que al respecto se han realizado y se siguen realizando y los criterios de cada una de las instituciones, escuelas y autores (Tudela y Luna, 2006; Goldstein, 2006). ¿Qué es percepción y cómo se producen los procesos perceptuales?:
[Percepción es] los instrumentos para medir y registrar las creencias colectivas [...] Desde la antigüedad se vincula a la percepción con el registro sensible que hacemos del mundo que nos rodea [recordemos aquí que hay países que tienen “muchos mundos”, mundos visibles y perceptuales y mundos “secretos”, “tabuizados”, invisibles, y por lo tanto imperceptuales, para la inmensa mayoría de los componentes del grupo social contextual, en todos los sentidos, y sobre todo allí en donde reina la incultura, el atraso, el tercermundismo y el cuartomundismo, allí en donde reina la ignorancia, el analfabetismo, el fanatismo, los sistemas represores y dictatoriales. Dentro de estos países grandes, complejos, con muchos “mundos secretos”, podemos mencionar a China, Rusia, México, Brasil, Estados Unidos, España, India y a comunidades como “la Comunidad Europea”, “los musulmanes”, “los judíos”, “los cristianos”, “los francmasones”, “los cruzados”, “los vuduistas”, “los santeros”, “los brujos y brujas”, “los ñáñigos”, “los hinduistas”, “los budistas”..., y aquí todo aparece, todo se mezcla: razas, idiomas, dialectos, políticas, economías, religiones, culturas, folclores, clases sociales, tradiciones, protocolos, etiquetas, tabúes, secretos, mitos, mitoides, gastronomías, anhelos, frustraciones, temores... (Ruano, 2003e)]. Es nuestro olfato, nuestro tacto, la vista, el oído, el gusto, el conjunto de la información que nos trasmiten nuestros sentidos lo que nos lleva a percibir el mundo de tal o cual forma. Pero el asunto se complica, pues si la percepción fuera la simple adición o suma de la información externa que llega a los seres humanos y todos tuviéramos el mismo rango de registro, sería una cuestión bastante aburrida [tipo robots]. No es así. Por fortuna para el arte, para la creación y para la libertad humana, nuestros sentidos trabajan con enormes diferencias [consúltese aquí la función de los 9 tipos de inteligencia en la comunicación humana, en el comportamiento verbo-corporal, en la sincronía interaccional]. ¿Cómo escucharían el mundo los genios–monstruos de Mozart o Beethoven? ¿Cómo se miraría desde los ojos de Picasso [y de Frida Kahlo...]? ¿Con qué parte del cuerpo pensaría Víctor Hugo [o Nezahualcóyotl, “El Rey Poeta”; o el rey Alfonso X, “El Sabio”; o Hitler, o Mussolini, o Franco, o Pinochet...]? [¿Cómo se produce y se concibe el movimiento corporal, los actos corporales, y se trata, se percibe y se interpreta el espacio discursivo en artistas de la talla de Isadora Duncan, Josephine Baker, Alicia Alonso, Maya Plisétskaya, Rudolf Nureyev, Mijaíl Baríshnikov..., en deportistas, en atletas, en nadadores, etc., como el corredor Alberto Juantorena Danger y el nadador Michael Phelps?] Nunca lo sabremos bien a bien, pero podemos imaginar por sus expresiones creativas [tanto en el buen sentido como en el mal sentido de la palabra “creativo”]. Allí está un primer detalle. Hay otra cuestión que complica aún más la historia.
La fábrica interna en la que cada quien procesa la información es muy diferente, porque hemos sido troquelados en nuestro mundo emocional también en diferentes talleres [como se dice en México: “según te haya ido en la feria”, y aquí me refiero tanto al aspecto genético-biológico como al aspecto social, al aspecto económico y al aspecto alimenticio-nutritivo que ha afectado positiva o negativamente la formación del cerebro]. Nuestros padres, hermanos, amigos, el entorno [las sociedades, las áreas urbanas o desarrolladas y las áreas rurales o atrasadas, los gobiernos, el aparato jurídico-administrativo, el aparato represivo, la censura, la libertad de expresión, las guerras, la violación a los derechos humanos, el racismo o apartheid, la misoginia, la homofobia; las instituciones educativas y las empresas y sus directivos, programas y leyes; los protocolos, la tradición, el folclor, los tabúes; la programación docente-educativa e informativo-noticiosa que aparece en los centros educativos, en las bibliotecas y los centros de información, en los medios masivos de comunicación, el cine, la televisión, la radio, Internet; la belleza o la fealdad; el físico atractivo y el físico repulsivo; los defectos físicos, el ser sano o enfermizo, ¿apto o inepto?, ¿capacitado o incapacitado?, ¿califica o no califica?; el carisma, el glamour, ser aceptado o ser rechazado o no ser tomado en cuenta; ser agradable o no ser agradable; la dicotomía o dualidad vida-muerte y sus muy variados conceptos, según las particularidades sociales y culturales del grupo en el que estamos insertados; el tener “status” o el no tenerlo, el desempeñar roles importantes o el no desempeñarlos; el o los noviazgos y el o los matrimonios; las particularidades de los órganos genitales: pene y vulva, y su estado y apariencia, los hábitos y las estrategias afectivo-sexuales, la capacidad y habilidad para reaccionar orgásmicamente ante el estímulo del Punto G –recordemos que hay Punto G Femenino y Punto G Masculino –etc.], dejan huellas en el laberinto de nuestras emociones [en algunos casos huellas terribles que marcan para toda la vida nuestra conducta social y nuestra conducta sicológica, “nuestras percepciones” del mundo o los mundos que nos rodean y el “cómo somos percibidos” por el mundo o los mundos que nos rodean]. Pero con todo y las diferencias en los registros y la forma de procesar la información, a pesar de las diferencias, la necia idea de la percepción sobrevive. Hoy, gracias a la estadística, podemos indagar un poco más en los interiores de millones de personas, lo cual puede ayudar a la comprensión y entendimiento de la humanidad. El frío porcentaje, el anonimato, ayudan a ampliar el conocimiento que tenemos de los humanos. Será al revés de nuestra vida cotidiana, no tendremos el nombre y el apellido, pero sí la irrefutable cifra.
Así, por ejemplo, sabemos qué porcentaje de la población cree en algún tipo de vida después de la muerte. También sabemos cuántos son ateos, cuántos creen en Dios [o más bien en diferentes dioses y diosas, con figuras y conductas diferentes, dentro de una misma religión, como el Catolicismo o el Judaísmo o el Islam, por ejemplo, y al nivel también de las religiones del mundo (Ruano, 2003e); o también “diz que creen en Dios”, o en un dios o diosa...]; qué por ciento de la población mundial considera que la producción de China, que el famoso “made in China”, está relacionado directamente con lo mal hecho, con cosas “chafas”, con productos tóxicos...; qué por ciento de la población mundial considera que George Bush es un asesino demente; qué por ciento de la población de un país cree que su gobierno y su jefe de gobierno tienen un sistema dictatorial o represivo; qué por ciento de la población de un país cree que su presidente y la esposa de éste son unos vulgares ladrones, etc. Cómo llega cada quien a sus conclusiones, es un galimatías, un asunto que puede resolver mejor la literatura. Por lo pronto está el retrato de las distintas percepciones que hay del mundo. Otro ejemplo: existen varios millones de estadounidenses que creen en la vida extraterrestre y en los ovnis por supuesto. De allí que una buena parte afirme haber tenido contactos o encuentros. También en Inglaterra hay muchos que viven aceptando la existencia de fantasmas. Así que, en pleno siglo XXI y cuando hablamos de la aldea global y de la homologación forzosa, la chapucera de la percepción nos juega una buena pasada hay dioses, es decir “poderosos inmortales”, que creen que pueden hacer en tres días lo que los hombres han hecho en cuarenta y seis años, como sucedió con Jesús: “Destruid este templo y en tres días lo levantaré.” Los judíos contestaron: “¿En cuarenta y seis años ha sido construido este templo y tú lo vas a levantar en tres días?” (Juan, Capítulo 2, Versículos 19 y 20), y hay hombres, “frágiles mortales”, que creen poder superar a los dioses, “a lo Mandrake el mago”, en la solución de lo imposible, como sucedió con el expresidente de México Vicente Fox que creyó poder resolver el conflicto chiapaneco, es decir lo relacionado con el Ejército Zapatista de Liberación Nacional, EZLN, en nada más y nada menos que “15 minutos”, y esto fue en el año 2000, cuando el EZLN llevaba ya 6 años de constituido formalmente, actuando, y a la luz pública. Como todos sabemos, o por lo menos yo lo sé, no sé usted, ni el famoso segundo templo de los judíos se construyó en 46 años, sino en 1 año y seis meses en el año 18 o año 21 bajo el reinado de Herodes el Grande, ni el mortal de Vicente Fox pudo hacer nada que valiera la pena, ya no digamos en 15 minutos, sino en los 6 años que duró su mandato.
Percepción. Conciencia inicial de una actividad sensorial; proceso que trae la noticia y la interpretación de estímulos o sucesos circundantes. La percepción difiere de la sensación en que esta designa un proceso más pasivo que dispara receptores sensoriales, en tanto que la percepción selecciona de una manera activa y da sentido a un material que procede del mundo inmediato total.
La percepción también se distingue de la atención. Este último término caracteriza un estado de lucidez o de reforzada sensibilidad que va más allá de la base perceptiva general. La percepción suministra un fundamento a la información –ya seleccionada después de la sensación–, que sustenta y dirige un posterior control. En el fenómeno de la percepción, el modo en que se entienda cualquier configuración dependerá en gran medida de la experiencia, la memoria y el conocimiento previos. Es, pues, una ultrasimplificación concebir la percepción como el proceso a través del cual nuestros sentidos nos proporcionan información sobre el mundo. El proceso mismo no es tan sencillo.
La búsqueda filosófica de alguna definición de realidad objetiva invoca continuamente la base de nuestro conocimiento, o evidencia, del mundo: las percepciones varían enormemente entre los diferentes individuos y las diferentes culturas, quizá como resultado de las diferencias de una interpretación en comparación con otra. Una conclusión a la que se ha llegado es la de que todo conocimiento es esencialmente incierto o hasta ilusorio porque todas las respuestas se basan en evidencias diversas que proceden de sentidos variados impuestos por los límites de los distintos lenguajes. Inevitablemente, semejante discusión lleva a evaluar el sentido, la estructura, la imagen, el signo y el símbolo, y llega a constituir un foco central del análisis de la comunicación.
Las teorías y las investigaciones psicológicas que utilizan el análisis de laboratorio y el análisis intercultural se han interesado en gran parte por las diferencias individuales de la percepción. Por ejemplo, los teóricos conductistas y neoconductistas han señalado la importancia de los procesos de aprendizaje para la formación de las percepciones: las diferentes interpretaciones puede atribuirse a las diferencias en los contextos culturales del perceptor. Una indagación perceptiva detallada incluye el estudio de las ilusiones visuales y los estímulos ambiguos (O’ Sullivan y otros, 1995: 262-263).
Los problemas relacionados con la percepción, tanto de nosotros mismos como de “los” demás y de “lo” demás, se hacen más complejos debido a que, como sabemos, no siempre los cinco sentidos –gracias a los cuales obtenemos la información del mundo que nos rodea– funcionan correctamente en todas las personas y, peor aún, debido a los grandes problemas que enfrenta el medio ambiente al nivel global, sabemos que en muchos lugares, que en muchos países, algunos sentidos como el olfato, el oído, el gusto, están afectados, y muchas veces seriamente afectados. Los problemas de disminución sensorial son cada vez mayores en todo el mundo, incluyendo aquí, por supuesto, los factores relacionados con la mala alimentación y los trastornos alimenticios, la bulimia, la anorexia, el raquitismo, la ortorexia, etc. Con cierta facilidad podemos conocer el funcionamiento normal de nuestra capacidad sensorial (Gilling y Brighweell, 1982). Pero por si esto fuera poco, tenemos que recordar a la percepción subliminal, que se relaciona con ciertos procesos perceptivos que se salen totalmente de nuestro control. ¿Por qué sucede que a veces nuestra percepción se distorsiona inexplicablemente? Aquí lo que sucede es que nuestro cuerpo también procesa información subliminal, una información que desconocemos “conscientemente”; pero que al ser procesada y decodificada por nuestro cuerpo afecta, y a veces mucho, nuestra conducta en relación con las demás personas y objetos perceptuados. Este asunto hace mucho que ha sido tratado (Kramer, 1974). Perceptuar es un complejo proceso biológico-social, porque aquí intervienen muchos factores corporales y también muchos factores sociales. Tanto el perceptuante como el perceptuado o lo perceptuado entran en el llamado contexto protocolar de la percepción o contexto del protocolo de la percepción, en donde la dicotomía percepción de lo correcto/ percepción de lo incorrecto, las preferencias, las expectativas circunstanciales que tengamos en el mismo momento en que se produce el proceso de percepción, la memoria histórica y el fondo informativo –lo que se nos ha dicho acerca de lo que vamos a percibir– son la misma base o punto de partida de la percepción, lo que, finalmente, arrojará la valoración final de lo percibido. ¡Hasta el conocimiento previo del género o el sexo de una persona influye en nuestras percepciones: masculino, femenino, neutro...! (Naylor y otros, 1980). ¿Se imaginan ustedes cómo funciona la percepción en áreas tan culturalmente, étnicamente, lingüísticamente, protocolarmente, religiosamente, gastronómicamente, etc., variadas como el Mediterráneo, con interacción comunicativa de personas de Europa, Asia, África...? Lo mismo sucede en países tan pluriculturales como México, Brasil, Rusia, China, India, Pakistán, España, Estados Unidos, Canadá, Gran Bretaña, Francia, etc. ¿Hemos olvidado hasta dónde llegaron las fatídicas “batallas percepcionales” y a lo que condujeron en países como la ex República Federal Socialista de Yugoslavia –integrada por 6 provincias: Serbia, Croacia, Bosnia-Herzegovina, Montenegro, Eslovenia y Macedonia–, con unos 21 millones de habitantes, con varios idiomas de uso: macedonio, serbocroata, esloveno, albanés..., con un 60 % de ortodoxos, un 30 % de católicos y un 10 % musulmán...? ¿Y hacia dónde va el Pakistán musulmán sunní –mayoritarios, de Sunna o dichos y hechos de Mahoma– y chiita –minoritarios, partido o facción de Alí, primo y yerno de Mahoma– de hoy, con 165 millones de habitantes “en conflicto”? ¿Y qué está pasando hoy, en el México actual, con una diversidad religiosa tan fuerte, contrastante, en constante competencia, en conflicto (Torre y Gutiérrez, 2007), y en donde las ofensas religiosas, inclusive provenientes de los altos jerarcas y líderes religiosos, hacia otras religiones están a la orden del día: “Se necesita ‘no tener madre’ para ser protestante”, dijo, por ejemplo, alguna vez un cardenal mexicano? Cómo olvidar que siempre vamos a percibir cualquier información, cualquier comunicación, como buena o mala en dependencia de lo que nosotros consideramos como favorable o desfavorable, como positivo o negativo, como pacífico o agresivo, en nuestros contextos comunicativos variados de cada día y bajo las influencias de nuestras diversas educaciones e instrucciones y nuestras herencias culturales, contextos comunicativos que son, a saber: 1. la vida pública, 2. la vida laboral o especializada y 3. la vida íntima o familiar. Si los procesos perceptivos que se producen entre individuos cultivados y decisores de la vida de la Humanidad y del planeta son un verdadero desastre en una buena mayoría de casos, imaginemos entonces cómo se producirán los procesos perceptivos en culturas y entre individuos que se desenvuelven en situaciones de tercermundismo, cuartomundismo, fanatismo, barbarie y presocialidad (Ruano, 2002a; Ruano, 2003g; Ruano2004c; Ruano, 2006c; Ruano, 2007b). En mis más de 30 años que llevo ejerciendo la docencia he investigado y vivido en carne propia cómo se producen los resultados de la percepción docente-educativa, en cuanto a profesores y alumnos, tanto al nivel de la percepción de los educandos hacia los profesores y de los profesores hacia los educandos como al nivel de la percepción de los directivos hacia los profesores y alumnos y de los alumnos y profesores hacia los directivos, en países culturalmente atrasados y en países culturalmente avanzados, en centros educativos comprometidos con el desarrollo de la ciencia y la técnica mundial, reconocidos internacionalmente, y con “centros educativos patitos” –en México “patito” significa ‘de mala calidad’, ‘satélite’, ‘irregular’, ‘ilegal’, ‘pirata’, ‘fraudulento’...–. ¿Qué he visto aquí? ¡De todo, como en botica! Pero, desgraciadamente, en este “de todo” ha prevalecido la injusticia y la ignorancia (Ruano y Makoviétsky, 1984; Ruano, 2000). Otro campo que me ha ayudado mucho a entender los problemas de la percepción selectiva ha sido el relacionado con la criminología, la victimología y la terrorismología. En los años en que trabajé como sociolingüista, intérprete y traductor, específicamente con los doctores Anisín y Danilóvich, pude comprobar por propia experiencia en la observación y tratamiento de testigos cómo un mismo hecho delictivo puede ser percepcionado de diferentes formas por personas de una misma comunidad, con la misma formación cultural, con edad aproximada, del mismo sexo, etc. Los resultados percepcionales en algunos casos dejaban atónitos a los criminólogos, victimólogos y terrorismólogos de diferentes países e instituciones (Danilóvich, 1988; Lofthus, 1979; Carr, 2002; Burleigh, 2008). Claro está que la corrupción, la doble moralidad, los falsos valores sociales y religiosos, las mentiras masificadas e institucionalizadas (Paz, 1943; Ruano y Rendón, 2006; Sefchovich, 2008), la anarquía, la anomia, la segregación, la discriminación –ya sea positiva (?) o negativa (?), según los diferentes contextos socio-culturales y “según convenga”– y el racismo, tan comunes en la inmensa mayoría de las regiones del Planeta, afectan a los procesos comunicativos generales, y por ende a los procesos perceptuales, a la percepción, inclusive de actos tan deshonestos y aborrecidos mundialmente como la pederastia (Ruano, 2003e; Ruano, 2005b; Ruano 2003a; Ruano, 2002a). Y todo esto independientemente de la más que conocida existencia de grupos humanos y de individuos en particular que aunque son más que reconocidos como elementos tóxicos a los efectos sociales, en algunos casos altamente tóxicos, por las muy variadas razones más que conocidas, son “intocables” (Santoro, 1996; Zepeda, 2008; http://experiencia.indigobrainmedia.com/web/reporte/edicion108/#1/1 ), por lo menos dentro de ciertos grupos humanos, aunque en el mundo civilizado, generalmente el “mundo extranjero”, “el otro mundo”, en “los otros lugares”, ahí sí se les percepciona y se les valora a partir de sus reales y concretas imágenes públicas, de sus reales y verdaderas imágenes sociales. Obviamente, en estos casos de situaciones socializantes negativas y tóxicas, de contextos sociales desajustados en esta nueva situación de globalización (?) y civilidad (?), no creo que sea necesario realizar análisis psicolingüísticos, sociolingüísticos, imagológicos o sensoriales de la percepción y su presencia decisiva en los procesos comunicativos humanos, sino que es muy necesario crear, y urgentemente, para estos “pueblos desajustados con conductas erráticas”, verdaderos programas de educación, de instrucción, crear buenos programas actualizados de conducta cívica, de valores y de derechos humanos. No dudo que también sea bueno crear en estos “pueblos con torpezas percepcionales y comunicativas” programas masificados contra la “ceguera social” y “las mentiras masificadas”. ¿Cómo es posible que no se reaccione de manera tajante y crítica ante actos tan deshonestos e inmorales? ¿Hacia dónde van estos pueblos que, por decirlo de alguna manera, tienen este tipo de “incapacidad sensorial” para percibir conductas tan aberradas, desfachatadas y humillantes? (Ruano, 2004c; Ruano, 1992b).
La educación, la instrucción, la civilización, la libertad de expresión verbo-corporal y el adecuado funcionamiento de las 9 inteligencias humanas desempeñan un papel trascendental en los enfoques perceptuales, en los cambios perceptuales, en la evolución perceptual (Ruano, 2004c). Cada grupo humano, cada sociedad, cada esfera sociocultural, cada estrato y cada individuo en particular filtra “una realidad”, “las realidades del mundo globalizado”, “las realidades de la postmodernidad”, “las realidades de la hipermodernidad”, procesa “una realidad”, “las realidades de ‘su’ mundo globalizado”, en dependencia de muchos factores; pero principalmente en dependencia de su ubicación, de su relación, en el contexto de esas realidades y a partir de factores culturales, fisiológicos, psíquicos y económicos concretos. Todo es perceptible, y por ende todo se percibe. Se perciben los objetos animados y los objetos inanimados; se perciben las personas, las instituciones, las organizaciones, los procesos, los fenómenos, los medios masivos de comunicación, los portales y las páginas de Internet, los centros de educación y de instrucción, los protocolos y las etiquetas, los ejércitos, las guerras, las invasiones...; se perciben los espacios grandes y los espacios pequeños, los continentes, los países, las etnias, los grupos humanos...; se percibe la fealdad y la belleza; se percibe a los recogedores de la basura, a los limpiabotas o boleros, a los marginados, a los niños de la calle, a los pobres; pero también se percibe a los ejecutivos, a los directivos, a los empresarios, a los jefes de estado y de gobierno, a los curas, a los papas, a los líderes religiosos del mundo, a los reyes, a los emperadores, a los ricos; se percibe a los buenos y a los malos, a las víctimas y a los criminales, a las cosas buenas y a las cosas malas, a los actos buenos y a los actos malos; se percibe la violencia, la censura, la dictadura, la hegemonía..., ¡y hasta se percibe a los dioses y a las diosas! Recordemos que todas las conductas comunicativas de los seres humanos están representadas y condicionadas por las actitudes, es decir las “posturas del cuerpo humano, especialmente cuando son determinadas por los movimientos del ánimo, o expresan algo con eficacia”, y que todo esto es un sólido e importantísimo fundamento del complejo proceso de la percepción. Por eso, también se tienen que percibir cuidadosamente los momentos adecuados y oportunos, las circunstancias, los contextos, para realizar una intervención comunicativa verbo-corporal, considerando siempre “el lenguaje verbal y el lenguaje corporal apropiados”, “el idioma adecuado”, sobre todo en situaciones de conflictos lingüísticos, de culturas en contacto y de lenguas en contacto, “las formas”, “los contenidos”, los “estilos” (Ruano, 1980; Ruano, 1987; Ruano, 1992a; Ruano, 1992b; Ruano, 2000; Ruano, 2002a; Ruano, 2003c; Ruano, 2003d; Ruano, 2003e; Ruano, 2005b; Ruano, 2006b; Ruano, 2007b).
Aclaremos aquí lo que es un encuentro:
Encontrarse significa mucho más que hallarse en vecindad, yuxtaponerse, chocar, dominarse y manejarse. Encontrase implica entreverar el propio ámbito de vida con el de otra realidad que reacciona activamente ante mi presencia. Encontrarse es hallarse presente, en el sentido creativo de intercambiar posibilidades de un orden u otro. Voy en un vehículo abarrotado de viajeros. Mi vecindad con ellos es extrema, pero no les estoy presente; no deseo adentrarme en sus vidas. Pero he aquí que a cierta distancia diviso a un amigo que me sonríe desde su encierro. Yo le contesto de la misma forma, indicándole con ese gesto amable que me encantaría conversar con él pero es imposible. Estamos distanciados, mas no alejados. De alguna forma ya nos hemos encontrado. En la sonrisa me sale al encuentro toda la persona de mi amigo, aunque no su persona toda [...]
El encuentro es una relación colaboradora [...] Para encontrarme contigo [...] debo tratarte como un tú, no como un ello. Debo respetar tu condición personal, verte como una realidad autónoma, un centro de iniciativa [...]
[En la sincronía interaccional los individuos] deben renunciar a recluirse en sí mismos. Pero tal renuncia no supone una pérdida de identidad, una entrega a lo ajeno y extraño. Significa, por el contrario, el cumplimiento de una exigencia de la propia realidad que es el entrar en colaboración. Toda realidad es un «ámbito» en la medida en que tiende a complementarse con otros seres para fundar nuevas realidades y desplegar así todas sus posibilidades que alberga en su interior. Una persona es «ambital» porque está llamada a fundar toda clase de encuentros [...]
Las personas, al relacionarse entre sí [...] incrementan sus posibilidades, su poder de iniciativa, el campo que abarcan en sociedad [...]
La calidad [del encuentro] es alta cuando el hombre renuncia a las relaciones que permiten dominar y cultiva las que implican colaborar. Este fomento y aquella renuncia entrañan cierta dosis de generosidad [...]
El encuentro no se da automáticamente con el mero anular las distancias ....
Y el encuentro entre personas se relaciona con la comunicación en grupos. Los grupos se clasifican en:
• Primario. Son los grupos pequeños o íntimos. Aquí se produce un contacto regular y directo, comunicación cara a cara con los otros miembros del grupo. Los participantes de este tipo de grupo oscilan entre 2 y 20 aproximadamente. Estas personas regularmente se asocian y colaboran unos con otros y comparten propósitos comunes. Los miembros de un grupo primario no sólo son conscientes de su calidad de miembro del grupo, sino también de los límites del grupo, es decir, saben lo que distingue su grupo de otros y conocen a todos los miembros del grupo a que pertenecen. El conocimiento de quiénes son los pertenecientes al grupo conduce a un complicado conjunto de reglas no escritas y también escritas que dirigen el desarrollo de la conducta y la interacción. Aquí también hay que distinguir entre los grupos que se dan naturalmente y los grupos creados. Los grupos que se dan naturalmente, como la familia, son los grupos cuyos miembros comparten experiencias y pueden tener valores similares, o las reuniones voluntarias de grupos de amigos o compañeros de trabajo que comparten un mismo propósito. Estos grupos existen en beneficio de los miembros del grupo. Los miembros son responsables ante los demás de lo que ocurra dentro del grupo. El propósito viene muy determinado por lo que los miembros consideran como funciones del grupo y por lo que cada miembro quiere del grupo en cuanto a satisfacción personal. En muchos grupos naturales puede no haber manifestación clara de los propósitos del grupo. Los grupos creados son aquellos cuyos miembros han sido reunidos por alguien exterior al grupo con un objetivo particular in mente. Grupos de este tipo serán los comités, cuyos miembros se presentan voluntarios para realizar unos papeles específicos o han sido elegidos por los demás; los grupos de trabajo, a cuyos miembros se les ha solicitado que se unan, o se les ha seleccionado; grupos experimentales, que han sido reunidos por un investigador para estudiar el funcionamiento de un grupo. Es el caso, por ejemplo, de Bigbrother y La Academia, programas de televisión mexicanos con alto por ciento de telespectadores. La amistad y el compañerismo pueden desarrollarse entre miembros de un grupo creado, pero éste no es el propósito principal del grupo. Aunque el grupo opere de manera informal, los miembros pueden comunicarse con bastante claridad –sea por medio de palabras, acciones o señales no verbales– qué tipo de conducta es la esperada y qué no es aceptable dentro del grupo. La adaptación a las normas y expectativas del grupo es frecuentemente uno de sus rasgos más significativos [...] los que no se adaptan, tienen dificultades en ser aceptados. Alguien que, por ejemplo, habitualmente beba muy poco alcohol, puede encontrarse con que, en un grupo de bebedores, es necesario pagar rondas y beber más de lo usual. Otra persona puede necesitar adoptar un estilo bastante diferente de vestimenta para ser aceptado dentro del grupo. Los grupos informales desarrollan frecuentemente su propio estilo de lenguaje, con palabras específicas que actúan como una especie de jerga, y cuyo significado sólo es claro para los miembros del grupo. Adaptarse a las convenciones del lenguaje verbal y no verbal del grupo puede ser una condición para ser aceptado. Muchas personas se adaptan a las normas del grupo porque comparten sinceramente los mismos valores e intereses que los demás miembros del grupo. Otros se adaptan sencillamente para ser miembros del grupo. Habitualmente, sólo los que permanecen en la periferia del grupo o los individuos dominantes tipo líder pueden mostrarse disconformes y seguir perteneciendo al grupo. Los grupos formales son más claramente definidos. Habitualmente tienen un líder identificable o una estructura organizativa, las reglas están abiertamente establecidas, el propósito del grupo está claramente formulado y los encuentros del grupo se organizan generalmente en una determinada fecha y lugar, a menudo de forma regular. La adecuación a las reglas suele ser una condición establecida para ser miembro del grupo más que una convención. Los miembros de los grupos formales tienen papeles definidos como presidente, tesorero, vocal, etc. (Ellis y McClintock, 1993: 143-162).
• Secundario. Son grupos más amplios e impersonales. Los contactos son mucho menos directos. Hay menos implicación personal.
La conciencia de grupo, de clase, de rango, la jerarquía, es decir, el deseo de suprimir los desacuerdos por todos los medios y adaptarse al punto de vista del líder, siempre está presente en la sincronía interaccional. Ya la Bruyère hablaba al respecto en la Francia del 1688:
[...] los grandes gustan de los excesos y los pequeños de la moderación; aquéllos tienen el gusto de dominar y de mandar, y éstos el placer y aun la vanidad de servir y obedecer [de adular ]; los grandes son rodeados, saludados, respetados; los pequeños rodean, saludan, se posternan [...]
Hay hombres por naturaleza inaccesibles, y que por lo común son precisamente de quienes dependen y a quienes necesitan los demás. Semejantes al azogue y siempre en movimiento, brincan, gesticulan y se agitan; truenan y despiden llamas como las figurillas de cartón que se presentan en las fiestas populares, y apagándose en fin, vienen a caer y a hacerse por su caída tratables, pero inútiles [...]
[Y en todos los lugares] las mismas pasiones, las mismas flaquezas, las mismas pequeñeces, las mismas turbaciones de espíritu, las mismas diferencias en las familias y entre los prójimos, las mismas envidias, las mismas antipatías; por todas partes nueras y suegras, maridos y mujeres, divorcios, rompimientos y fingidas reconciliaciones; por todas partes malos humores, cóleras, parcialidades, chismes y lo que se llama malos discursos ....
A la hora de tratar la sincronía interaccional u orientación del cuerpo tenemos que recordar que en los actos comunicativos existen ciertas particularidades relevantes. Unas están relacionadas con ciertas condiciones físicas y, otras, con ciertas condiciones sociolingüísticas.
Las condiciones físicas que afectan la sincronía interaccional u orientación del cuerpo son:
• Temperatura.
• Ventilación.
• Humedad.
• Grado probable de atención de diferentes auditorios.
Las condiciones sociolingüísticas que se relacionan con la sincronía interaccional son múltiples, por lo que las expondremos por partes.
Una de esas particularidades está relacionada con la pertenencia o no del hablante a un grupo sociolingüístico determinado, es decir, si el emisor porta o no signos verbales y no verbales que no lo identifican o lo identifican parcial o totalmente con el receptor o los receptores de la comunicación (Hudson, 1981: 180-193). Otra particularidad se concatena con la categoría o subcategoría de los participantes en la interacción:
• Personas de la misma categoría: hermanos, hermanas, amigos, colegas, presos, discapacitados, compañeros de viaje, enfermos con un mismo mal, etc.
• Superiores: padres, jefes, docentes, profesores, jueces, autoridades ejecutivas, empleados, etc.
• Inferiores: niños, subalternos, asistentes, inculpados, detenidos, pacientes, internados en residencias, alumnos, etc.
• Dadores: profesores, camareros, vendedores, etc.
• Receptores: clientes, pacientes, solicitantes, etc., (Dijk, 1989: 253-254).
Además, los roles en la interacción también están condicionados por la naturaleza de la comunicación. En la comunicación verbal, el discurso se puede clasificar en conversaciones cotidianas, dadas en contextos informales, por iguales, como es el caso del acto comunicativo entre los pasajeros de un medio de transporte. Pero existen comunicaciones más específicas, que adquieren otros matices, y que son planeadas, que se producen en un lugar y un tiempo determinados, en donde generalmente se explicitan el tema y la función de la conversación, y en donde hay participantes que por su función/rol/cualidades profesionales tienen el derecho o el deber de establecer el objeto de la conversación, ponerle término, estimular determinados actos del habla, inducir a ciertos gestos, etc. Algunas de estas comunicaciones “especiales” son las siguientes:
• Conversación de solicitud de empleo.
• Conversación de ventas.
• Conversación de enseñanza.
• Conversación de examen.
• Conversación radiofónica o televisiva.
• Conversación por Internet: verbal escrita, verbal escrita-icónica, verbal escrita-visual, verbal oral, verbal oral-visual.
• Conversación institucional: con funcionarios de empresas, gobierno, iglesias.
• Conversación médica.
• Conversación terapéutica, con un sicólogo o un sociólogo (Dijk, 1989: 258).
Existen, además, conversaciones públicas y privadas; abiertas –puede haber testigos– y cerradas –sin testigos.
El estar familiarizado o no con el tema que se aborda en la comunicación es también muy importante, porque esto permitirá que se produzca un contacto ocular más sostenido y gestos más frecuentes y pronunciados.
Las conversaciones, cualesquiera que sean éstas, tienen sus particularidades grupales y también sus particularidades individuales:
Cuando la conversación no es un mero canje de mecanismos verbales en que los hombres se comportan casi como gramófonos, sino que los interlocutores hablan de verdad sobre un asunto, se produce un curioso fenómeno. Conforme avanza la conversación, la personalidad de cada uno se va disociando progresivamente: una parte de ella atiende a lo que se dice y colabora al decir, mientras la otra, atraída por el tema mismo, como el pájaro por la serpiente, se retrae cada vez más hacia su íntimo fondo y se dedica a pensar en el asunto. Al conversar vivimos en sociedad: al pensar nos quedamos solos. Pero el caso es que en ese género de conversaciones hacemos ambas cosas a la vez, y a medida que la charla progresa las vamos haciendo con intensidad creciente: atendemos con emoción casi dramática a lo que se va diciendo y al propio tiempo nos vamos sumiendo más y más en la soledad abismal de nuestra meditación. Esta creciente disociación no se puede sostener en permanente equilibrio. De aquí que sea característico de tales conversaciones la arribada a un instante en que sufren un síncopa y reina denso silencio. Cada interlocutor queda absorto en sí mismo. De puro estar pensando no puede hablar. El diálogo ha engendrado el silencio y la sociedad inicial precipita en soledades (Ortega y Gasset, 1983: 437).
Queda claro, en resumidas cuentas, que las características sociolingüísticas generales y básicas de los usuarios de los discursos son elementales para que se pueda producir una adecuada sincronía interaccional. Nos referimos aquí a cuestiones como: 1. capacidad verbal, 2. buena dicción –según sea el dialecto o norma lingüística–, 3. vocabulario adecuado, 4. educación corporal, etc.
La capacidad de escuchar y las diferentes técnicas de escucha también deciden la sincronía interaccional. Escuchar no es oír. Oír es una actividad pasiva y escuchar es algo activo. Cuando ejercemos control sobre lo que oímos, no estamos simplemente oyendo, sino escuchando activamente (Ellis y McClintock, 1993: 77-96).
Cuando hablamos de sincronía interaccional tenemos que tomar en cuenta todos los problemas que se relacionan con la disonancia cognitiva (Festinger, 1957; Festinger, 1975), es decir aquellos procesos comunicativos “cuando nos vemos enfrentados con una situación en la cual alguien no se comporta de forma acorde con nuestros estereotipos y prejuicios” (Ellis y McClintock, 1993: 48).
Otro concepto, el de entropía, también está relacionado con la sincronía interaccional. Tomado de la física, se refiere al desorden que puede existir en cualquier sistema. Podríamos decir que la entropía, aplicada a la comunicación, se refiere a la información impredecible o inesperada para el contexto en la que se produce; es como si uno “se sacara de honda”, como se dice en México, debido a que escucha una unidad léxica, una palabra, una frase o una onomatopeya que no esperaba oír o ve un gesto que no es el que esperaba ver, porque no conviene en un determinado contexto situacional. Es la impredecibilidad en el contenido o la forma de un mensaje. Por ejemplo:
El refrán popular dice:
Cría cuervos y te sacarán los ojos.
¿Qué pasa si usted escucha?:
Cría caballos y te sacarán los ojos.
Veamos otro ejemplo, ahora referido a los gestos. El día del cumpleaños de su hijo, de su esposa, su esposo, de su jefe o de su amigo usted se le acerca y le felicita con mucho cariño y respeto. Se supone que, en condiciones normales, usted espere una respuesta gestual con una cara así:
O con una mano así:
o
Pero, qué pasa si el gesto con la cara es éste:
O con la mano es éste:
Creo que en estos últimos casos usted “se sacará de honda”.
Consideremos otro ejemplo, en este caso de entropía política:
Supongamos que usted vive en uno de los países más poderosos del mundo, en donde, supuestamente, “todo está calculado y pronosticado”. Pero, supongamos también que usted vive dentro de ese supuesto país en una zona que está calificada como de “alto riesgo” porque se ubica en un área de catástrofes climatológicas –sequías, inundaciones, ciclones, etc.–, de catástrofes geográficas –terremotos, etc.–, de catástrofes socio-políticas –guerras, fronteras políticas, conflictos tribales, conflictos étnicos, conflictos religiosos, esclavitud, narcoguerras, crimen organizado, delincuencia organizada, mafia, terrorismo en cualquiera de sus tan variadas y habituales formas, camorra, tortura psicológica, tortura física, conflictos debido a los recursos naturales, en especial el agua, la fauna, la flora, etc.–, de catástrofes económicas –economía informal, mercado pirata, fuga de capitales, evasión de impuestos, plagio de marcas, fuga de cerebros, fuga de empresas...– (Ruano, 2003e). ¿Qué se supone que usted espera de las autoridades de ese país, de esa región, de ese estado, en el caso en que se produzca una catástrofe, la que sea? ¿Se supone que usted considera que las autoridades actuarán en esa potencia mundial con tino, con rapidez o prontitud, con lógica, o que se tomarán todo el tiempo del mundo para decidir qué hacer, cuando ya a veces el daño es total e irreversible? Los ejemplos que demuestran la incapacidad de las autoridades en grandes potencias mundiales son muchos, en especial en Estados Unidos, Gran Bretaña, Rusia, Alemania, Japón, Francia, Italia, España, etc. Espero que aquí usted no olvide la negligente y conspirativa actuación de muchos países, estados, instituciones y grupos religiosos, en especial de ciertas y reconocidas grandes potencias, como Suiza y el Vaticano, en, por ejemplo, la Segunda Guerra Mundial, el conflicto bélico más devastador de la historia de la Humanidad; en la terrible y dolorosa Guerra Civil Española, el preámbulo de la Segunda Guerra Mundial o primera fase de la Segunda Guerra Mundial, según algunos especialistas; en la Guerra de Vietnam; en los seculares conflictos y guerras fratricidas del mundo árabe, entre los mismos árabes y entre árabes e israelíes; en los exterminios imprudenciales y los exterminios premeditados y calculados de grupos indígenas de América y África, y hasta de grupos minoritarios, desprotegidos o en estado de indefensión europeos etc. Entonces imagine la vida de desasosiego, de incertidumbre, de desconfianza, que llevan los habitantes de los pueblos y países dependientes, satélites, tercermundistas, cuartomundistas, atrasados y altamente corruptos (Ruano, 2003a; ENCUP 2001, 2003 y 2005; Amnistía Internacional, 2005). Y aquí espero que usted no olvide que América Latina está considerada como la zona más peligrosa del mundo en la defensa de los Derechos Humanos, y que los países en donde hay mayor violación de los Derechos Humanos en esta área, según las estadísticas de 2005 de Amnistía Internacional son Colombia, Guatemala, Brasil, Honduras, Paraguay y México. ¿Sabe usted, realmente, cómo se comportan y qué se dice, o sea cuál es la conducta verbo-corporal, de las personas afectadas por conflictos y siniestros? ¿Sabe usted, realmente, cómo piensa y reacciona la gente de su país, en especial los afectados, ante situaciones de conflicto y cataclismos?
Estos comportamientos verbo-corporales inesperados, a veces descontrolados, están relacionados con muchas causas, sociológicas y sicológicas, están relacionados con la condición humana (Arendt, 1958), con los sentimientos humanos y los criterios en torno a los principios y la moral que tienen los grupos sociales y las personas en particular, según sus contextos espacio-temporales, un asunto, de por sí, más que escabroso, y desde hace bastante tiempo, por cierto (Smith, 1997). Todo esto es muy importante en la comunicación no verbal porque entre los individuos que intervienen en una comunicación, entre los discursantes, se establecen ciertas relaciones que determinan el lugar que cada uno de ellos ocupa sociolingüísticamente hablando y se definen los patrones y estilos discursivos verbo-corporales del poder: de la “agresión” y de la “sumisión”, de la “verdad” y la “mentira”, de la “sinceridad” y la “falsedad”, del “egoísmo” y de la “humildad”...: “En las relaciones [de los que intervienen en una comunicación verbo-corporal] es fundamental el rol que tiene el poder que cada participante manipula en la relación, ya que es éste el que le permite ocupar un lugar de superioridad, de igualdad y otras veces de inferioridad frente al otro hablante-oyente.” Los comportamientos verbales y no verbales inesperados son comunes porque la vida está hecha de ciclos: hay momentos buenos y momentos malos en la vida de todas las personas –aunque sabemos que a muchas zonas geográficas, a muchos pueblos, a muchas etnias y a muchas personas, por los motivos que sean, siempre les ha ido mal, y a menos que se produzcan cambios bruscos, principalmente en lo que atañe a la salud, la alimentación, la educación, la religión y a los aparatos impartidores de justicia, siempre les irá mal–. Normalmente, ni existen las personas que siempre están alegres o de buen humor, ni existen las personas que siempre están tristes o de mal humor. Lo contrario sería patológico en nuestras culturas occidentales. Y no podemos esperar que el que esté feliz o contento en un determinado momento o en un determinado ciclo de la vida, pretenda que todos los que le rodean también estén felices y contentos en ese mismo momento o ciclo de la vida. Realmente lo que se debe buscar, y lograr, es el “supuesto equilibrio comportamental verbal y no verbal”, de manera que ni afectemos negativamente en extremo a los demás y que los demás tampoco nos afecten negativamente en extremo a nosotros en nuestros discursos verbales y no verbales cotidianos en la vida pública, en la vida laboral y en la vida familiar. Definitivamente, los problemas concretos están ahí y hay que analizarlos, discutirlos, resolverlos, en la vida pública, en la vida laboral y en la vida familiar o íntima. No tenemos otra opción, por las mismas particularidades de nuestras socializaciones globalizadas. Podríamos pensar que para resolver los problemas de la comunicación humana violenta, conflictuada, habría que acudir al instinto humano, a las reacciones instintivas de protección, de conservación. Pero resulta que las conductas instintivas son extremadamente complejas, que el papel que desempeña el instinto en la conducta humana no queda claro entre los científicos, que la herencia marca los instintos de las personas y que, finalmente –si consideramos, entre otras cosas, que los animales en general, incluyendo al animal humano, con una misma estructura genética se comportan de manera diferente si se les proporcionan recursos distintos–, existe también “el instinto de agresión”, “los instintos de los agresores”. Entonces, dadas nuestras experiencias en nuestras sociedades, muchas de ellas inclusive “civilizadas” (?), “primermundistas” (?), “globalizadas” (?), con “elevados índices de alfabetización y educación” (?), etc., no podemos confiar en el instinto o los instintos que supuestamente deben portar los individuos de los grupos civilizados, porque en este aspecto nunca sabemos qué puede pasar, quién y cuándo va a realizar un acto considerado como agresivo, a veces letalmente agresivo. En la mayoría de los casos nos dicen que la sociedad está “protegida” (?) de los actos agresivos, es decir, de conductas agresivas y, por ende, de instintos agresivos; pero, como dice el dicho, “del plato a la boca se puede caer la sopa”: las estadísticas de criminalidad, las estadísticas de las procuradurías jurídicas, las estadísticas de las procuradurías sociales, los juzgados, las cortes jurídicas, las organizaciones de los Derechos Humanos, las organizaciones internacionales para el control del crimen y de la delincuencia, etc., dicen totalmente lo contrario. Y si es evidente que una estructura internacional del tipo de la ONU, la Comunidad Europea, la OEA, etc., por un lado, y las estructuras gubernamentales en los casos concretos de los países, por otro lado, están incapacitadas para cuidarse a sí mismas de los actos agresivos, de los instintos agresivos de los agresores, entonces ¿qué podemos esperar nosotros, el pueblo? ¿Qué podemos esperar los pueblos pobres e incivilizados, tercermundistas, cuartomundistas...?
No podemos considerar la información de los lenguajes corporales, la comunicación no verbal de tipo corporal y en general la comunicación verbo-corporal sin tomar en cuenta el “instinto”, las variantes instintivas que son más frecuentes en la conducta humana de determinadas regiones o grupos y en determinados tiempos y situaciones. En lo tocante a la relación entre conducta-instinto-entropía muchas cosas no quedan claras; pero algo sabemos:
En el centro del comportamiento de los animales y del hombre está lo que se conoce como instinto o comportamiento instintivo. Es la denominación que se da a la tendencia de una especie determinada a realizar acciones de cierto tipo en unas circunstancias dadas, acciones que apuntan a algún objetivo fundamental para la existencia de la especie –por ejemplo, sustento, reproducción, crianza de la prole y huida del peligro–. Las acciones instintivas no se aprenden, y el que las realiza puede ser totalmente inconsciente del fin a que se dirigen. Por un lado, están íntimamente ligadas a factores fisiológicos [...] Por otra parte, el comportamiento instintivo va íntimamente unido a la inteligencia, es decir, la capacidad de aprender a partir de la experiencia [...] En todo comportamiento inteligente del hombre puede verse la operación instintiva –por ejemplo, el instinto de construir una casa–, de la que puede ser tan poco consciente como los demás animales. El instinto es un requisito necesario para la adquisición del aprendizaje.
El instinto es un sistema o concatenación de elementos, entre los que están la afectividad (o sentimiento) y un consiguiente deseo de logro (o esfuerzo), que desembocan en acción. El sistema puede activarse debido a un cambio de estado corporal que produzca la afectividad y el esfuerzo, o, más frecuentemente, por una cognición (o impresión causada por los sentidos) de algo externo que provoque la afectividad. Así, la búsqueda de pareja o alimento puede estar producida, al principio, por algún cambio corporal interno que origine una afectividad, deseo de logro (conación) y acción, y en el momento siguiente, cuando el animal ve, huele u oye a un compañero o una presa, la afectividad puede estimularse todavía más, la conación intensificarse y la acción continuar (Diamond, 1974: 184-185).
Los instintos humanos constituyen un área compleja y poco explorada en la vida científica. Los resultados que se tienen hasta ahora en este campo poco han servido para resolver los problemas concretos de criminalidad, agresividad y violaciones que afectan a la sociedad. Las reacciones instintivas de muchos grupos son una verdadera amenaza en la vida moderna. Los instintos agresivos y los instintos sexuales negativos están presentes en todos los pueblos; pero en unos más que en otros: cuestión de cantidad; en unas sociedades y grupos más que en otros, especialmente en las sociedades reducidas, atrasadas y poco florecientes (Ruano, 2003e).
En América es bastante común este fenómeno de las conductas entrópicas o conductas desajustadas o conductas inesperadas –¿”baalización” de las culturas y las conductas?–, especialmente en las esferas de la política, la gobernación, la administración pública, la jurisprudencia, el sindicalismo y la religión... ¡Y las “sorpresas” en este sentido están a la orden del día y con los matices más policromos!:
Indagar en las vidas de los responsables de las cosas públicas se ha convertido en una necesidad. Gracias a la democracia electoral hoy en día podemos elegir a nuestros gobernantes, pero seguimos votando a perfectos desconocidos. Conocemos hasta la fatiga sus caras y sus voces, pero ignoramos sus vidas o sus verdaderas trayectorias.
Pese a la enorme exposición de medios de la cual gozan todos estos personajes, desconocemos las respuestas. Las maquinarias políticas electorales convierten a los candidatos en productos de marketing; los transforman en héroes y en villanos a la vez, según el interés de cada partido. Sus currículos quedan esterilizados de toda mácula y se nos presentan como esposos leales, padres devotos, trabajadores incansables, ciudadanos honorables. Antes y durante la campaña muchos de ellos serán objeto de calumnias e imputaciones de toda índole. Atrapada entre la difamación o la glorificación de los personajes, la ciudadanía se ve obligada a elegir entre uno u otro producto político. Al final, las campañas electorales terminan convertidas en una guerra de adjetivos.
Es hasta que comienzan a dirigir nuestros destinos cuando descubrimos realmente de qué están hechos los nuevos soberanos. Y las sorpresas no siempre han sido buenas (Zepeda y otros, 2005: 5).
Un ejemplo habitual de entropía discursiva verbo-corporal lo constituye, en una buena medida, el discurso político latinoamericano –pero no solamente aquí, en el discurso político, aparecen las conductas entrópicas, sino que también este fenómeno es evidente en otros tipos de discursos, como es el caso del discurso socioconfesional, clerical, de la iglesia, de la religión o religiones, etc. –, una forma de expresión verbo-corporal que tiene como características principales las floridas incongruencias, las ideologías y los discursos del desprecio en sus dos variantes, una desmedida libertad de la “imaginación” carente de la “razón”, las estructuras e imágenes fantasiosas, los disparates poéticos, las analogías más superficiales, los mitos, los mitoides, los refranes gastados, el lenguaje por tropos, y por supuesto las mentiras..., en resumen algo así como un “estado salvaje de la comunicación humana”... Todo esto constituye hoy, de la misma manera que ya sucedía en el México prehispánico, un gran problema en el ámbito del lenguaje verbo-corporal de los individuos civilizados, en el ámbito de la política de los grupos civilizados y alfabetizados, porque esos mensajes “raros”, sencillamente, no se entienden, ni entre los mismos políticos, y mucho menos son entendidos por pueblos marcados por sus “pobrezas de hablares y entenderes”. Basta una mirada al discurso diplomático en América, ese discurso que tiene que ver con las relaciones exteriores, con las relaciones internacionales, con la vida –¿y la muerte?– de los hombres diferentes de comunidades “diz que” iguales..., un discurso que es una manera de comunicarse para incomunicarse, que los mismos políticos no entienden “pero aceptan”. Pero este asunto no está del todo mal si consideramos las “contribuciones” que realizan nuestros políticos al desarrollo de las investigaciones en el campo de la sociolingüística y la lingüística aplicada al mostrar la “flexibilidad mental” y la “flexibilidad verbal”, producto de la incultura lingüística y la cultura de las apariencias.
Todos sabemos que la vida del latinoamericano es entrópica, desordenada, con constantes alteraciones negativas, producidas por los mismos riesgos del medio ambiente (Ruano, 2003e), por una educación y una instrucción desajustadas, atrasadas, no competitivas, matizadas por las “pobrezas de los hablares y de los entenderes” (Ruano, 2000; Ruano 2003a), por las obligatorias migraciones humanas producto al desequilibrio económico y político del área (Ruano, 2003a), por las presencias de aparatos políticos, gubernamentales y jurídicos en la zona que no tienen ni pie ni cabeza, con una justicia sin rostro y altamente desprestigiados en los planos locales e internacionales (Amnistía Internacional, 2005; ENCUP 2001; ENCUP 2003; ENCUP 2005; Cacho, 2006), por la apatía, la desidia, la falta de compromiso ciudadano y la nula, poca o desacertada participación de las masas de electores en las decisiones que rigen el futuro de nuestros países y del Continente en general (Heras, 2006).
¿Pero por qué analizar los lenguajes verbo-corporales de las variantes discursivas de políticos, gobernantes, funcionarios, directivos y administradores del ámbito político-gubernamental? ¿Por qué analizar las conductas verbo-corporales, tanto en el aspecto social como en el aspecto psicológico, que se producen en los variados contextos espacio-temporales de este tipo de liderazgo social, es decir el del ámbito político-gubernamental-administrativo? ¿Por qué analizar la imagen verbo-corporal de “los grandes” (Bruyère, 1998: 171-187)? La respuesta es muy sencilla: porque estas “personas líderes”, a través de la historia y en la actualidad, han decidido las vidas y los futuros de absolutamente todos los seres humanos del mundo, y porque, supuestamente y en teoría, los aparatos político-gubernamentales-administrativos se nutren de los más inteligencias –considerando aquí las “inteligencias múltiples”, es decir la existencia de 9 tipos de inteligencia (Ruano, 2000)–, de los más intuitivos, de los fuertes, de los más hábiles, de los más autoritarios, de los más poderosos, de los más capacitados, de los más aptos, de los más sabios, de los más respetuosos, de los más influyentes, de los más carismáticos, de los más competitivos, de los mejores conocedores del trabajo cooperativo en equipo, es decir de personas que han sido seleccionadas por sus “valores aparentes” y no por sus “valores ocultos” (Antaki, 2000: 169-177), mediante los mecanismos más variados, complejos y polémicos, transparentes y fraudulentos, para ejercer el poder, administrar los bienes comunales –especialmente el dinero y las relaciones– y aplicar las leyes.
Pero, además, es necesario considerar, analizar, investigar y exponer en los medios masivos de comunicación las disquisiciones constructivas en torno a las conductas verbo-corporales del ámbito político-gubernamental-administrativo porque las violaciones y las transgresiones que se producen aquí ya han llegado al límite de la tolerancia (Ocampo, 2002) de las masas populares, en todos los sentidos y al nivel internacional. A este respecto, las consecuencias de la degradación, del amoralismo, de la corrupción, del robo, del nepotismo, del tráfico de influencias, del paternalismo, de la irrespetuosidad, de la agresión y de las mentiras son inconmensurables, y en la mayoría de los casos, de no corregirse estas aberraciones en un mundo moderno y globalizado, y a tiempo –lo que casi nunca sucede–, los desenlaces están marcados por profundos conflictos y enfrentamientos grupales, la mayoría de ellos cargados de odios y choques sangrientos que reflejan nada más y nada menos que estados de presocialidad, atraso social, incivilidad y barbarie. ¡Por eso, justamente, se debe tratar, desde la óptica que sea, las conductas verbo-corporales de nuestros dirigentes y en todos y cada uno de los ámbitos del desempeño, sin la más mínima secrecía! Ni modo: ésa es parte esencial del perfil del puesto que los mismos funcionarios eligieron. Los pueblos tenemos que conocer muy bien a quiénes elegimos como nuestros representantes. Tenemos que conocerlos por fuera y por dentro: a ellos y a su familias y a sus relaciones sociales, a sus herencias socio-culturales y a sus herencias genéticas, sus estados mentales, sus estados de salud, sus enfermedades, sus achaques, “sus pasiones y pasatiempos”. Y, “ultimadamente”, como se dice en México, ¿cómo que no vamos a analizar, a investigar, a cuestionar, a nuestros “empleados”, a nuestros “contratados”? ¡Claro que sí! ¡Por supuesto que sí! ¡Creemos que ya las “sorpresas” han sido suficientes y aleccionadoras! ¿Es que acaso queremos más? ¿Es que acaso necesitamos más?:
Por eso cuando se busca un proyecto nuevo de comunidad, de nación, de pueblo, de grupo, en donde se supone que se debe buscar “igualdad”, “equilibrio”, “respeto” entre los seres humanos –en teoría así debería suceder en los grupos “civilizados”–, por lo menos ante la ley, lo primero que hay que hacer es civilizar a las personas, alfabetizarlas, hay que crear libros, manuales, adaptados a esos proyectos, y que expongan de manera clara y tajante todo el arsenal de conocimientos y conductas que se necesitan para lograr el cambio. Por eso para lograr “el cambio” hay que tomar en cuenta a la ciencia y a la técnica, y a los verdaderos científicos y a los verdaderos técnicos... Cada pueblo civilizado debe tener sus programas, sus manuales, sus compendios, sus leyes, que expliquen las cosas buenas y las cosas malas de ese pueblo y de todos los pueblos que conviven con él, para evitar encuentros desagradables con “el otro”, con “los otros”. Pero si un pueblo, una comunidad, un país o una persona no sabe ni quién es, si es incapaz de “encontrarse consigo mismo” (Ornstein, 1993), de una manera sincera y honesta, entonces el problema es grande, muy grande. Si en tiempos de civilidad un pueblo, una comunidad, un país o una persona se identifica con la barbarie –es decir esa situación social en la que impera el analfabetismo, la falta de cultura, el atraso científico, el atraso tecnológico, la involución social, la rusticidad, la crueldad, el terrorismo, el genocidio, la anarquía, la anomia, la falta o desconocimiento de los más elementales protocolos de respeto a la comunidad o comunidades, las violaciones a los derechos humanos, incluyendo los derechos humanos más elementales, las violaciones sexuales y en especial la pederastia...–, entonces, por más que ese pueblo o esa comunidad o ese país o esa persona intente demostrar “civilidad” –y ya conocemos cómo funcionan los “lenguajes de las apariencias” y las máscaras–, “es” bárbaro y transmitirá a través de su lenguaje verbal y de su lenguaje corporal barbarie, incivilidad. ¡Eso está más que claro! Y cualquiera que viva en la barbarie, justamente por las mismas características inherentes a la barbarie, desconoce la trascendencia del verdadero significado de “lealtad” y también de “traición” en situaciones de civilización. El que vive en la barbarie no es leal ni a nadie ni a nada..., el que vive en la barbarie es leal según las conveniencias, según los intereses, según los tiempos..., y su lealtad siempre será muy pasajera y condicional..., y traiciona a cualquiera o a cualquier cosa..., también según las conveniencias, según los intereses, según los tiempos. ¿Por qué? Muy sencillo, porque el que vive en la barbarie sólo conoce los “valores” de la barbarie, y ve a los “valores” de los grupos civilizados como algo anormal. Para el que vive en la barbarie “lo normal” es la barbarie, es decir “lo anormal” en un mundo civilizado. Es bastante frecuente ver que ciertos grupos e individuos en particular no ven como “bárbaros” los “hechos de barbarie”, y aquí estoy considerando desde un mandatario que no considera sus crímenes de guerra y sus invasiones como bárbaros hasta un grupo o comunidad que atenta contra otro grupo o comunidad, de la forma que sea, o un líder religioso, político o social que protege abierta y descaradamente a un violador de niños, a un pederasta. ¿Acaso éstos no son, todos, “hechos de barbarie”? ¿Acaso estos hechos, por diversos que sean, no son el resultado de la barbarie y la incivilidad? ¡Claro que sí! [...]
Los pueblos siempre guardan muchos secretos, secretos de todo tipo. Los pueblos, a través de los “idiomas”, a través de los “lenguajes”, siempre guardan muchos secretos..., el tiempo pasa..., la gente no recuerda... Pero esos “secretos” se conocen a través de las investigaciones de muchas ciencias y de la literatura en general: filología, historia, lingüística, traductología, filosofía, antropología, etnología, lexicogenesia, etimología, semántica, semasiología, simbología, semiótica, folclore, folclife... [...]
[Hoy es fácil conocer el historial de la gente, de todo el mundo, y en especial el historial de los candidatos a los puestos públicos] En el pasado era muy fácil borrar toda esta “documentación reveladora y comprometedora” [...]: sencillamente se le daba candela a los textos, a las bibliotecas, a los archivos, y también se exterminaban las fuentes humanas, se les mataba o se les desaparecía, que era la práctica común... Hoy esto no puede suceder porque toda esa documentación está registrada en todo el mundo, en todos los centros de información, en todas las bibliotecas, hemerotecas, videotecas, filmotecas, redes de Internet, etc., y especialmente en los países civilizados la humillante mano del inquisidor ya no tiene fuego... Toda esta documentación reveladora ni se ha perdido ni se perderá ya, al contrario, porque aparece en la más eficaz y rápida vía de información del mundo moderno: Internet, en donde solamente hay que poner una palabra y ya, aparecen cientos y miles de documentos en torno al dato buscado, ya sea un documento o el nombre del traidor o el nombre del traicionado. Por eso Internet es el terror de los “inculpados”, de los “culpables”; y contra ella ya nadie ni nada puede luchar, su fuerza es muy grande y su alcance es mundial. Lo que hizo el “culpable”, antes o ahora, se difunde en segundos por todo el mundo. Por eso la vergüenza y el desprestigio del culpable y de su grupo son mayores, porque son universales: su imagen y su culpa están en todas las computadoras del mundo, en todos los idiomas del mundo, ¡y cómo hay computadoras e idiomas en este planeta! (Ruano, 2003e).
La necesidad de formar una imagen política como recurso para generar poder no es nueva. Data de milenios, desde el origen mismo de las formas de organización social que requerían el ejercicio de un liderazgo encaminado a distinguir a los seres humanos en dos tipos: los que ejercen el poder y aquellos sobre quienes se ejerce dicho poder.
Imagen pública y poder han estado ligados desde tiempos remotos. En su momento, el significado de los rituales y el uso de los símbolos que distinguían a los jefes y nobles, a los sacerdotes y guerreros, generaron imágenes poderosas. El poder se ligó a la fuerza, la sabiduría y el conocimiento. El culto divino fue representado por los colmillos, los cuernos o la piel de los animales, por adornos corporales, tatuajes, coronas, cetros o bastones.
Conforme las civilizaciones evolucionaron, la imagen el poder lo hizo también. Faraones, reyes y césares construyeron magníficas obras en las que se mostraba el esplendor y la magnitud de su dominio. Sus estatuas y pinturas manifestaban su grandeza y perfección. Su riqueza les permitía construir imágenes que los representaban como hombres y mujeres muy por encima de lo común.
En aquellos tiempos, en puntos de reunión como templos, mercados y cuarteles, en los sellos de correo y las monedas, en los estandartes de guerra o en cada uno de los puntos cardinales de sus dominios, los reyes de esos días colocaban una imagen de sí mismos como símbolos del poder que poseían.
Los tiempos cambiaron, pero no la idea central de que el poder estaba ligado a la imagen y viceversa, de tal forma que las mujeres y los hombres del poder podrían estar seguros de que pasarían a la historia sin los defectos de su realidad humana, en un ambiente imaginario, propicio y reservado sólo para ellos, inalcanzable para el resto de la sociedad. Sin embargo, diversos factores fueron acotando la relación entre el poder político, su representación simbólica y la percepción de los gobernantes. Algunos se debieron a la propia evolución histórica, unos más al avance tecnológico, y otros, a los cambios socio-políticos, principalmente a la relación misma que se configuró entre gobernantes y gobernados. La consecuencia fue que la imagen de los gobernantes se hizo más terrena, cotidiana y humana.
Si continuamos haciendo historia, encontraremos que el nacimiento y crecimiento de los medios de comunicación originó que los miembros de la casta gobernantes empezaran a echar mano de otras tácticas para incidir en la percepción de sus gobernados, de tal manera que la dramatización de la imagen política fuera instrumento no sólo de comunicación entre ambos, sino también de manipulación, persuasión y seducción. La política adquirió así algo de aspecto teatral, en cuyos escenarios muchos sucumbían o corrían el riesgo de verse marginados y de conformarse con un rol secundario si es que no sabían entender el valor de la definición, construcción, administración y evaluación de su imagen pública [...]
En política, la imagen es un recurso, un instrumento, una herramienta, un proceso y un método para acceder al poder, para competir por él, para ejercerlo y conservarlo. Como recurso, instrumento y herramienta, la imagen política debe ser utilizada de manera estratégica, oportuna y eficiente. La calidad de la misma depende precisamente del poder que pueda generar, es decir, de la influencia, liderazgo, dominio, privilegios, distinciones, oportunidades y seguidores leales que produzca.
La imagen política es un proceso cuyo fin último está relacionado con el poder, entendido éste como la capacidad para hacer que otros hagan lo que en condiciones normales no harían. El poder se estableció para que algunos –unos cuantos– puedan influir en las decisiones de otros –las mayorías–, lo que implica establecer un orden de las cosas y recibir un trato social diferenciado como consecuencia de ello.
Contrario a lo que se puede argumentar, la idea del poder no es democrática, ni tampoco lo es la del gobierno ni la de la autoridad. Esta distinción es importante porque la imagen política está ligada a estos conceptos. Esto requiere que se interprete adecuadamente por lo que ello significa, pues la democracia, que es igualdad de oportunidades, respeto, tolerancia, reconocimiento de la diversidad, competencia limpia, condiciones de equidad, pluralidad, transparencia y rendición de cuentas, constituye el ejercicio de poder de los más capacitados para representar en planos diferenciados de interés, las voces segmentadas de las mayorías.
Aunque los más nobles ideales y aspiraciones impulsen a una persona a competir en la política, la forma de cumplirlos dependerá de los grupos, intereses y recursos que pueda articular en torno de sus metas. Así las cosas, una vez que se ha establecido y se ha cumplido con el orden democrático, nos permite comprender que ni el poder ni las funciones públicas pueden ser de todos. Para ser legítimo, el poder debe ejercerse por quienes la sociedad ha seleccionado como las más aptos y encontrar en la coherencia del ser y parecer de la oferta de política, la producción de referentes de percepción que incidan en la toma de decisiones de los distintos públicos meta. De esta forma, la imagen política será el resultado de un proceso de creación, promoción, difusión y comunicación que le permite al actor político presentarse ante los diferentes segmentos ciudadanos proporcionándoles la información que requieren para que sea seleccionado entre las distintas opciones en competencia. De ahí la importancia de que la imagen política sea la óptima, considerando que de ahí se parte para transmitir una imagen de confianza y certidumbre que incida en los planos de identidad y credibilidad ciudadanos.
Ahora bien, defino la imagen política como la percepción derivada del conjunto de estímulos verbales y no verbales que permitirá a las personas o instituciones identificarse, distinguirse y posicionarse de manera positiva en el escenario de la competencia y el poder políticos (Paredes, 2003: 349-352).
En este sentido de la imagen político-gubernamental-administrativa latinoamericana, lo primero que llama la atención en el escenario político-gubernamental-administrativo –¿o teatro político?– del área son las formas a través de la cuales se llega al poder, las formas tan características, sui generis, de elegir funcionarios y aparatos gubernamentales, en las que “todo es posible”, en especial las triquiñuelas, las corruptelas, lo chueco, la transa, las compras y ventas de influencias y de votos, los tráficos de influencias, los coyotajes, las mordidas, la violación de las leyes, las infracciones, las amenazas, los atentados, los raptos, las desapariciones, los asesinatos, todo lo cual aparece reflejado diariamente en la prensa, en la libros, en la radio, en la televisión, en Internet, en las denuncias de grupos e individuos particulares ante organismos nacionales e internacionales. La imagen de los políticos en Iberoamérica, generalmente, es lo que en cinematografía se podría llamar la imagen del “doble” o de la “doble”, en este caso del doble del estadista o verdadero hombre de estado, algo así como una imagen falsa, artificial, borrosa, una imagen de urgencias y riesgos, imágenes opcionales que nunca conducen a la gloria, una imagen que quiere llegar, que desea llegar, pero que no puede, porque las exigencias de un personaje principal son muchas y muy complejas, demandantes; la imagen del político latinoamericano es la imagen de ese “doble” que hace las escenas difíciles, con mucho riesgo, de las que siempre se sale descalabrado, a la entrada o a la salida, al principio o al final, por una causa u otra. La imagen política de los que gobiernan en Iberoamérica es, casi siempre, salvo muy raras excepciones, una imagen secundaria, no protagónica en el plano internacional; es la imagen de un “doble” porque en este “escenario internacional” es solamente para eso para lo que está preparado ese individuo, ese tipo de persona, y desde la infancia, porque su comunicación verbal y su comunicación no verbal así lo dicen, ése fue su esquema educativo, esa es su herencia comunicativa, y el político latinoamericano es muy fiel, en todos los sentidos, a su legado instruccional y educativo: ¡ni entender ni darse a entender!, ¡hablar y no decir nada congruente!, hablar con un lenguaje cargado de indiscreciones y trampas lingüísticas –y si alguien protesta o se le cuestiona o los medios denuncian, pues entonces aparece la frase habitual: “es que malinterpretaron mis palabras”, “es que no me entienden”, “es que eso no fue lo que quise decir”–; mover su cuerpo con gestos batuta y ademanes que se lleva el viento, usar un lenguaje corporal, unos gestos, que muy pocas veces coinciden con el lenguaje verbal (Ruano, 2000; Ruano, 2003a). La imagen del que gobierna en América Latina –y otra vez señalamos que salvo sus raras excepciones– nunca es la imagen de un “protagonista” mundial, incluso no es la imagen ni de un stand in –es decir, algo así como un “doble principal”–. Un verdadero protagonista, en cualquier ámbito de la vida, tiene que hacer que las cosas cambien, que las cosas sean diferentes. Un verdadero protagonista tiene que realizar el cambio: proyectar cosas buenas y hacer cosas buenas, y por supuesto predicar con el ejemplo (Ruano, 2005a). Ya es tiempo de que el que intente ser un protagonista de la vida política latinoamericana entienda que lo malo debe transformarse en bueno y que lo bueno (?) debe transformarse en mejor, transformarse en excelente, principalmente en los países ricos del área: Argentina, México, Chile, Venezuela, Brasil, Bolivia... Y que de esas cosas malas que hay que transformar en buenas, ¡pero ya!, porque de ellas depende el futuro inmediato de nuestros pueblos latinoamericanos, el lugar principal lo ocupan la educación y la pobreza. Es justamente a estas dos cosas, educación y pobreza (Green, 2008; Redondo, 2004; Paugam, 2007; Reinert, 2007), a las que deben enfocarse un gobierno y un funcionario que se jacten de protagonistas en los tiempos modernos. La experiencia –es decir ese conocimiento que en este caso adquirimos los seres humanos, particularmente los adultos que vivimos en socialización, gracias a la práctica y la observación, en donde es muy importante tomar en cuenta nuestras equivocaciones– nos dice que a la imagen de los que gobiernan en América, en América Latina, siempre le falta algo “bueno”, y siempre le sobra algo “malo”, en cuanto a forma y en cuanto a contenido. La experiencia que tenemos en Latinoamérica con los personajes que buscan estos tan comprometidos puestos de dirección y mandato populares, a los que nadie les obligó a aspirar, sino que fue su decisión propia, para lo que dijeron estar preparados, nos dice que, desgraciadamente, a estos individuos les falta ese “algo” que debe tener un “personaje principal”. Y sabemos que ese “algo” es el “todo” de requerimientos públicos, profesionales y personales que conforman la “imagen personal”.
En Iberoamérica, por ejemplo, es ya tradicional el hecho de que en ocasiones no sabemos, tanto nacionales como extranjeros, si el funcionario que dirige y se refiere a las masas, que hace las veces de emisor discursivo, está lanzando un chascarrillo, una broma, una bufonada, si está jugando “con palabras y gestos”, si está albureando, si es un poco siniestro, si está amenazando, si esta “particular estrategia discursiva verbo-corporal” lo que busca es evadir una verdadera realidad: la ignorancia y torpeza del funcionario en el tema o asunto que se está tratando; si en vez de estar a favor nuestro, del pueblo –porque es nuestro empleado en un final de cuentas, dado que le pagamos–, está en nuestra contra –“¿ni a favor ni en contra, sino todo lo contrario?”–, si son cantinfleadas o son estupideces –¿o ambas cosas?–... ¡Ah, qué cosas con estos “problemas de interlocución” en el ámbito del discurso verbo-corporal político-gubernamental-administrativo iberoamericano! Otras veces este asunto se torna más triste y desesperante: cuando a la simple vista de cualquier pueblo, de cualquier grupo, inclusive medio instruido, queda claro que gobernantes, gabinetes, políticos o líderes, siguen proyectos que sencillamente no entienden, con el tradicional sistema de ensayo y error, donde los errores son, por supuesto, cataclísmicos. Esto sólo conduce al desastre de los pueblos, de las comunidades, de los grupos. La tradición nos ha mostrado que la mayoría de los gobernantes y funcionarios de América Latina en lo absoluto están capacitados, por una u otra razón, para sus desempeños. Eso se comprueba al principio, en medio y al término de los mandatos gubernamentales, sin esfuerzo alguno: “¿dónde quedó la bolita?”; pero sobre todo en los primeros años de los nuevos gabinetes presidenciales. ¿Por qué en los primeros años de los gabinetes presidenciales? Muy sencillo: recordemos que siempre el nuevo presidente tiene que “pagar las cuotas o facturas”, es decir poner en ciertos cargos a individuos, hombres o mujeres, que provienen de “grupos de choque y empuje” que le ayudaron a subir al poder: “¿Ya subiste?” “¡Entonces ahora pagas...!” Pero en los primeros años también “se va limpiando” el nuevo gabinete, y por supuesto también “se va limpiando” el partido, y van siendo substituidos, es decir “se corre”, a los funcionarias impuestos, por cuotas o facturas en pago de favores. Todos conocemos muy bien el significado que tiene el término “cobro de facturas” en la política iberoamericana. En los primeros años se va quitando, se corre, a los más molestos, a los más latosos, a los más jeringones, a los más alborotadores, a los más distraídos, a los más incompetentes, a los más ineptos, a los más desdibujados, a los más desprestigiados, a los más torpes, a los más bocones, a los más coprolálicos, a los más protagónicos disfuncionales, a los menos elegibles...; en fin, a los “menos piores”. Y también se quita del medio a los que “hacen sombra”, a los que son una “amenaza”, o supuesta amenaza para los intereses y proyectos de “la bolita” del nuevo gabinete presidencial y partidista. ¿Acaso alguien cree que “el que la hizo” en las elecciones presidencial, en las elecciones de gobernadores, en las elecciones de alcaldía, en las elecciones de senadores, de diputados, del partido, etc., no las paga si es que pierde? ¡Claro que aquí “el que las hace, las paga”, a la corta o a la larga, pero casi siempre a la corta! Pero eso sí, recomendación, como dijera alguna vez un alto ejecutivo gubernamental latinoamericano: “el que se va, se calla”, o si habla que cuide mucho sus palabras...: en este sentido aquí “todo” puede pasar. En resumidas cuentas, hay que ir preparando las próximas elecciones, hay que ir limpiando el camino para el próximo aparato gubernamental. Con frecuencia, para salir de ellos, de los “non gratos”, se les otorga “con cuidadoso y silencioso protocolo” una función diplomática por ahí, por cualquier lugar, y la lejanía del lugar de destino estará en dependencia del “poder real” y las relaciones del corrido, del non grato, y también del tipo de lata que haya dado... Claro que puede ser que al terminar los periodos de gobierno “algo” salga bien, que “algo” no salga tan mal...; pero debido a las desorganizaciones imperantes en América, y en todos los sentidos, debido a las anarquías, a las anosmias, de esta América, lo que siempre sucede es que casi todo sale mal, la mayoría de las cosas relacionadas con los gobiernos aquí salen mal. Para evitar estos problemas, lo ideal sería que Latinoamérica no dejara en las manos de “burros que tocan flautas” sus destinos, como decía el brillante mexicano Fernández de Lizardi: “El que se mete a hacer lo que no entiende acertará una vez, como el burro que tocó la flauta por casualidad; pero las más ocasiones echará a perder todo lo que haga.”
En cualquier tratamiento de la comunicación no verbal de tipo corporal, del lenguaje corporal, es necesario considerar que todos los discursos tienen sus tipos o géneros y subgéneros, que todos los géneros y subgéneros tienen sus características lingüísticas y estilísticas, y que estas características no sólo afectan a la forma de hablar, a la forma de leer, a la forma de escribir cuando se crea o se recrea –por la traducción, la interpretación, la reformulación...– un texto, sino que también estos tipos de discursos afectan a la forma que adopta el cuerpo cuando se habla, cuando se lee (Ruano, 1988; Ruano, 1992a; Ruano, 1992b; Ruano, 2000; Ruano, 2005b), cuando se interpreta y se reformula... Así, al tratar el discurso verbo-corporal político de Iberoamérica, es necesario recordar que los entornos, los espacios, las geografías, los ecosistemas, las áreas sociolingüísticas, las herencias, condicionan los discursos –al igual que condicionan a los seres humanos–, de la misma manera que también los condicionan las épocas, las tradiciones, las culturas, los hábitos, los protocolos, las esferas laborales y de desempeño... Y en este sentido el discurso político latinoamericano –así como también los mismos sistemas políticos de esta área– tiene sus características generales –¿los “cuentos chinos” ? (Oppenhaimer, 2005) y las mentiras y los mitos (Paz, 1943; Sefchovich, 2008)– y sus características particulares (Meyer y Reyna, 1999). Concretamente en México, en nuestros días, todo el proceso político de este país tiene sus marcas distintivas (Meyer, 2005; Fuentes, 1995; Fuentes, 1996; Fuentes, 2007; Fuentes, 2008), que, al parecer, se han mantenido vigentes, casi de manera idéntica, durante más de un siglo. Si tomamos en cuenta estos postulados lingüísticos y estilísticos en torno a los discursos y sus tipos, queda claro entonces que en el discurso político latinoamericano es muy difícil “llevar el hilo” de la conversación, del discurso, de la plática, del diálogo..., y, por consiguiente, se dificulta mucho también en este sentido la sincronía interaccional, el entendimiento por una de las partes y el mutuo entendimiento del discurso verbo-corporal, casi siempre abarrocado, atequitquiado y folclórico –una buena cantidad de programas cómicos televisivos y radiales, como menciono más adelante, ejemplifican esto–. Tal pareciera que en los discursos políticos latinoamericanos lo importante no es lo que realmente “ofreces” como candidato político o directivo partidista o gubernamental –que siempre, en principio, son las maravillas terrenales, y en algunos casos, los que “se pasan de pasados”, hasta las maravillas celestiales–, es decir “la neta”, sino que lo que importa realmente es que “los demás”, “la bola”, “la raza”, crean, creamos, a fuerzas, en “tus ofrecimientos” y toda la faramalla mítica y mitótica que rodea al discursante (Ruano, 1992b). Éste es todo un sistema comunicativo verbo-corporal ficticio o ficcional o irreal –es decir doble discurso, discurso sobreactuado–, jitanjafórico y glosolálico, con exordios pomposos, en donde, en el aspecto verbal, los estilos discursivos añejos, desajustados y ridículos, con excesos demagógicos, las invenciones de palabras con códigos, sonidos y significados especiales, nos remiten más –y claro que no por el aspecto artístico, ¡nada que ver!– a las figuras retórico-literarias de los maravillosos poetas Mariano Brull y Emilio Ballagas. Y en el aspecto corporal, hay que señalar, con mucha pena, que tanto políticos como gobernantes de Iberoamérica llegan a tener tantos elementos en su contra en este sentido –comunicación corporal, protocolos, etiquetas, imagen física, es decir la apariencia, la vestimenta, los accesorios u ornamentación, maquillaje, etc.– que su imagen física puede llegar a ser un verdadero ejemplo de apariencia desastrosa, de rusticidad, de mal gusto, de incompetencia social, nada elegante ni refinado ni práctico ni sofisticado; tampoco nada conservador o extravagante; tampoco nada regional o étnico... ¡Y eso que muchos han cambiado, y bastante en ciertos casos!, en especial debido a las costosísimas asesorías de reconocidos y no reconocidos consejeros y asesores de imagen social, de imagen pública, de protocolos, de etiquetas, de imagen física, a los cirujanos plásticos, a los dietólogos o dietistas... ¡Pero siempre hay algo que falta, algo que te delata y que dice de dónde vienes, quién eres realmente, a qué le tiras...: el alto protocolo, la alta imagen social, la elegancia (?) y el buen gusto (?), la distinción (?), el prestigio (?), los de verdad, no se aprenden en un trienio, en un cuatrienio o en un sexenio..., por arte de magia, por muy buenos que sean los asesores y consejeros; no obstante, se supone, algo se pega, o por lo menos pensemos que es así. ¡Para tener una “adecuada imagen social”, una “adecuada imagen pública”, son tantas las exigencias, son tantas las cosas, son tantos los detalles...! Sí, la ropa, los accesorios y joyas, el maquillaje, la cirugía plástica, las dietas, el salir en los medios de comunicación masiva con imágenes gratas y estudiadas, en lugares adecuados, a través de la información que dan ciertos comunicadores que hablen bonito y bien de nosotros..., todo eso cuenta; pero: ¿y a la hora de expresarnos, de hablar?, ¿y los discursos verbales?, ¿y el sentido de las palabras?, ¿y la dicción en contextos sociolingüísticos situacionales?, ¿y la cultura?, ¿y la instrucción?, ¿y a la hora de comer y de beber en sociedad?, ¿y el prestigio social?, ¿y el desprestigio social?, ¿y los actos inmorales y deshonestos que acompañan la imagen personal e institucional, empresarial?... ¡Sorpresas! Aquí, por lo menos en este mundo, no hay ni asesor ni vara mágica que borre en las personas y en las instituciones los actos inmorales, el desprestigio, los crímenes, los robos, los fraudes, las transas, los plagios, las violaciones..., por poca memoria histórica que tengan los pueblos. Aquí no queda otra cosas que decir que “lo que Dios te dio, que San Pedro te lo bendiga”, porque, obviamente, hay cosas que no podemos negar, que no se pueden negar, por muchos intentos que hagamos, y por mucho dinero que metamos en esos intentos, lo que a veces llega a ser toda una verdadera fortuna para “la limpia”. ¿Qué queda, entonces, en una buena cantidad de estos casos? ¿La “dejadez” o...? (Ruano, 2003e). La mayoría de nuestros directivos políticos y gubernamentales creen que con vestir ropas de marcas, caras, extranjeras, con hacerse cirugías estéticas “costosas” –lo que no quiere decir, necesariamente, “buenas”–, con llevar programas dietéticos y deportivos de modas, etc., ya todo está resuelto. ¡Nada más lejos de la verdad! ¡Terrible error que cuesta tantos dolores de cabeza y penas! En este mundo moderno, lleno de relaciones públicas de todo tipo, nacionales e internacionales, saturado de medios de comunicación masiva y críticos que constantemente valoran y cuestionan, es muy difícil lograr tener una buena imagen física, una buena imagen pública, una buena imagen social. Para lograr esa buena imagen, tan anhelada por todos pero tan exclusiva de muy pocos, se requieren muchas cosas, muchos sacrificios, mucha práctica; pero sobre todo y en especial se necesita de muy buenos consejeros y asesores de imagen social, de imagen pública, de imagen institucional, de imagen política, de imagen física, de psicología de la imagen... (Ruano, 2003b; Ruano, 2003d; Ruano 2003h; Rogers, 1961; Mondragón, 2002). ¿Y cómo saber cuándo un asesor de imagen pública es bueno, es el mejor?: aquí principalmente se valora la “autoimagen” del asesor de imagen pública y la no presencia en él de los lenguajes verbo-corporales fingidos y sobreactuados que rayan en la ridiculez social. Como se dice popularmente: “tú no puedes dar lo que no tienes”. El verdadero éxito en las relaciones sociales cuesta muy caro; pero una vez que se tiene se saborea divinamente.
Es indiscutible y demasiado evidente que la política al nivel internacional está en una situación de verdadero caos, de elevada toxicidad social, y el discurso verbo-corporal político actual es muestra de esto, en el mundo entero, en los cuatro continentes habitados por culturas nativas: Eurasia, América, África y Oceanía (Chomsky, 2002a, 2002b, 2002c, 2002d, 2004a, 2004b, 2005, 2006; Chomsky y otros, 2006; Sorel, 2006; Woodward, 2004; Suskind, 2004; Diamond, 2006): “¿Acaso las grandes figuras políticas del próximo siglo poseerán su ligereza ética y moral? Ahí tocamos un problema de fondo, que es la calidad de los dirigentes políticos: pocos son realmente de alto nivel” (Antaki, 2001: 107). Es indiscutible y demasiado evidente el deterioro de los valores colectivos en general y de los valores personales en particular: “Los valores colectivos se encuentran en plena decadencia” (Antaki, 2001: 108). Si sumamos estos dos problemas, ¿en presencia de qué estamos? Así es: ¡un verdadero y total caos! Sencillamente, miremos a nuestros alrededor y veamos el dramático espectáculo en el gran teatro mundial. En nuestros días unos pueblos pueden vivir “aparentemente” mejor que otros pueblos. El hecho de que hoy un pueblo viva sin guerras, sin conflictos bélicos, sin guerrillas, sin rehenes, sin secuestrados, sin matanzas humanas, ya es una gran ventaja; pero de ahí no pasa: solamente “una” gran ventaja, y, que conste, “ventaja temporal”... Lo que sucede es que hay otras cosas, muy importantes, que no se toman en cuenta, y que son bombas de tiempo. Las grandes masas –y aquí incluyo, por supuesto, a pobres y a ricos–, generalmente desposeídas de la cultura, del conocimiento, de la sensatez, del compromiso, de los verdaderos, reales e importantes valores del mundo moderno, globalizado, multicultural y pluriétnico, y del más elemental sentido común no entienden –no porque no quieren, sino porque no pueden: una cosa es “mirar” y otra cosa es “ver”, una cosa es “ver” y otra cosa es “entender”– lo que está pasando y lo que se avecina en el futuro inmediato. Vivimos al día, vivimos para resolver los problemas inmediatos del hoy, y, en el mejor de los casos, del mañana. Pero ¿y el pasado mañana qué? ¿Lo único importante es dejarles a nuestros descendientes una cuenta en el banco para que vivan bien en el futuro? ¿Cómo se supone que van a vivir bien en el futuro? ¿Con dinero, pero sin aire para respirar, por ejemplo? ¿En espacios altamente contaminados por sustancias tóxicas –veneno– y por humanos tóxicos –individuos portadores de todo tipo de signos negativos– (Ruano, 2003e)? En este sentido de los problemas ecológicos estamos hasta el cuello, pero como seguimos “respirando” (?) no nos percatamos del hundimiento. Indiscutiblemente, y por el bien de toda la Humanidad, de esta sopa de la ecología tenemos que tomar todos. Aquí sólo nos resta decir como decía la maravillosa Celia Cruz: “Y en el medio de la sala, así gritó don Vicente: “¡Échale agua a la sopa, que llegó más gente...!” Lo que no somos capaces de resolver hoy de manera positiva y lógica, es una herencia negativa para el mañana, y en ese mañana vivirán nuestros descendientes, si es que tenemos tiempo de tenerlos. ¡Así están las cosas! ¿Quién considera en la actualidad en su programa de vida a futuro, por ejemplo, el deterioro del planeta?, ¿y los múltiples deteriores, en cadena, de los ecosistemas, la fauna y la flora?, ¿acaso esa no una amenaza mortal para la especie humana?, ¿en cuántos programas de educación, al nivel que sea, se considera el desarrollar este tipo de inteligencia: la inteligencia naturalista? Hoy, en estas situaciones de internacionalización, los problemas no son ni de un área geográfica exclusiva, ni de una comunidad exclusiva, ni de un pueblo exclusivo. Hoy los problemas son del “mundo entero”, de todo el planeta, y quien no lo quiera ver así, que recuerde que hoy los problemas y las bombas están, inclusive, en los aviones comerciales. ¿A quién le va a tocar hoy?, ¡no sabemos! Hay que esperar, pero en esa espera estamos “todos”, sin excepción alguna. Por eso los problemas en nuestros días son de todos, y quien ve este asunto con apatía e indiferencia pagará su costo: ¡tanta culpa tiene el que mata a la vaca como el que le sujeta la pata! Y América, por supuesto, no se queda atrás en este sentido; muy por el contrario, si tomamos en cuenta que en este continente está el generador de los grandes conflictos, en todos los sentidos, de la segunda mitad del siglo pasado, del siglo XX, y de todos los grandes conflictos de este siglo, del siglo XXI: Estado Unidos. ¿Y qué papel desempeñamos nosotros los latinoamericanos en esta obra de mutua destrucción y, ¡oh, sorpresa!, también de autodestrucción?: no creo que a nadie se le haya ocurrido pensar que cuando este planeta se destruya se podrá ir a vivir tranquila y felizmente a la Luna o a Júpiter o a cualquier otro lugar de por ahí. Por lo menos ahora eso no puede ser. Aquí, a la hora de la verdad, pues “o todos rabones o todos coludos”, ¡la “Ley de Herodes”!
Veamos un poco cómo reflejamos nuestro mundo americano a través del discurso político-gubernamental-administrativo, especialmente en esta parte del continente llamada latina o ibérica.
El discurso verbo-corporal del ámbito de la política, de la gobernación y de la administración pública en América Latina –y en muchos casos también en Estados Unidos, de la misma manera que al nivel internacional– está en una situación que podemos calificar de triste y desdibujada, de doble moralidad (?), en especial en determinados países del área, concretamente debido a los desaciertos culturales, los desaciertos protocolares y de etiqueta, los desaciertos cognoscitivos en todo sentido, la vulgaridad, los discursos populacheros, rupestres, ofensivos, hirientes y soeces. En síntesis, este tipo de discurso es generalmente el típico “discurso efectista carente de fondo”, como lo llamara el célebre científico y pensador mexicano Manuel Gamio. El discurso político iberoamericano carece, generalmente, del encanto y del elegante y bien controlado “fingimiento discursivo” que tenía hasta el minusválido expresidente estadounidense Franklin Delano Roosevelt (1882-1945) –era lisiado, tuvo poliomielitis, lo que le marcó físicamente por el resto de sus días, no obstante controlaba perfectamente sus movimientos corporales– (Fast, 1999: 166-174).
El discurso político latinoamericano adolece de involución, y está matizado principalmente, en nuestros días de globalización, por el analfabetismo funcional o analfabetismo de grado superior –al que me he referido más arriba– y la ausencia en él de la inteligencia creativa. Es interesante ver cómo el discurso verbo-corporal político latinoamericano actual mantiene prácticamente los mismos rasgos –aunque a veces muy bien matizados, y en especial debido al temor a los medios masivos de comunicación, a la crítica, especializada o no, y a las posibles interpretaciones y represalias de grupos extranjeros, especialmente estadounidenses– del discurso político latinoamericano tradicional : discursar de manera hablada o escrita con vaciedades, necedades, boberías o sandeces; rusticidad discursiva verbo-corporal; respuestas evasivas y escurridizas; afectación imagológica verbo-corporal; protagonismo, prepotencia, excentricismo, incongruencia; hilvanamiento de frasecillas de relumbrón; banqueteos; tradicionales dilemas ..., todo esto acompañado de una guerra de símbolos, es decir de la presencia de signos no verbales –ya sean los tradicionales y conocidos o los creados y recreados– reajustados a los gustos e intereses particulares de cada grupo político: imágenes religiosas empleadas para muy diversos fines, emblemas, enseñas, insignias, etc., signos patrios relacionados con banderas, escudos, colores alusivos y relacionados con la tradición del pueblo o grupo, etc., que son rediseñados, mutilados, alterados, inclusive en franca violación a las leyes nacionales de algunos pueblos de América. La vida política latinoamericana, en la mayoría de los casos, refleja un mundo complejo, corroído hasta el tuétano, plagado de todos los males terrenales y celestiales habidos y por haber; refleja un mundo que entre otras características tiene las siguientes: diálogos de sordo-mudos, lenguajes corporales de ciegos, caciques, cacicazgos y grupos caciquiles, bosses, dinosaurios y grupos dinosaurios, gorilas, cleptocracias y cleptócratas –en los gobiernos de América siempre “se mete mano”, la derecha o la izquierda o ambas manos, más tarde o más temprano, de abajo para arriba o de arriba para abajo, él o ella, a lo poco pero generalmente a lo mucho, es decir el que sea y a lo que sea, el presidente o la primera dama, un influyentazo o un “achichincle” (palabra mexicana que significa ‘ayudante’, ‘subalterno’, ‘sirviente’...) de quinta, un jerarca religioso o cualquier funcionario socioconfesional: ¿no fue bajo el mandato (1952-1958) del presidente mexicano Adolfo Ruiz Cortines que apareció el siguiente dicho popular: “Por la puerta de Los Pinos van saliendo dos vejetes, él se va con lo que vino y ella (¿María Dolores Izaguirre de Ruiz Cortines?) llena de paquetes?” ¿Y acaso este dicho popular no es aplicable a “otros muchos casos conocidos”?–, envidias, personas, cosas y actos innombrables, reciclajes humanos e ideológicos –de unos partidos a otros, de unos gobiernos a otros, de unas secretarías o ministerios a otros, de unos puestos a otros. En América Latina se recicla todo tipo de individuo y de idea, no importa si trabajó bien o no, no importa si es moral o no, no importa si la idea funciona o no. En América Latina podemos ver fácilmente cómo un diputado inútil, y luego senador inútil, y luego secretario o ministro inútil, se convierte en presidente, en gobernante, obviamente y a las claras, también inútil, “para variar”–. En América Latina es habitual, recurrente, una serie extensa de conductas, de comportamientos, de procederes, de características, de imágenes, que pueden abochornar hasta al más apático, al más negligente, al menos comprometido, al menos regionalista, al menos nacionalista. Algunos de estos comportamientos, conductas, procederes, características e imágenes son los siguientes: conductas erráticas, impericias, incapacidades para llegar a acuerdos y alianzas que beneficien a las grandes masas, al pueblo, legislaciones al vapor, pandillerismo político, faccionario y gubernamental, bandolerismos políticos, complots, espías, soplones, delatores, mapaches y mapacherías, transas políticas y electorales o electoreras, políticas de rencores, volátiles lealtades y deslealtades súbitas, crisis de lógica –incluyendo las lógicas discordantes– y de sentido –incluyendo el más elemental sentido común de las sociedades e individuos civilizados, instruidos y educados–, decisiones atemporales, intemporales, extemporales o extemporáneas, proteccionistas, clientelistas –clientelismo político– y nepóticas..., connivencias, lapsus linguae, lapsus calami, lapsus manus –¿dedazos?–, polivalencia de las incapacidades y las ineptitudes, indecisiones e incapacidades que reafirmar el “ni a favor ni en contra sino todo lo contrario”; aparentes defensas “a lo perro” de los derechos e intereses del pueblo, pero evidentes robos y saqueos “a lo gato” de los bienes de las naciones y los erarios públicos, video-escándalos, grabaciones telefónicas, “políticaficciones”, políticas de simulaciones, “tengan, para que aprendan”, caídas inesperadas, repentinas, sospechosas y desvergonzadas de sistemas de cómputos electorales, campañas electorales fraudulentas y dudosas, sociedades imaginarias o utópicas, expulsiones ‘a discreción’ de ciertos miembros de los partidos, de las organizaciones, de los gabinetes gubernamentales y de las secretarías, asignaciones inesperadas de embajadas ‘muy lejanas’ –¡mientras más lejos, mejor!–, “caídas para arriba” –destituciones de ciertos individuos en ciertos cargos y puestos y reasignaciones a otros en donde “el destituido”, su familia, sus allegados y sus protegidos se pueden enriquecer o se pueden aprovechar de ciertas situaciones, delincuencia de cuello blanco –de “camisas” y “blusas”, considerando la indiscutible presencia femenina en todo tipo de “extravío” y “pérdida” de los bienes de las naciones de América– y de cuello de todos los colores habidos y por haber, según el policromo medio que circunde a los variados y multifacéticos delincuentes y también según el tipo de detergente, chacha indígena que lava ropa, tipo y marca de lavadora o tintorería en donde se lavan y planchan las camisas y blusas de marca o tiangueras o chinchaleras o fayuqueras –tomando en cuenta aquí las “herencias” y “gustos” de los infractores– de los delincuentes, madruguetes de todo tipo y color...
Sencillamente pregúntese y pregúntele al pueblo si entiende los discursos de la mayoría de nuestros políticos y gobernantes. Si usted les entiende, entonces felicidades, usted es una persona no solamente brillante, sino superdotada; porque la mayoría de los más exclusivos especialistas en discursos verbo-corporales políticos no les entiende. Obviamente, si usted dice que les entiende, nosotros inferiremos que usted no es uno de los políticos o gobernantes o líderes religiosos católicos de América, es decir que no es uno de los políticos y religiosos del área con “particulares códigos” de comunicación verbo-corporal –¿idiolectos en disfunción?–. ¿O sí? Aclaro aquí que yo tampoco les entiendo, y eso que llevo más de treinta años trabajando –como filólogo, imagólogo, sociolingüista, traductólogo y asesor de imagen– directamente con este tipo de discurso, y escribiendo e impartiendo conferencias al respecto, si tomamos en cuenta que empecé a trabajar como intérprete en el año de 1975 y estamos en el año 2006. He entendido hasta en lengua rusa los textos de Tolstói, de Pushkin, de Turguéniev, de Lermontov, de Gorki...; pero no entiendo ni los textos escritos ni los textos orales ni los textos verbo-corporales de la mayoría de nuestros gobernantes, funcionarios, políticos y líderes religiosos católicos romanos. Claro que: ¿vale la pena ver esos discursos, leer esos discursos, escuchar esos discursos, intentar entender esos discursos, con tantas cosas importantes que hay que hacer y considerando el grado de corrupción, de anarquía y de anomia que impera en estas esferas y en nuestras sociedades en general? Si usted se pregunta que a qué se debe esto de que yo, como filólogo, no entienda los discursos de estas personas, yo le contestaría que, bueno, para salir del paso, diré que, no obstante ser filólogo e imagólogo, especializado en sociolingüística y traductología, es decir en todos estos asuntos de los idiomas y los dialectos, de los lenguajes, “soy ignorante”, que “soy analfabeto”, tendiendo a “estúpido”. ¡Problema resuelto! ¿No cree usted que es una buena respuesta que me saca del atoro? Cuando oigo hablar a la mayoría de los políticos y líderes católicos de América, lo “segundo” que me viene a la cabeza –lo “primero” es lo que usted está imaginando...– es la conocida canción El mudo:
Un policía que es mudo, a la cárcel se llevó,
a dos jóvenes inquietos que en el parque se encontró.
Un policía que es mudo, a la cárcel se llevó,
a dos jóvenes inquietos que en el parque se encontró.
Al saber esta noticia los padres fueron a ver al juez,
y junto con periodistas le preguntaron que cómo fue.
Mandaron traer al mudo, y oiga usted lo que yo escuché.
Mandaron traer al mudo, y oiga usted lo que yo escuché.
– ¿Por qué los detuvo?
– Gugugugugugu...
– ¿Qué estaban haciendo?
– Gugugugugugu...
– ¿Cuál es el delito?
– Gugugugugugu...
– ¿De qué los acusa?
– Gugugugugugu..., gagagagagaga...
¡Qué se cuiden todos! ¡Ahí viene el mudo!
Esos reventones... ¡Ahí viene el mudo!
Esos periodistas... ¡Ahí viene el mudo!
Esos locutores... ¡Ahí viene el mudo!
[Esos traductores... ¡Ahí viene el mudo!]
[Esos voceros... ¡Ahí viene el mudo!]
Esos estudiantes... ¡Ahí viene el mudo!
Los funcionarios de las organizaciones iberoamericanas, el gobernante iberoamericano promedio, y, claro está, también los funcionarios promedio del gobierno iberoamericano, en especial los secretarios o ministros de relaciones exteriores, de educación, de economía, de hacienda, del trabajo, de cultura, del deporte, de salud pública y medicina, de gobernación o del interior, etc., los senadores, los diputados, funcionan, en resumidas cuentas, de una u otra manera y en mayor o menor medida, como “proyectores discursivos de la multiinestabilidad”: ¡Ahí está la cruda y verdadera realidad de la América Latina y de todos sus países! ¡Ahí están los datos y los resultados concretos en torno a la vida (?) histórica y actual de los latinoamericanos! En el discurso político latinoamericano son evidentes las raíces sociales y las raíces genéticas del miedo, del odio y de la desconfianza. La vida política latinoamericana se mantiene prácticamente igual en estos siglos XX y XXI (Schmidt, 2003; Schmidt, 2005), y esto trae como resultado que nuestros problemas latinoamericanos son una constante sin las adecuadas soluciones y sin perspectivas de solución concretas. En algunos casos, el asunto es peor aún: las cosas se tornan más oscuras, deprimentes, incivilizadas, bárbaras, retrógradas... ¿¡Cuándo se supone que en América Latina vamos a pasar del monólogo presidencial al diálogo entre poderes; poderes que están para servir al pueblo, para darle solución a los terribles problemas de los pueblos latinoamericanos!? ¿¡Cuándo se supone que en América Latina los poderes van a dejar sus rústicos conflictos grupales y personales para atender a un pueblo que cada vez está más desatendido, angustiado, pobre, confundido, aterrorizado y... ¡cuidado!..., también harto!? ¿¡Cuándo se supone que los poderes latinoamericanos van a entender que son, nada más y nada menos, que los “trabajadores contratados por el mismo pueblo para servirle”!? ¿Cómo reacciona “el pueblo” ante estas tradicionales y desafortunadas circunstancias? ¡Nada...! ¡Aquí no pasa nada, y a lo mucho, pasa muy poco! Hay algo que condiciona este no actuar, este no reflexionar, este no entender, esta confusión, de los pueblos latinoamericanos: la inmensa ignorancia. La inmensa ignorancia de la mayoría de los pueblos latinoamericanos es, justamente, el origen de la inmensa riqueza económica –por supuesto, adquirida por medios ilícitos, es decir robo– de la mayoría de los políticos latinoamericanos, que son, obviamente, “menos” ignorantes que el pueblo.
En los discursos políticos verbales y corporales latinoamericanos parece que ya todo está “arreglado”, aquí ya todos conocemos las reglas del juego: “Haz como que hablas y yo haré como que entiendo... Como político o funcionario sigue intentando articular palabras y yo, como pueblo, seguiré esforzándome en tratar de decodificar, de descifrar, tus sonidos y ruidos verbales inciertos. ¡Aplausos, aplausos, aplausos...! Ni tú sabes lo que dices ni yo entiendo nada, ¡pero ya la hicimos!” “Sigue intentando aparentar ser el bueno para todas ‘esas cosas’ que ofreces, que en un final sabemos que no eres ‘bueno para nada’ de ‘eso’ –aunque sabemos que eres magnífico para ‘otras cosas’, cuestión de ‘perfil laboral’–.“ Esto se cumple con más frecuencia en las sociedades en donde es evidente una falta de cultura cívico-democrática, que debido a su desespero social y económico, más que a mandatarios, políticos, legisladores y administrativos, intentan buscar “héroes salvadores”, “mesías”, “profetas de desastres”, “capataces con iniciativas” que resuelvan sus difíciles situaciones de una buena vez: “¡Viva éste!” o “¡Viva el otro!” o “¡Viva el que sea!”; en fin...: primero “¡Arriba el que suba!”, y luego “¡Abajo el que subió!”. Por eso en América siempre ha prevalecido la misma ley, “la Ley de Herodes: o te chingas o te jodes”. A veces parece, si consideramos el resultado de ciertas elecciones de funcionarios y mandatarios, si consideramos las campañas electorales, que algunos pueblos y grupos se esmeran por elegir a los mafiosos más destacados y a los más vulgares corruptos. ¡Cuánta pena y cuánto error! ¡Y qué caro se pagan estas inacertadas decisiones! Nuestras sociedades tienen demasiados políticos, estadistas y administrativos que con sus lenguajes corporales y verbales, con sus “mañas”, crean falsas expectativas, que evidentemente no se pueden cumplir, ni a corto ni a largo plazo. Cualquier niño con buena instrucción puede ver esto. El discurso –hablado: palabras y gestos, y escrito– del ámbito político-gubernamental-legislativo-administrativo de Iberoamérica es oscuro, diglósico y jerguístico (Pardo, 1996; Abad y otros, 1984; Bielsa, 1961; Rodríguez, 1969), tanto en la emisión discursiva que se produce de este grupo especializado hacia el pueblo, a la gente común: el pueblo no los entiende; como en la emisión discursiva que se produce dentro de este mismo grupo especializado: no se entienden entre ellos mismos, debido a dos causas: 1. incapacidad cultural y verbo-corporal para entenderse entre sí, y 2. no les interesa entenderse. El discurso político-gubernamental-administrativo de América Latina se produce entre palabras rebuscadas, no decodificables para un pueblo en promedio iletrado –pero palabras que tampoco pertenecen al vocabulario activo y fluido de los emisores, que se nota que se la aprendieron ayer para decirlas hoy–, desajustes estilísticos –¿es discurso político, es discurso literario cuentístico, poemático, cómico, dramático...?, usos de estilos discursivos no “populares”, sino “vulgares”–, pleitos, discusiones de vecindad o cuartería –perseguirse constantemente, vigilarse o pendenciarse constantemente, espiarse constantemente, humillarse, decirse improperios y ofensas, amenazarse, “levantarse falsos”–, “peleas de comadres” o “peleas de compadres” –claro está que estas “peleas de comadres” (al decir de los mexicanos), tienen sus ventajas, porque en situaciones de barbarie, de atraso cultural, de tabuización, de “secretos” y “secrecías”, de censuras, de represiones y de represalias “cuando se pelean las comadres aparecen las verdades”, “Peléense los compadres y sáquense las verdades” –, recuentos y divulgaciones, en todo tipo de medio masivo de comunicación, de idilios y conflictos amorosos, ocurrencias de última hora y exigencias de “privacidad” se produce el discurso político latinoamericano. Pero el problema es mayor aún si consideramos que en el discurso verbo-corporal del ámbito de la política y la gobernación en América Latina se observan unas rupturas comunicativas que muestran, en estos tiempos supuestamente desarrollados, la carencia de principios y valores positivos dentro de un mismo “grupo”, en su mismo seno, en el interior del “grupo” –consideremos entonces la relación entre los “grupos”, en especial a la hora de tomar decisiones trascendentales para la vida y el desarrollo de la comunidad o de las comunidades, del pueblo o de los pueblos, del país, de las organizaciones, etc.–, las violaciones a los principios elementales registrados en los reglamentos que rigen las conductas de los miembros de los aparatos partidistas, políticos y gubernamentales y el histórico y tradicional rejuego entre “traidores” y “traicionados”, en donde es muy difícil saber quién es quién –a la corta o a la larga, se pasan de un partido a otro y cambian de ideologías “según la marea” y según la dirección que tome el “cuerno de la fortuna”, y también todos terminan hablando pestes de todos en muy poco tiempo: ¡viva la unión y la fraternidad! Si “el otro” o “la otra” se pasan a otro partido o defienden ciertos proyectos e ideas de otros partidos, entonces “traicionaron”; pero si soy “yo” el que me paso a otro partido o defiendo ciertos proyectos e ideas de otros partidos, entonces “no estoy traicionando al partido”, sino que estoy “pensando diferente”: ¡eso se llama intentar “verle la cara” a la gente...! Lo que sucede es que con frecuencia esta jugarreta sale muy bien, debido al “déficit de memoria” que padecemos los latinoamericanos–. Y en la política latinoamericana, de la misma manera que sucede en muchas empresas e instituciones educativas “reconocidas” (?), esos terribles, desagradables y degradantes conflictos resultantes de la incivilidad, la intolerancia –en cualquiera de sus manifestaciones y formas (Cisneros, 2005)–, la envidia y los odios personales, no solamente se producen entre grupos y personas diferentes, sino que también tienen lugar en el seno de un mismo grupo y entre individuos que, al parecer, eran semejantes: ¡viva la igualdad! Y claro, está más que demostrado que “el poder”, si no se controla cuidadosamente y en todos los sentidos, entonces corrompe, envilece: “el poder es una criatura viva que sólo puede nutrirse con proteína de poder como ella misma, y la fiera no sólo es carnívora: si no hay alimento a su disposición, se torna caníbal e incluso llega a la autofagia y es capaz de devorarse por completo a sí misma”. Y sucede que a la hora de desacreditar, descalificar u ofender, en nuestra América, una vez que se comienza, ya no hay término: ¡hasta la persona más moral y correcta –los menos, claro está– aquí recibe lo suyo! En América hasta los individuos más respetados por la historia y por el mundo entero son descalificados y ofendidos. Claro que ya conocemos la “cultura” (?), la “educación” (?), el “prestigio” (?) y los intereses de este tipo de ofensor... En algún momento oí a un funcionario latinoamericano decir en una conferencia que si nosotros los latinoamericanos queríamos entender los problemas de América Latina –se refería más concretamente a los problemas de su país de origen–, entonces que leyéramos el relato infantil Alicia en el país de las maravillas –de Lewis Carroll, escrito en 1865, un cuento que está basado en el “temor a crecer”–. “Con todo el respeto que se merece” –frase muy usada en México cuando se va a contradecir a alguien– ese funcionario, yo creo que si para entender los problemas de nuestra América vamos a recurrir al mundo de la imaginería infantil, a la literatura infantil, entonces Alí Babá y los cuarenta ladrones –novela árabe que a veces aparece en ciertas versiones de Las mil y una noches– es el texto ideal para estos efectos, con la diferencia de que toda idea o imaginación acerca de la trascendencia y poder de la frase “¡Ábrete sésamo!” en América Latina se queda corta, y de que acá en Iberoamérica son muchos los “Alíes” y muchos los “ladrones”, que son una verdadera plaga, que brotan como los grillos y las sabandijas de debajo de las piedras y que tal parece que se carece de un buen insecticida que acabe con ellos de una buena vez, y que superan en creces, tanto en cantidad como en calidad, a los personajes de la novela original. Claro que también los problemas políticos y gubernamentales de América podrían recordarnos, entre otros cientos de textos literarios, a El Idiota –novela del escritor ruso Fiodor Dostoievski–, a El Señor Presidente –del escritor guatemalteco Miguel Ángel Asturias– y a El gesticulador –del escritor mexicano Rodolfo Usigli–. Ahora, que si vamos a recurrir a textos científico-politológicos, escritos por adultos civilizados, investigadores, conocedores de este asunto de “los problemas” de nuestra América, y del mundo en general, y que están destinados a adultos civilizados “que sepan leer”, entonces los textos ideales serían los cientos y miles de materiales que han sido escritos por personas comprometidas con la vida y el desarrollo de la Humanidad, de muy diferentes esferas de la actividad humana, dentro y fuera de América Latina, como es el caso de los acertados e ingeniosos libros de Alvin Toffler, de Noam Chomsky..., y ciertos materiales que describen los problemas concretos de países y regiones, al nivel de utopías o distopías si se quiere –todo depende aquí de la cultura, de los valores, de los principios, de la formación, del compromiso social y del sentido crítico del lector...–, como Los grandes problemas nacionales –basado en la obra de Andrés Molina Enríquez–, Las grandes soluciones nacionales, de Samuel Schmidt, y Un mundo feliz –Brave New World, escrito en 1932–, del británico Aldous Huxley.
Las palabras más relacionadas con la imagen política latinoamericana –y con la imagen política internacional de toda América, incluyendo aquí a Estados Unidos– son traición y mentira. Y esto es viejo, nada nuevo:
DE QUÉ MODO LOS PRÍNCIPES DEBEN CUMPLIR SUS PROMESAS. Nadie deja de comprender cuán digno de alabanza es el príncipe que cumple la palabra dada, que obra con rectitud y no con doblez; pero la experiencia nos demuestra, por lo que sucede en nuestros tiempos, que son precisamente los príncipes que han hecho menos caso de la fe jurada, envuelto a los demás con su astucia y reído de los que han confiado en su lealtad, los únicos que han realizado grandes empresas (Maquiavelo, 1995: 30).
En la palabra traición hay mucho significado. La palabra traición, empleada por las partes involucradas en una traición, es decir traidores (?) y traicionados (?), incluyendo a esa parte que nunca sabe nada, que nunca tiene pareceres, que es apática, que es indiferente, designa las dos caras de una moneda: los “pareceres”. La palabra “traición”, a través de los tiempos, ha estado en boca de todos para calificar, en todos los sentidos, a los funcionarios, directivos, dirigentes y mandatarios gubernamentales, partidistas y religiosos:
[...] la traición y la negación son el meollo del arte político [...]
No traicionar es perecer: es desconocer el tiempo, los espasmos de la sociedad, las mutaciones de la historia. La traición, expresión superior del pragmatismo, se aloja en el centro mismo de nuestros modernos mecanismos republicanos [...]
¡Viva la traición! Sofocante o sorprendente, disimulada o confesa, brutal o negociada, esta antigua amante de los políticos se muestra hoy en toda su deslumbrante desnudez [...]
La traición es una tradición de la historia ....
¡Qué bueno que, por lo menos, nosotros los latinoamericanos ya sabemos que fueron los egipcios los primeros en manejar a la perfección la traición en su sociedad y en sus relaciones internacionales! (Jeambar y Roucaute, 1997: 47-48): nos ganaron los egipcios, porque de lo contrario habríamos asegurado que fuimos nosotros los latinos... ¡Es tanta la traición en este Hemisferio! La diferencia es que los egipcios empleaban también, junto a la traición burda, protocolos elevados de la traición. Aquí en América, sólo conocemos la parte burda. Eso de “protocolos elevados” parece que no se da en esta área, y no solamente en cuestiones de traición.
¿¡Credibilidad en la política de América!? ¡Pero ni de chiste! ¿¡Creer en “los que mandan” en América!? ¡Pero ni de chiste! (Imaz, 1964). ¿¡Creer en “eso” que llaman “democracia” (?) en América!? ¡Pero ni de chiste! (Meyer, 2007). ¿Qué usted no recuerda cómo es que se seleccionan a los dirigentes y políticos de América? Si no recuerda, vea el siguiente video: Time for Some Campaignin o Tiempo de Hacer Campaña, disponible en http://www.youtube.com/watch?v=Vqkg9eatJQs . Hace mucho tiempo ya que la mentira es componente idiosincrático de la historia político-gubernamental-administrativa en toda América, empezando por Estados Unidos –de la misma manera que, a su vez, la mentira es un rasgo bastante común, por el motivo que sea, de los latinoamericanos–. Aquí no me refiero exclusivamente a la mentira que se dice con las palabras, sino también a la mentira que se dice con los gestos, con gestos que desmienten lo que se dice con palabras (James, 2002: 72-73). Con frecuencia podemos detectar a través del rostro, de los gestos, de las muecas, las mentiras que se están pensando, que todavía no se han dicho, que se van a decir. Sucede a veces que los gestos que desmienten al discurso verbal son constantes, tanto en personas en particular como en grupos humanos en general, lo que quiere decir, entre otras cosas que tanto la persona como el grupo están afectados por la inseguridad, por el temor, por la dismorfobia, por la baja autoestima y por otras patología y síndromes. Queda claro que no es normal que en un mundo civilizado, que en un mundo globalizado, una persona, grupo o pueblo constantemente esté reflejando una tal disociación entre discurso verbal y discurso corporal: palabras por un lado y gestos por otro lado; las palabras dicen una cosa y los gestos dicen otra... Entre palabras y gestos tiene que haber, en situaciones discursivas normales, una armonía discursiva, una congruencia. Si no es así, entonces algo anda mal.
Para tratar a la “mentira” como un fenómeno comunicativo verbo-corporal –se dice mentiras con el lenguaje verbal y con el lenguaje corporal, con las palabras y con los gestos– generalizado y de alto impacto, lo primero que hice –como filólogo e imagólogo con más de treinta años en esta actividad– fue considerar las características socio-culturales y socio-lingüísticas del grupo que miente. En este caso, que estamos hablando de América, lo primero que salta a la vista de cualquiera, por poco observador que sea, es la variedad del continente: razas, etnias, economías, políticas, religiones, tradiciones, folclores, gastronomías, lenguas, dialectos..., se mezclan en un arco iris de mil colores. ¡Eso queda claro!
El hombre americano tiene, en promedio y por encima de todas sus diferencias, como denominador común a la religión judeo-cristiana –además de las archiconocidas y archipracticadas, en todas las épocas y en todas las esferas sociales, santerías amerindias y africanas–, en situación de sincretismo religioso, claro está, como sincrético también es el mismo Cristianismo, el mismo Catolicismo, si tomamos en cuenta que el Cristianismo nació en Israel, que Jesús era judío, y que Israel está en Asia, por lo que Jesús, entonces, es de origen asiático:
Las substituciones de unas religiones por otras, los procesos de mestizajes religiosos, las transculturaciones religiosas, los sincretismos..., generalmente van de la mano de “imposiciones”, de “obligaciones”, de “la fuerza del amo sobre el vasallo”, de “la fuerza del conquistador sobre el conquistado”... Todo esto, siempre va acompañado, además, de malos recuerdos, de penas, de tristezas, de temores, de incertidumbres, de confusiones, de falsedades, de traiciones, y de un odio terrible. Cuando te obligan a hacer lo que no quieres, “algo” pasa; y no precisamente ese “algo” es bueno. Por otro lado, no creo que haya ninguna persona con media educación, es decir que no sea ignorante, que imagine –si es que todavía no se ha dado cuenta de la realidad– que una religión que aspire a la universalidad, que quiera ser universal, que quiera tener el control de todos y cada uno de los seres a como dé lugar, pueda no ser violenta, pueda ser tolerante. ¡Imposible! Y ya hemos excavado en las historias de las religiones lo suficiente como para conocer –por lo menos las personas que saben leer, particularmente los políglotas, los “no analfabetos”, e inclusive los que siendo analfabetos saben “entender”– sus misterios y sus reales objetivos y aspiraciones (Saramago, 2004). ¡Esto es pan comido! Una religión con estas características es, como ha mostrado y sigue mostrando la historia, la actualidad, violenta e intolerante. Una cosa son las religiones integradoras, es decir que “aceptan a los demás”, y otra cosa son las religiones excluidoras, es decir que “no aceptan a los demás”, salvo que se conviertan... (Todorov, 1999: 106-136) [...]
Que no se nos olvide que en cuestión de religión y religiones “los secretos” aumentan mucho más en aquellos grupos que “simulando” tener “una sola religión” es evidente, inclusive ante los ojos de los más ignorantes e indiferentes, que profesan “cultos alternativos”. ¡Y justamente ésta es una característica histórica en América!, debido, ante todo, a la presencia y mezcla de grupos étnicos y socioculturales diferentes: amerindios, europeos, asiáticos, africanos..., con religiones muy diferentes, con sincretismos religiosos varios –y, claro está, también sincretismos lingüísticos, gestuales, protocolares... (Ruano, 2003e).
Nosotros los americanos, con tradiciones católicas, cristianas, protestantes, leemos la Biblia, en cualquiera de sus versiones e idiomas, desde temprana edad. Nosotros los americanos asistimos a los cultos religiosos y ahí, muy temprano, comenzamos a amar y también a temer a Dios, a respetar sus palabras; por eso, “se supone”, no debemos hacer las cosas que a Él no le gustan, las cosas que Él nos tiene prohibidas, para que no nos castigue, en la vida y en la muerte. La palabra sagrada, de la Biblia, la conocemos muy temprano, en la niñez, ya sea a través del discurso oral de las demás personas, principalmente en nuestras comunidades latinas a través de los rabinos, de los pastores, de los imanes, de los sacerdotes, de los guías religiosos y espirituales de muchas sectas, logias, comunidades y religiones amerindias y africanas, como la santería, etc., o a través de nuestra propia lectura: ¿qué es el Catecismo, por ejemplo? Justamente por esto nos llama la atención el alcance perturbador, disociante y tóxico de la mentira en nuestras sociedades en la actualidad, porque en la Biblia este tema se trata de manera radical, tajantemente, con implicaciones fuertes, hasta de muerte. ¿Es que acaso no respetamos las palabras recogidas en nuestros textos sagrados? ¿Es que acaso no se supone que somos religiosos? ¿Cuál es el verdadero objetivo de nuestra asistencia, con todo y familia, con todo e hijos, a las iglesias, a los templos? ¿Cuál es la imagen, el ejemplo, que se supone que queremos con nuestra “devota” asistencia a los centros de cultos religiosos judeo-cristianos?
La “mentira”, y sus implicaciones, se recoge en la Biblia con mucha frecuencia:
7 Huye de la mentira. No harás morir al inocente y al justo; porque yo aborrezco al impío (Éxodo, 23).
11 No hurtaréis. No mentiréis, y ninguno engañará a su prójimo (Levítico, 19).
3 que mientras haya aliento en mí, y me conserve Dios la respiración, 4 no han de pronunciar mis labios cosa injusta, ni saldrá de mi boca dolo ni mentira (Job, 27).
7 Tú aborrecerás a todos los que obran la iniquidad: tú perderás a todos aquellos que hablan mentira. Al hombre sanguinario y fraudulento, el Señor lo abominará (Salmos, 5).
16 Seis son las cosas que abomina el Señor, y otra además le es detestable. 17 Los ojos altaneros, la lengua mentirosa, las manos que derraman la sangre inocente, 18 el corazón que maquina perversos designios, los pies ligeros para correr al mal, 19 el testigo falso que forja embustes, y el que siembra discordias entre hermanos (Proverbios, 6).
4 La mano desidiosa produce la mendicidad; pero la mano activa acumula riquezas. Quien se apoya en mentiras, ese tal se alimenta de viento, y corre neciamente tras las aves que vuelan (Proverbios, 10).
22 Abomina el Señor los labios mentirosos; los que obran fielmente, esos le son gratos (Proverbios, 22).
5 Detesta el justo la mentira o calumnia; mas el impío, que infama, será infamado (Proverbios, 13).
5 No quedará impune el testigo falso, y no escapará del castigo quien habla la mentira (Proverbios, 19).
9 El testigo falso no quedará sin castigo, y perecerá el que habla la mentira (Proverbios, 19).
17 A primera vista grato es al hombre el pan de mentira; mas hincando el diente, se llena la boca de arena, o de chinitas (Proverbios, 20).
6 Quien allega tesoros a fuerza de mentir con su lengua, es un tonto e insensato, y caerá en los lazos de la muerte (Proverbios, 21).
7 Dos cosas te he pedido, oh Señor; no me las niegues en lo que me resta de vida. 8 Aleja de mí la vanidad y las palabras mentirosas. No me des ni pobreza ni riquezas; dame solamente lo necesario para vivir; 9 no sea que viéndome sobrado, me vea tentado a renegar de ti, y diga lleno de arrogancia; ¿Quién es el Señor? o bien que, acosado de la necesidad, me ponga a robar, y a perjurar el Nombre de mi Dios (Proverbios, 30).
11 Guardaos pues la murmuración, la cual de nada aprovecha, o daña mucho, y refrenad la lengua de toda detracción; porque ni una palabra dicha a escondidas se irá por el aire; y la boca mentirosa da muerte al alma (Sabiduría, 1).
13 No inventes mentiras contra tu hermano; ni lo hagas tampoco contra tu amigo. 14 Guárdate de proferir mentira alguna; porque el acostumbrarse a eso es muy malo (Eclesiástico, 7).
26 Es una tacha infame la mentira en el hombre; ella está de continuo en la boca de los mal criados. 27 Menos malo es el ladrón, que el hombre que miente a todas horas; bien que ambos a dos tendrán por herencia la perdición. 28 Deshonradas y viles son las costumbres de los mentirosos; siempre llevan consigo su propia confusión (Eclesiástico, 20).
44 Vosotros sois hijos del diablo, y así queréis satisfacer los deseos de vuestro padre: él fue homicida desde el principio, y creado justo no permaneció en la verdad; y así no hay verdad en él; cuando dice mentira, habla como quien es, por ser de suyo mentiroso, y padre de la mentira (San Juan, 8).
En esta siguiente parte aparece el castigo que les espera a “las parejas que mienten de mutuo acuerdo”. En América, como muestran las informaciones diarias en todo tipo de medio masivo de comunicación, es común que “ciertas parejas” con poder, que algunas parejas presidenciales, mientan en total acuerdo, ¡pero en grande! También se debe considerar aquí a los efectos del castigo al “pareja”, es decir a los policías y vigilantes del tráfico vial extorsionadores que piden “la mordida”. Hablando de “parejas”, tal y como están las cosas y a partir de los tremendos escándalos de homosexualidad y pederastia en la Iglesia católica, también hablaríamos de las “parejitas” afectivo-sexuales –reconocidas y secretas, activas y pasivas– entre los sacerdotes, pastores y guías religiosos. Bueno, en este caso, parece que a estos pecadores les espera una muerte repentina, por mentirosos, más no por parejas:
1 Un hombre llamado Ananías, con su mujer Safira, vendió también un campo. 2 Y, de acuerdo con ella, retuvo parte del precio; y trayendo el resto, lo puso a los pies de los Apóstoles. 3 Mas Pedro le dijo: Ananías, ¿cómo ha tentado Satanás tu corazón, para que mintieses al Espíritu Santo, reteniendo parte del precio de ese campo? 4 ¿Quién te quitaba el conservarlo? Y aunque lo hubieses vendido, ¿no estaba su precio a tu disposición? ¿Pues a qué fin has urdido en tu corazón esta trampa? No mentiste a hombres, sino a Dios. 5 Al oír Ananías estas palabras, cayó en tierra y expiró. Con lo cual todos los que tal suceso supieron, quedaron en gran manera atemorizados. 6 En la hora misma vinieron unos mozos, y lo sacaron y llevaron a enterrar.
7 No bien pasaron tres horas, cuando su mujer entró, ignorante de lo acaecido. 8 Le dijo Pedro: Dime, mujer, ¿es así que vendisteis el campo por tanto? Sí, respondió ella, por eso precio lo vendimos. Entonces Pedro le dijo: ¿Por qué os habéis concertado para tentar al Espíritu del Señor? He aquí a la puerta los que enterraron a tu marido; y ellos mismos te llevarán a enterrar. 10 Al momento cayó a sus pies, y expiró. Entrando luego los mozos, la encontraron muerta, y sacándola, la enterraron al lado de su marido. 11 Lo que causó gran temor en toda la Iglesia, y en todos los que tal suceso oyeron (Hechos de los Apóstoles, 5).
9 No mintáis los unos a los otros, en suma, desnudaos del hombre viejo con sus acciones, 10 y vestíos del nuevo, de aquél que por el conocimiento de la fe se renueva según la imagen del Señor que lo creó (Colonenses, 3).
14 Mas si tenéis un celo amargo, y el espíritu de discordia en vuestros corazones; no hay para qué gloriaros, y levantar mentiras contra la verdad (Santiago, 3).
21 No os he escrito como a ignorantes de la verdad, sino como a los que la conocen y la saben: porque ninguna mentira procede de la verdad que es Jesucristo (San Juan, 2).
En esta parte no es fácil saber cuánto castigo les espera a “ciertos personajes” de nuestra América, que son “toda una joyita”, unos “verdaderos estuchitos de monerías”, que, como el taco mexicano, ya vienen “con todo y todo”:
8 Mas en orden a los cobardes, e incrédulos, y execrables o desalmados, y homicidas, y deshonestos, y hechiceros, e idólatras, y a todos los embusteros, su suerte será en el lago que arde con fuego, y azufre: que es la muerte segunda y eterna (Apocalipsis, 21).
Aprovechando lo de “el lago que arde con fuego”, otra vez recordamos la canción de Celia Cruz: “¡Qué le den candela, qué le den castigo, qué lo metan en una olla y que se cocine en su vino...! ¡Qué le den candela, qué le den castigo, qué lo cuelguen de una cometa y que luego corten el hilo...! ¡Azúcar, azúcar...!”
¿Es que acaso olvidamos los Diez Mandamientos y la historia de Jonás? (Ruano y Rendón, 2006):
-
Amarás a Dios sobre todas las cosas.
-
No tomarás el Nombre de Dios en vano.
-
Santificarás las fiestas.
-
Honrarás a tu padre y a tu madre.
-
No matarás.
-
No cometerás actos impuros.
-
No robarás.
-
No dirás falso testimonio ni mentirás.
-
No consentirás pensamientos ni deseos impuros.
- No codiciarás los bienes ajenos (Éxodo, 20).
Como hemos visto, los mentirosos habituales de todo el aparato político-gubernamental-administrativo de América parece que pasaron de noche el Catecismo y los estudios bíblicos. Claro que también podríamos preguntarnos aquí: 1. ¿Quiénes les enseñaron a los mentirosos y pillastres empedernidos de América la palabra del Señor? Esperemos que no haya sido ninguno de los curas mentiroso, corruptos y pederastas de los que tanto se habla todos los días en América y en el mundo entero; 2. ¿Fue “El maestro Quiñones”, el que no sabía leer y daba lecciones?; 3. ¿Fue “El maestro Ciruela”, el que no sabía leer y puso escuela”? En fin, ya que el daño está hecho, esperemos que el “maístro” no haya sido alguien del primer caso, ¡por aquello de los “daños mayores” y la afectación al pudor!
¿Entonces, qué es y cómo funciona la mentira?
La mentira es cualquier información comunicada que no es cierta, existen diferentes grados y tipos de mentiras [...] Forman parte del repertorio emocional y en todos quienes la emplean el principio es el mismo: distorsionar la realidad y dotarla de validez aparente. Sin embargo, hay que tomar en cuenta la intención, el grado de conciencia de lo que se está diciendo o haciendo y los efectos de la acción sobre terceros [imaginemos entonces la envergadura de una mentira dicha a todo un pueblo] [...]
[...] Desenmascarar algunas mentiras, aunque sean inofensivas, puede traducirse en humillación para alguien.
La comunicación no verbal desempeña un papel muy importante cuando enviamos y recibimos mensajes falsos [...] Las personas no siempre son sensibles para detectar el engaño [...] Tenemos estereotipos de los mentirosos; suponemos que utilizan movimientos oculares y hablan rápido, y suponemos que las personas sinceras, como nos miran directamente a los ojos, transmiten el mensaje con énfasis e incluyen detalles adecuados. Sin embargo, los buenos mentirosos [y tenemos 4 grandes tipos de mentiroso] usan estos estereotipos en contra de nosotros para crear una falsa impresión [...]
[...] Entre las respuestas que percibimos como deshonestas se incluyen: sonreír, temblor de la voz, nerviosismo, pausas largas, respuestas rápidas, demasiado cortas o largas o demasiado elaboradas ....
No haga de la “mentira” una característica de su personalidad. “Más rápido se atrapa a un mentiroso que a un cojo”. Recuerde que los mentirosos se clasifican en 4 grandes tipos:
• Mentiroso ocasional. Miente de vez en cuando para evitar situaciones desagradables o porque no quiere reconocer que se ha equivocado.
• Mentiroso habitual. Miente con mucha frecuencia. Debido a que tiene práctica en el mentir, casi no se le pueden notar sus mentiras ni a través de sus palabras, ni de su voz ni de sus gestos.
• Mentiroso empedernido. Miente con tanta frecuencia que ya no es consciente de sus mentiras. Dice lo que primero se le ocurre. Como no prepara sus mentiras, éstas suelen ser obvias. Se identifican fácilmente sus contradicciones. En Latinoamérica es muy común este tipo de mentiroso.
• Mentiroso profesional. Es el más difícil de identificar. No miente de manera indiscriminada, como el mentiroso empedernido. Este tipo de mentiroso prepara muy bien las mentiras y sabe perfectamente qué va a decir en cada caso concreto. Las mentiras bien calculadas y preparadas no se revelan a través del lenguaje verbal ni del lenguaje corporal. El único modo de detectar estas mentiras es contrastar las afirmaciones del mentiroso con otras fuentes totalmente independientes (Ruano, 2005a).
En México vivimos en un universo donde nada garantiza la primacía de la verdad en relación con la mentira; mentimos sin cesar; mentimos porque no hay razón alguna para decir la verdad. Esta “magia” que gusta tanto a los forasteros ricos, esta pérdida de la noción de los límites entre lo verdadero y lo falso, la encontramos no sólo en los cuadros, en los alebrijes, sino en la vida real, en la prensa, en la justicia. Si los surrealistas, si los forasteros ricos no estuvieran protegidos por su dinero y su calidad de extranjeros, si fueran víctimas de nuestras mentiras legales, mediáticas, sociales, no las llamarían “magia”, ni les gustaría tanto [...]
[...] la mentira es una técnica mágica, un falso control sobre la realidad. El hombre domina su destino transformando su medio y transformándose a la vez; en lugar de este dominio, el mentiroso se complace en una realidad ficticia; su mentira se vuelve el equivalente de las alucinaciones de aquel que delira. La mentira es una ilusión de poder, a falta de poder real.
[...] Llamar a un gato “gato”, es perfecto en zoología. En política, puede tener consecuencias desastrosas. ¿Acaso estoy diciendo que la excepción política permite la mentira? No; estoy hablando de la imposibilidad de erigir la prohibición de la mentira como principio incondicional [...]
El deber de decir la verdad aparece como la piedra angular de todo el edificio social. Sin él, no hay intercambio posible: ningún contrato, ninguna compra-venta, ningún matrimonio o herencia, ninguna vida en común. Pero, ¿qué es mentir? [...] mentir consiste en decir lo contrario de lo que se piensa, no lo contrario de lo que es [...]
[...] La mentira vuelve imposible la condición social por excelencia que es el contrato, instala lo arbitrario en las relaciones sociales [...] la mentira destruye la legalidad y excluye el derecho ....
Los mexicanos mienten por fantasía, por desesperación o para superar su vida sórdida [...]
Nuestras formas jurídicas y morales [...] mutilan con frecuencia nuestro ser, nos impiden expresarnos y niegan satisfacción a nuestros apetitos vitales [...]
[...] ¿hasta qué punto el mentiroso de veras miente, de veras se propone engañar?; ¿no es él la primera víctima de sus engaños y no es a sí mismo a quien engaña? El mentiroso se miente a sí mismo: tiene miedo de sí.
[...] La simulación [...] es una de nuestras formas de conducta habitual. Mentimos por placer y fantasía, sí, como todos los pueblos imaginativos, pero también para ocultarnos y ponernos al abrigo de intrusos. La mentira posee una importancia decisiva en nuestra vida cotidiana, en la política, el amor, la amistad. Con ella no pretendemos nada más engañar a los demás, sino a nosotros mismos. De ahí su fertilidad y lo que distingue a nuestras mentiras de las “¿groseras invenciones de otros pueblos?” La mentira es un juego trágico, en el que arriesgamos parte de nuestro ser. Por eso es estéril su denuncia.
El simulador pretende ser lo que no es. Su actividad reclama una constante improvisación, un ir hacia adelante siempre, entre arenas movedizas. A cada minuto hay que rehacer, recrear, modificar el personaje que fingimos, hasta que llega un momento en que realidad y apariencia, mentira y verdad, se confunden. De tejido de invenciones para deslumbrar al prójimo, la simulación se trueca en una forma superior, por artística, de la realidad. Nuestras mentiras reflejan, simultáneamente, nuestras carencias y nuestros apetitos, lo que no somos y lo que deseamos ser. Simulando, nos acercamos a nuestro modelo y a veces el gesticulador, como ha visto con honduras Usigli, se funde con sus gestos, los hace auténticos. La muerte del profesor Rubio lo convierte en lo que deseaba ser: el general Rubio, un revolucionario sincero y un hombre capaz de impulsar y purificar a la revolución estancada. En la obra de Usigli el profesor Rubio se inventa a sí mismo y se transforma en general; su mentira es tan verdadera que Navarro, el corrompido, no tiene más remedio que volver a matar en él a su antiguo jefe, el general Rubio. Mata en él la verdad de la Revolución.
Si por el camino de la mentira podemos llegar a la autenticidad, un exceso de sinceridad puede conducirnos a formas refinadas de la mentira [...]
La simulación es una actividad parecida a la de los actores y puede expresarse en tantas formas como personajes fingimos. Pero el actor, si lo es de veras, se entrega a su personaje y lo encarna plenamente, aunque después, terminada la representación, lo abandone como su piel la serpiente. El simulador jamás se entrega y se olvida de sí, pues dejaría de simular si se fundiera con su imagen. Al mismo tiempo, esa ficción se convierte en una parte inseparable –y espuria– de su ser: está condenado a representar toda su vida, porque entre su personaje y él se ha establecido una complicidad que nada puede romper, excepto la muerte o el sacrificio. La mentira se instala en su ser y se convierte en el fondo último de su personalidad.
Simular es inventar o, mejor, aparentar y así eludir nuestra condición. La disimulación exige mayor sutileza: el que disimula no representa, sino que quiere hacerse invisible, pasar desapercibido, sin renunciar a su ser. El mexicano excede en el disimulo de sus pasiones y de sí mismo. Temeroso de la mirada ajena, se contrae, se reduce, se vuelve sombra y fantasma, eco. No camina, se desliza; no propone, insinúa; no replica, rezonga; no se queja, sonríe; hasta cuando canta –si no estalla y se abre el pecho– lo hace entre dientes y a media voz, disimulando su cantar:
Y es tanta la tiranía
de esta disimulación
que aunque de raros anhelos
se me hincha el corazón,
tengo miradas de reto
y voz de resignación.
Quizá el disimulo nació durante la Colonia. Indios y mestizos tenían, como en el poema de Reyes, que cantar quedo, pues “entre dientes mal se oyen palabras de rebelión”. El mundo colonial ha desaparecido, pero no el temor, la desconfianza y el recelo. Y ahora no solamente disimulamos nuestra cólera sino nuestra ternura. Cuando pide disculpas, la gente del campo suele decir: “Disimule usted, señor”. Y disimulamos. Nos disimulamos con tal ahínco que casi no existimos.
En sus formas radicales el disimulo llega al mimetismo. El indio se funde con el paisaje, se confunde con la barda blanca en que se apoya por la tarde, con la tierra obscura en que se tiende a mediodía, con el silencio que lo rodea. Se disimula tanto su humana singularidad que acaba por abolirla y se vuelve piedra, pirú, muro, silencio: espacio [...]
[...] El mexicano tiene tanto horror a las apariencias, como amor le profesan sus demagogos y dirigentes. Por eso se disimula su propio existir hasta confundirse con los objetos que lo rodean. Y así, por miedo a las apariencias, se vuelve sólo Apariencia. Aparenta ser otra cosa e incluso prefiere la apariencia de la muerte o del no ser antes que abrir su intimidad y cambiar. La disimulación mimética, en fin, es una de tantas manifestaciones de nuestro hermetismo. Si el gesticulador acude al disfraz, los demás queremos pasar desapercibidos. En ambos casos ocultamos nuestro ser. Y a veces lo negamos. Recuerdo que una tarde, como oyera un leve ruido en el cuarto vecino al mío, pregunté en voz alta: “¿Quién anda por ahí?” Y la voz de una criada recién llegada de su pueblo contestó: “No es nadie, señor, soy yo”.
No sólo nos disimulamos a nosotros mismos y nos hacemos transparentes y fantasmales: también disimulamos la existencia de nuestros semejantes [...] Los disimulamos de manera más definitiva y radical: los niguneamos. El ninguneo es una operación que consiste en hacer de Alguien, Ninguno. La nada de pronto se individualiza, se hace cuerpo y ojos, se hace Ninguno.
Don Nadie, padre español de Ninguno, posee don, vientre, honra, cuenta en el banco y habla con voz fuerte y segura. Don Nadie llena al mundo con su vacía y vocinglera presencia. Está en todas partes y en todos los sitios tiene amigos. Es banquero, embajador, hombre de empresa. Se pasea por todos los salones, lo condecoran en Jamaica, en Estocolmo y en Londres. Don Nadie es funcionario o influyente y tiene una agresiva y engreída manera de no ser. Ninguno es silencio y tímido, resignado. Es sensible e inteligente. Sonríe siempre. Espera siempre. Y cada vez que quiere hablar, tropieza con un muro de silencio; si saluda encuentra una espalda glacial; si suplica, llora o grita, sus gestos y gritos se pierden en el vacío que don Nadie crea con su vozarrón. Ninguno no se atreve a no ser: oscila, intenta una vez y otra vez ser Alguien. Al fin, entre vanos gestos, se pierde en el limbo de donde surgió.
Sería un error pensar que los demás le impiden existir. Simplemente disimulan su existencia, obran como si no existiera. Lo nulifican, lo anulan, lo ningunean. Es inútil que Ninguno hable, publique libros, pinte cuadros, se ponga de cabeza. Ninguno es la ausencia de nuestras miradas, la pausa de nuestra conversación, la reticencia de nuestro silencio. Es el nombre que olvidamos siempre por una extraña fatalidad, el eterno ausente, el invitado que no invitamos, el hueco que no llenamos. Es una omisión. Y sin embargo, Ninguno está presente siempre. Es nuestro secreto, nuestro crimen y nuestro remordimiento. Por eso el Ninguneador también se ningunea; él es la omisión de Alguien. Y si todos somos Ninguno, no existe ninguno de nosotros. El círculo se cierra y la sombra de Ninguno se extiende sobre México, asfixia al Gesticulador y lo cubre todo. En nuestro territorio, más fuerte que las pirámides y los sacrificios, que las iglesias, los motines y los cantos populares, vuelve a imperar el silencio, anterior a la historia [...]
La desconfianza, el disimulo, la reserva cortés que cierra el paso al extraño, la ironía, todas, en fin, las oscilaciones psíquicas con que al eludir la mirada ajena nos eludimos a nosotros mismos, son rasgos de gente dominada, que teme y que finge frente al señor. Es revelador que nuestra intimidad jamás aflore de manera natural, sin el acicate de la fiesta, el alcohol o la muerte. Esclavos, ciervos y razas sometidas se presentan siempre recubiertos por una máscara, sonriente o adusta. Y únicamente a solas, en los grandes momentos, se atreven a manifestarse tal como son. Todas sus relaciones están envenenadas por el miedo y por el recelo. Miedo al señor, recelo ante sus iguales. Cada uno observa al otro, porque cada compañero puede ser también un traidor. Para salir de sí mismo el ciervo necesita saltar barreras, embriagarse, olvidar su condición. Vivir a solas, sin testigos. Solamente en la soledad se atreve a ser.
La indudable analogía que se observa entre ciertas de nuestras actitudes y las de los grupos sometidos al poder de un amo, una casta o un Estado extraño, podría resolverse en esta afirmación: el carácter de los mexicanos es u producto de las circunstancias sociales imperantes en nuestro país; la historia de México, que es la historia de esas circunstancias, contiene la respuesta a todas las preguntas. La situación del pueblo durante el período colonial sería así la raíz de nuestra actitud cerrada e inestable. Nuestra historia como nación independiente contribuiría también a perpetuar y hacer más neta esta psicología servil, puesto que no hemos logrado suprimir la miseria popular ni las exasperantes diferencias sociales, a pesar de siglo y medio de luchas y experiencias constitucionales. El empleo de la violencia como recurso dialéctico, los abusos de autoridad de los poderosos –vicio que no ha desaparecido todavía– y finalmente el escepticismo y la resignación del pueblo, hoy más visible que nunca debido a las sucesivas desilusiones postrevolucionarias, completarían esta explicación histórica [...]
La enfermedad que roe a nuestras sociedades es constitucional y congénita [...] Es una enfermedad que ha resistido a todos los diagnósticos [...] Extraño padecimiento que nos condena a desarrollarnos y a prosperar sin cesar para así multiplicar nuestras contradicciones, enconar nuestras llagas y exacerbar nuestra inclinación a la destrucción. La filosofía del progreso muestra al fin su verdadero rostro: un rostro en blanco, sin facciones. Ahora sabemos que el reino del progreso no es de este mundo [...]
Las crisis políticas son crisis morales [...] Cuando una sociedad se corrompe, lo primero que se gangrena es el lenguaje [...]
En el campo hay inquietud y descontento; en muchos lugares esa inquietud es ya exasperación y en otros el descontento se traduce con frecuencia en actos de violencia desesperada [...] medio México semidesnudo, analfabeto y mal comido contempla desde hace años los progresos del otro medio ....
El lenguaje formal y oscuro probablemente sea el arma principal de autodefensa del mexicano. Usando palabras y frases [con sus respectivos gestos, por supuesto] que, aparentemente, carecen de sentido, puede proteger sus emociones, evitar el riesgo de comprometerse e incluso prodigar alabanzas sin sentirse servil. El concepto es sencillo: el lenguaje tiene vida propia, casi como si las palabras, y no las personas, se comunicaran entre sí. Incluso las pinturas prehispánicas ilustraban la conversación por medio de globos que revoloteaban en suspenso frente a los oradores. Las promesas huecas y las mentiras francas salen fácilmente, puesto que las palabras no tienen valor intrínseco propio. La franqueza o la sinceridad excesivas se consideran groseras e incluso las discusiones importantes deben ir precedidas de charlas sobre la familia o chismes políticos. El lenguaje sirve de campo neutral donde las personas pueden relacionarse sin peligro de confrontación.
En la vida pública, la independencia de las palabras es crucial, toda vez que los altos funcionarios esperan verse adulados. Los talentos atribuidos a cada Presidente –mientras está en el poder– rayan en lo ridículo. Sin embargo, no se espera que la manada de acólitos que rodea a cada jefe justifique su servilismo después de que el funcionario deje el poder; simplemente transfiere su adulación al siguiente jefe. La retórica usada por los funcionarios para discutir las cuestiones públicas es causa de más estupefacción. Cualquier político aspirante puede lanzarse a la oratoria al instante, con la intención de llenar el aire con palabras y frases bellas, en lugar de explicativas. Como el uso de un lenguaje directo implicaría un compromiso, gran parte de los discursos oficiales son conceptuales, y defienden principios y valores que la mayoría de los gobiernos ignoran en la práctica. Las plataformas electorales se construyen en torno a frases grandilocuentes sostenidas por ilusiones. Innumerables mensajes –desde pontificaciones nacionalistas de figuras históricas hasta admoniciones morales directas– se pintan en los muros, como si tuvieran la facultad de influir en el pensamiento del mexicano común y corriente.
Cuando se debe transmitir un mensaje político real, generalmente está disfrazado con una clave secreta que incluso quienes hablan español fluidamente, pero no son de México, deben luchar por descifrar [aunque la mayoría de los mexicanos nativos de este país y residentes en él, inclusive con educación superior, tampoco pueden descifrar, y los cercanos al discursante, de su mismo grupo, interpretan y decodifican de las maneras más disímiles, rayando en ciertos casos en la ridiculez, el cantinfleo, la burla y el humor negro: “lo que el presidente quiso decir...”]. Los Presidentes pueden referirse a “emisarios del pasado” o “espejos externos”. El dirigente del partido gobernante, en cierta ocasión, atacó virulentamente a “quienes desde camarillas oscuras establecen alianzas vergonzantes que el pueblo rechaza”, referencia que sólo un puñado de políticos pudo entender. (Se refería a una reunión entre políticos conservadores de la oposición y diplomáticos de Estados Unidos.) A veces, las palabras elegidas incluso pueden contradecir el significado pretendido, haciendo que los no iniciados lleguen a la conclusión equivocada. En otras ocasiones, una fuerte negación –“No hay crisis”– sirve para confirmar el reconocimiento oficial del problema. Los periódicos del país, por regla general, contribuyen poco al esclarecimiento: usualmente evitan los peligros del análisis y los reportajes a fondo, publicando interminables entrevistas, mientras que, con frecuencia, hay que descifrar las columnas políticas más pertinentes para poderlos entender.
La cautela es la norma. Cuando se invita a funcionarios mexicanos a hablar en el extranjero, por más incisivas que sean las preguntas que se les hagan, jamás conducirán a la aceptación de fracasos del sistema. Incluso los historiadores, los politólogos y los mismos sociólogos mexicanos son renuentes a ser francos en público, y algunos evitan presentarse en un podio con políticos de la oposición interesados en poner en vergüenza al régimen. Debido a los riesgos que entraña el definirse, los tratados académicos más importantes sobre México los han escrito extranjeros. Empero, todo este ritual sirve para un propósito político importante: proporciona una cortina de humo tras la cual se puede ejercer el poder real, al tiempo que se conserva la ilusión de un debate político. Y, aunque cada Presidente puede determinar el tinte ideológico de su gobierno, la inmutable retórica le presta continuidad al sistema, aunque sólo sea porque perpetúa sus mitos.
El lenguaje de la vida pública refleja, en esencia, el lenguaje que emplean los mexicanos en sus relaciones cotidianas. Es un lenguaje formal que puede ocultar infinidad de sutilezas. Algunas frases ornadas son usadas de manera inconsciente [...] Los significados se ocultan entre líneas, en pausas, énfasis o entonación, incluso en sonidos o gestos extraños [...] En estas contorsiones lingüísticas sin fin, la fascinación del mexicano por el detalle y su obsesión por los matices son satisfechos constantemente (Riding, 2002: 22-25).
En el mundo empresarial hay muchos embusteros. La sinceridad total no sería práctica. Aún así, la mentira viene por estratos. Incluso en las empresas de política «limpia», la integridad se aplicará tal vez a los grandes principios, como la formación de los precios, la negociación de contratos y la comunicación con el personal, pero quedarán las pequeñas mentiras, como asegurar que un puesto de trabajo «no tiene ningún problema» cuando resulta que va a ser un semillero de discordias, o hay que sonreír a unos clientes que son unos bandoleros.
Algunos hombres de empresa son embusteros vocacionales, hábiles, de primera clase, falsarios decididos a darnos gato por liebre. Con frecuencia han estudiado las técnicas del embuste y han llegado a dominarlas. Se les encuentra entre los ejecutivos de ventas, los políticos y los altos directivos así como en otras muchas colocaciones.
Están luego los «pillastres honrados», los que mienten pero de manera tal que dan a entender que están mintiendo. Es el típico vendedor «vendedor a puerta fría» que le coloca a una la vajilla de loza diciendo que es porcelana inglesa. Pero no se lo tenemos en cuenta, porque sabemos que está diciendo embustes.
No existe un método infalible para atrapar al mentiroso. Con el tiempo, sin embargo, suelen traicionarse ellos mismos. Hasta a los mejores les resulta difícil actuar sin dejar «filtraciones», es decir, señales reveladoras (James, 2002: 157-158).
[¿Por qué es que los mexicanos tenemos fama de mentirosos, tanto dentro de México como fuera de México? ¿Somos realmente mentirosos los mexicanos? ¿Los mismos mexicanos se consideran a sí mismos mentirosos? Veamos lo que al respecto dice la mexicana Sara Sefchovich, en su libro País de mentiras]
I. El piso para la mentira [p. 281]
No definir
¿Qué es lo que hace posible que exista la mentira?
Hay conductas colectivas que sustentan este modo de funcionamiento en nuestra cultura [en México]. Por ejemplo, no se acostumbra delimitar y definir, no se estila la claridad. Allí están las leyes ambiguas, que dejan enormes huecos por dar fe de ello: “En su afán de conmemorar el Día Internacional de la Mujer de su primer año de gobierno con alguna medida que impresionara mucho, el presidente Calderón envió una iniciativa de ley tan favorable a las mujeres, que terminó por proponer castigos severos a quien lastime a una niña pero le negó ese privilegio a los niños, defendió a la mujer víctima de la violencia física pero el hombre golpeado sólo le suscita desprecio, cree que el hombre que le es infiel a su mujer incurre en un delito grave que merece sanción penal pero la mujer que engaña al marido está libre de culpa. ¿Qué justifica que el secuestro de niños, ancianos y mujeres sea castigado con una pena más alta que el secuestro de varones?”.
La poca claridad sucede también respecto a las funciones, atribuciones y límites que le corresponden a las instituciones y oficinas burocráticas de todo tipo y nivel: ¿qué exactamente debe hacer esta dirección, aquel organismo, esa comisión? No se sabe bien a bien [...]
En el caso de las personas, la falta de claridad en las funciones que se deben cumplir en cada puesto genera un enorme desconcierto, al que se agrega el miedo a equivocarse que podría costar el enojo del jefe e incluso la chamba [...]
No evaluar
Tampoco hay [en México] ningún mecanismo para rendir cuentas, para revisar si se cumplieron las promesas, si se llevaron a cabo los planes, si se hizo lo que se tenía que hacer en el cargo que se tuvo y si lo que se dijo que se hizo efectivamente fue así. Por eso cualquiera puede ofrecer la luna y las estrellas, al fin que nadie va a revisar después si lo hizo, si hubo concordancia entre lo propuesto y los resultados conseguidos, entre las promesas y los hechos, entre los informes y la realidad. Y también por eso cualquiera puede no hacer nada en su puesto, e incluso hacer algo desfavorable (como negociar en lo oscurito o favorecer a alguien o gastarse el dinero en algo diferente a lo planeado) pues ni quien se entere y si se entera, nada sucede [...]
II. La mentira como código [p. 299]
Una estructura colectiva
¿Significa todo lo que hemos dicho que podemos acusar de mentirosos a nuestros funcionarios, a nuestros políticos, a nuestros jueces, a nuestros eclesiásticos, a nuestros empresarios, a nuestros intelectuales y científicos, a nuestros medios de comunicación, a nosotros mismos los ciudadanos de este país [México]?
No, aunque parezca.
Porque la mentira, para que ocurra como ocurre y sea como es, es porque existe eso que Néstor García Canclini llama “un piso social” que la sustenta. Nuestros poderosos no podrían mentir si no fuera un código y una práctica socialmente compartidos, socialmente aceptados y firmemente establecidos que permiten que las cosas sean así.
Dicho de otro modo: cuando la mentira no es una conducta extraña que se cuestiona y hasta castiga sino que es un discurso de todos, repetido y reiterado, ya no es una decisión individual de quien la emite ni es tampoco algo que una persona pueda decidir cambiar. Porque para que esto suceda como sucede y sea como es, es porque se trata de un código cultural como diría Eco, de una “forma social de funcionamiento” como dirían Levi-Strauss y Bourdieu, de un esquema como diría Hjemslev, de una “estructura sociocultural” como diría García Canclini, de “una trama de significación” como diría Geertz, de “un paquete cultural” como diría Gamson, entendido esto como “el conjunto de sistemas para hablar, pensar, escribir y actuar, los dispositivos mediante los cuales se organizan los datos provenientes de la realidad”, y que parafraseando a Marx, se produce “más allá de la voluntad y hasta de la conciencia”.
Y es que, como afirmó Octavio Paz, toda sociedad funciona con un sistema de prohibiciones y autorizaciones, de lo que se puede hacer y lo que no se puede hacer, de lo que se puede decir y lo que no se puede decir y también de lo que se debe hacer y decir. Y las personas individuales no pueden librarse, no pueden estar por fuera ni por encima de ese sistema en la medida en que están insertas en y condicionadas por la sociedad, la historia y la cultura a la que pertenecen, porque dice Ariel Dorfman: “los modelos de comportamiento dominantes no se encuentran flotando en una entidad abstracta y lejana (sino que) anidan en esto que somos nosotros mismos”.
La cultura mexicana no sólo genera y permite sino que exige, aplaude y premia ese modo de funcionar. Si en México se miente es porque se puede mentir y más todavía, porque se tiene que mentir. En nuestro sistema cultural, de percepción, pensamiento y valores las cosas son así, o como diría Enrique Alduncin, así es como seleccionamos entre las alternativas posibles de modos y medios para la acción y así es como tomamos nuestras decisiones y elaboramos y justificamos nuestras conductas.
Estamos pues, hablando de un gran discurso colectivo, de una práctica en la que existe una base de acuerdo triple: la de que ése es un modo aceptado de funcionar, la de que ése es el modo de actuar de quienes tienen poder y también lo es de quienes los escuchamos y aceptamos. Es una práctica al mismo tiempo argumentativa, ideológica y simbólica.
Razones históricas
Este modo de ser del discurso público mexicano tiene sus raíces no en supuestas insuficiencias o complejos de quienes vivimos en este país y conformamos eso que se llama “el pueblo mexicano” –interpretación que prevaleció durante décadas, desde los años treinta a los años sesenta del siglo XX y que no ha muerto del todo– sino en muy concretas razones históricas.
Como diría Michel Foucault, el discurso de la mentira ha sido y es posible y factible porque durante quinientos años se han ido construyendo pacientemente sus condiciones de posibilidad culturales y mentales, de modo que recurrir a ella no es un modo de funcionar coyuntural y ni siquiera reciente, sino que es una forma enraizada en la historia.
Y es que nuestra cultura nació de una conquista violenta que hizo hasta lo imposible por liquidar a las civilizaciones que existían en el territorio, a sus religiones, costumbres y tradiciones y que además las humilló y descalificó, sometiendo a todo lo americano “a un proceso de desvalorización implacable”, a partir de un “exacerbado y puntilloso complejo de genérica superioridad europea”.
Eso obligó a los conquistados por una parte, a aprender un código en el cual pudieran esconder la vieja cultura y la vieja religiosidad, que estaban prohibidas, así como la rebeldía o desobediencia, que eran severamente castigadas y por otra parte, a usar palabras del idioma recién aprendido, de manera tal que dijeran aquello que los nuevos amos querían escuchar. Y el modo persistió y persiste hasta hoy, pues como dijo Octavio Paz: “La colonia ha terminado, no así el miedo ni la sospecha”.
La otra raíz histórica de este modo de funcionar, tiene que ver con el carácter profundamente autoritario de la cultura nacional, herencia tanto de las civilizaciones originarias como de la impuesta por los conquistadores. La nuestra ha sido una cultura en la que siempre alguien manda y decide y es dueño de todo el poder: tlatoanis, virreyes, caciques, presidentes, jefes. Ninguno de ellos es un servidor público, sino “amo y señor” dice Julio Scherer, el que “nombra, protege, concede, facilita y coarta” dice Carlos Monsiváis, el que “resuelve y decide todo, desde lo nimio hasta lo trascendental” escribe Luis Spota, “y su poder es tan enorme, que si quisiera podría torcer el destino que le viniera en gana”.
En una cultura así, moverse o no moverse, decir o no decir, hacer o no hacer, pueden afectar seriamente a una persona, al grado de que la posición, el empleo, la vida misma, dependen de haber hecho lo correcto en la opinión y desde la perspectiva del que manda. Por eso la necesidad de mentir, pues con tal de asegurarse y hasta salvar el pellejo, es necesario engañar o simular, exagerar o minimizar, ocultar o tergiversar, no dar información suficiente o decir medias verdades, diluir responsabilidades o de plano negar.
Por fin, una razón histórica más, es el imperialismo. Aunque la palabra pueda parecer pasada de moda, no así su realidad que es “la dominación de un Estado sobre otro para establecer una hegemonía económica, política y cultural”.
Nosotros [los mexicanos] siempre hemos estado dominados y presionados por algún imperio. O como lo pone Enrique Semo: “En cada etapa de desarrollo de la formación socioeconómica latinoamericana está presente la relación metrópoli-colonia”. Y si bien es cierto, como lo señaló Hanna Arendt, que existen muchas diferencias entre ellos, es un hecho que nos han sometido a sus designios y que han puesto y ponen sus intereses por encima de los nuestros y nos obligan a seguirlos [...]
Razones lingüísticas
La España que nos conquistó no sólo impuso sus modos de gobierno y sus creencias religiosas sino también su idioma. Y el lenguaje es más que un conjunto de palabras y reglas gramaticales, es un sistema con el cual las personas representan y comprenden su mundo, le construyen y atribuyen sentido y significado y organizan sus creencias y sus prácticas. “Las personas no crean su vocabulario a partir de la nada, sino que lo heredan a partir de las concepciones en las que son socializadas” dice Jean Cohen, y en efecto, “no se habla como se quiere”, porque hay coerciones que pesan sobre nuestro lenguaje q1ue son de orden social, cultural e ideológico y que “determinan no nada más nuestra manera de hablar sino también el sentido de nuestras palabras”.
[...] Entre nosotros el discurso es siempre formal y complicado, diferente del de la mentalidad moderna en la cual las cosas se dicen en el menor tiempo posible y de manera directa y denotativa, siendo por el contrario, connotativo y simbólico. En nuestro lenguaje, como dice Michael Slackman “ser directo y decir la verdad no son los principios valorados, de hecho lo opuesto es la verdad. Se espera que las personas expresen alabanzas falsas y promesas no sinceras. Se espera que digan lo que sea con tal de evitar un conflicto o que ofrezcan esperanzas cuando no las hay [...]
Eso es lo que nosotros aprendimos. Aprendimos a decir lo que no pensamos y a no decir lo que sí pensamos, aprendimos a decir las cosas de manera rebuscada y dándole muchas vueltas. Aprendimos que las palabras no sólo sirven para decir sino también para enredar, tergiversar, ocultar [...]
Las dos funciones de la palabra
Entre ese pretender que porque se lo pone en palabras algo va a existir y el usar el lenguaje más como retórica que como expresión directa y clara, resulta que la palabra entre nosotros cumple dos funciones al mismo tiempo: es creadora de realidad y es discurso vacío [...]
[...] la mentira no va a desaparecer porque a las nuevas generaciones las estamos educando en ella: ésa es la manera como están aprendiendo a funcionar. Ha servido para impresionar a los de afuera y engañar a los de adentro sin tenernos que creer de verdad esos valores ni mucho menos cumplirlos.
Acudir a la mentira no ha sido un error ni un accidente, sino como diría Ciro Gómez Leyva, una voluntad de los mexicanos, que la han (que la hemos) convertido en una manera de funcionar, en un código, en un paradigma, en un “candado cognoscitivo” diría Deepak Chopra, con el cual aprendimos a enfrentar las situaciones y a resolver los problemas.
Por eso por donde se le mire, por donde se le busque, en donde se le encuentre, brinca la mentira, brinca el doble discurso, salta la diferencia entre discurso y realidad.
Ésa ha sido y es nuestra verdad. La mentira ha estado con nosotros por mucho tiempo y como el dinosaurio del cuento de Tito Monterroso, sin duda lo seguirá estando por bastante tiempo más, porque la fantasía del país que somos, de la nación que hemos creado en el imaginario, hicieron de la simulación una necesidad y hoy requieren de la mentira para seguir existiendo.
III. Consecuencias de la mentira [p. 313]
La desconfianza
¿Pasa algo cuando se miente una y otra vez? ¿Tiene alguna consecuencia en la sociedad mexicana ese modo de funcionar del discurso público? [...]
La doble moral
Del doble discurso a la doble moral el brinco es casi imperceptible. ¿O será que es al revés y que aquél existe porque ésta existe y lo sustenta? [...]
Epílogo:
La única verdad es la mentira [p. 333]
México entra en el siglo XXI de la mano de la mentira y la simulación, compañeras fieles a lo largo de su historia, pero que ahora han alcanzado alturas insospechadas [...]
Es verdad que en donde quiera hay mentiras, que en todo el mundo hay mentiras, que en la historia siempre ha habido mentiras y que en todos los grupos humanos ha habido y hay mentiras; pero, como siempre, todo es cuestión de “cantidad” y de “calidad”, como han comentado ya, entre tantos pensadores, Platón, San Agustín –que distingue ocho tipos de mentira–, Tomás de Aquino –que distingue tres tipos de mentira–, Emmanuel Kant, Benjamín Constant... Las mentiras que se generan en los partidos y en los gobiernos de toda América –de la misma manera que al nivel de las más elevadas cúpulas directivas del mundo religioso del área– son, sencillamente, inconcebibles; y ahí están, a la vista de todos y en todo tipo de medio de difusión masiva, ante Dios –recordándoles a los creyentes que la mentira es pecado, y que como tal se registra en la Biblia– y ante los hombres. Pero, entonces, por qué nuestros pueblos aceptan esas mentiras. Sí, claro que existen cientos de personas “comprometidas de verdad” –y no “de mentira”–, que cada día se refieren a estas mentiras; pero, como diría La Bruyère, “¿hay muchos que puedan entenderlos?” Sí, claro que existen cientos de periodistas, comentaristas y escritores que diariamente escriben acerca de estas mentiras; pero, como diría La Bruyère, “¿dónde están los que saben leer?” ¿Es necesario decir “la verdad” cuando da igual si se dice “la mentira” o cualquier otra cosa, y no pasa nada? ¿Es necesario decir “la verdad” cuando vivimos en una tal situación de indiferencia, de apatía, de valemadrismo, en la que ya sea que se diga “la verdad” o que se diga “la mentira” a la gente no le importa, y si le importa, entonces se olvida rápida y fácilmente o no entiende, se desorienta, se confunde –por lo menos así sucede con el mayor por ciento de la gente–, como ha demostrado la historia y demuestra la actualidad, con tantas cosas que han sucedido y siguen sucediendo? Si “la mayoría” “pudiera entender” y “supiera leer”, y “decidiera”, otra cosa sería, o por lo menos es mejor y más saludable pensarlo así.
Cuando nos referimos a la “mentira” y a los políticos y gobernantes mentirosos de América, no estamos hablando del tacto o el cuidado que todo hombre de política –y en general todo ser prudente– debe tener a la hora de decir lo que cree, lo que piensa, sobre todo por los posibles alcances significativos y las probables “malinterpretaciones” que pudieran tener las palabras, concretamente en las áreas con grandes diversidades dialectales geográficas y sociales, con grandes diferencias culturales y educativas, por lo que se tiende a exponer las ideas con un estilo claro, llano, franco, sin presunción, no rebuscado ni afectado, sino que estamos hablando de la mentira como un problema en la política (Jeambar y Roucaute, 1997: 104-106) con alcances realmente perniciosos y tóxicos, estamos hablando de la parafernalia de la mentira político-gubernamental; no estamos hablando tampoco de las fantochadas (Frankfurt, 2006), de las sandeces, de los desvaríos –es decir algo que se dice o que se hace y que puede desconcertar, por varias razones, a los demás– (Dimitrius y Mazzarella, 1999: 268-272), de los dislates o disparates, de las “babosadas”, de las estupideces, de las tonterías, de las frivolidades, de los gazapos, de las irresponsabilidades, de las incongruencias (James, 2002: 130), de las “pendejadas”, tan comunes en “ciertos políticos y mandatarios del área”, sino que nos estamos refiriendo a la mentira como aberración social y trastorno de la personalidad, como patología, como síndrome, como manía, como mecanismo para la simulación social afectada y afectante, como pseudología fantástica, es decir una compulsión a imaginar una vida, unos acontecimientos y una historia –todos irreales o alterados, por supuesto– con el objetivo de causar una impresión de reconocimiento, de admiración y de liderazgo en los demás, solicitando ¡a gritos! que le coloquen un aura de divinidad, buscando hacerse pasar por la víctima; nos estamos refiriendo a los mentirosos profesionales, a esos individuos tan necesitados de llamar la atención y tan hambrientos de reconocimientos y elogios. Y a veces las mentiras y los “mundos del nunca jamás” de algunos políticos y gobernantes, y también de algunos pueblos y países completos de América (Sefchovich, 2008) llegan a crear verdaderos “mundos imaginarios”, que se denominan según los nombres de los políticos y gobernantes, y de los pueblos y países, que los crean. Así, por ejemplo, recordamos algunos de estos mundos imaginarios creados por la ficción y las mentiras como “Bushlandia”, “Aznarlandia”, “Menemlandia”, “Chavelandia”, “Castrolandia”, “Salinaslandia”, “Zedillolandia”, “Foxilandia”, “Calderonlandia”, etc. Sencillamente, entre a Internet y busque cualquiera de estos mundos imaginarios y bajo estos mismos nombres; busque los cientos y miles de textos, de escritos, de libros, creados por las personalidades más relevantes de la historia, de la literatura artística, del periodismo, en donde todo esto está expuesto “de la pe a la pa...”. Son cientos las páginas que encontrará. Claro que, entre estos mundos de ficción, hay algunos que “se pasan” (Paz, 1943; Sefchovich, 2008), como se dice en México.
¿Pero por qué nuestros políticos y gobernantes, en promedio, tienen una formación cultural tan mala, se expresan verbalmente y corporalmente tan mal y dicen tantas mentiras, incongruencias y sandeces? ¿Es esto herencia del pasado prehispánico o es debido al mestizaje con la cultura europea?
Esto es debido a la cultura mestiza, no al pasado prehispánico, y mucho menos al pasado azteca o maya. El hecho de que los discursos verbo-corporales del ámbito político-gubernamental-administrativo de nuestra América Latina, es decir, por un lado las palabras y las oraciones, y, por otro lado, los gestos y los protocolos, en promedio se caractericen por los desajustes comunicativos y culturales está dado por la mala formación educativa y formativa que se observa en nuestros países, lo que puede comprobarse a través de las investigaciones y las estadísticas internacionales acerca de la educación. En este sentido, hay que recordar que nuestros países siempre se ubican entre los últimos del mundo. ¿Acaso de una tal situación de atraso y tercermundismo pueden salir, con regularidad, personas culturalmente competitivas y buenos oradores, individuos formados en los protocolos adecuados de la comunicación verbo-corporal occidental y civilizada? ¡Claro que no! Y aquí no podemos culpar nada más a los centros educativos, a las escuelas, y a los gobiernos –a las secretarías y ministerios de educación y de instrucción– por sus regulares, malas y pésimas políticas educativas, sino que también hay que culpar a la familia. La familia, en especial la tradicional familia nuclear, también es culpable de la mayoría de las desajustadas variantes comunicativas verbo-corporales de sus miembros (Ruano, 2006b; Riding, 2002: 287-304; Weinberg, 1993: 432-445); es culpable de la presencia en los niños, los adolescentes, los jóvenes y posteriormente los adultos de ciertos lenguajes verbo-corporales de la no verdad –¿de la mentira?–, de ciertos enmascaramientos en la interacción sociolingüística, en la interacción socio-discursiva (Ruano, 2003e). La pobreza y la carencia o desposeción de ciertos bienes, valores y atributos que se consideran como importantes según los contextos sociales y económicos, según las épocas y las modas, estimulan la aparición de la mentira. La mentira puede aparecer, y de hecho aparece, con mucha frecuencia entre pobres y ricos, entre desposeídos y poseedores, entre descastados –que no pertenece a una casta o grupo– y castados –que pertenecen a una casta o grupo–, entre los menos... y los más..., entre subalternos y jefes, entre infieles y fieles, entre individuos sin signos de pertenencia e individuos con signos de pertenencia, entre incivilizados y civilizados, entre deshonestos y honestos, entre inmorales y morales, entre temerosos y seguros, entre cobardes y valientes, entre individuos con menores índices de desarrollo humano e individuos con mejores índices de desarrollo humano, entre tercermundistas y primermundistas..., es decir, ¡siempre que hay una gran diferencia, una gran desventaja!
Decíamos anteriormente que todos estos desajustes culturales y comunicativos que se observan en la mayoría de nuestros directivos del aparato político-gubernamental-administrativo latinoamericano –algo que llega a su máxima expresión negativa en las relaciones internacionales, en la política exterior, en la “diplomacia” (Riding, 2002: 404-430)–no se debían a la herencia prehispánica, y en este caso concreto en México, porque en el México antiguo, por ejemplo, la educación de los mandatarios, de los líderes, de los jefes, de las personas importantes de la sociedad, se producía con mucho cuidado y esmero, con eficiencia. Veamos lo que al respecto dice en el siglo XVIII el gran Francisco Javier Clavijero:
En una nación que poseía una lengua tan bella [el náhuatl], no podían faltar oradores y poetas. En efecto, se ejercitaban mucho en estas dos nobles artes [...] Los que se destinaban para oradores eran instruidos desde niños en hablar bien, y les hacían aprender de memoria las más famosas arengas de sus mayores, que iban pasando de padres a hijos. Empleaban particularmente su elocuencia en las embajadas, en las deliberaciones de los consejos y en las arengas gratulatorias a los nuevos reyes [...] sus razonamientos [de los arengadores] eran graves, sólidos y elegantes, como se ve en los fragmentos que nos han quedado de su elocuencia.
Aún hoy cuando están reducidos a tanta humillación y destituidos de la instrucción que en otro tiempo tenían en esta materia, hacen tan buenos razonamientos en sus juntas, que asombran a cuantos los oyen. El número de sus oradores era excedido del de sus poetas (op. cit., 241).
El trato respetuoso y la finura de modales resultan generalmente de convenciones sociales, pero en el México prehispánico tenían en gran parte un fondo moral. Sahagún cuenta que ningún hombre descortés, vanidoso o vulgar era elegido dignatario. Cuando un alto funcionario hablaba en forma impropia o hacía bromas tontas, se llamaba tecucuechtli (payaso). Las clases superiores se distinguían por cierta gravedad en sus gestos y en su lenguaje. El ideal de un hombre educado era mostrarse humilde en vez de arrogante; sabio, prudente, pacífico y tranquilo. Pero además tales características debían ser profundamente sinceras. El padre advertía al hijo que debía ser franco ante “nuestro dios (Tezcatlipoca); que tu humildad no sea fingida pues te llamaría titoloxochton (hipócrita) o titlanixquipile (fingidor); pues nuestro dios ve lo que hay en tu corazón y sabe todas las cosas secretas”. Si veía algo reprobable, el azteca bien educado debía pretender no haberlo notado y callarse. Cuando se le llamaba, no había de esperar a que ocurriera por segunda vez. Debía mostrar respeto ante los mayores y compasión ante los infortunados. En el trato con las mujeres también se ordenaba mostrar cortesía y moderación. La cortesía se manifestaba incluso en el carácter del idioma. El náhuatl tiene formas, partículas y hasta conjugaciones que indican respeto. El sufijo tzin agregado a un nombre o título subraya la reverencia o señala cariño. Timomati significa “tú crees”, pero timomatía podría traducirse “tú condesciendes a pensar” o “eres bondadoso en pensar”. Miqui significa “morir”; miquilla, “morir honorablemente” (Álvarez, 1987, t. IV: 1852).
El discurso político-administrativo latinoamericano también se caracteriza por el desconocimiento del derecho y de las leyes y sus aplicaciones, incluyendo los derechos más elementales y las leyes más elementales que rigen el mundo civilizado. Es asombroso el grado de desconocimiento que tienen los funcionarios y las organizaciones latinoamericanos acerca de las leyes internacionales, pero peor aún, de las nacionales, lo que se refleja en las constantes violaciones a los derechos humanos, a los derechos laborales, a los derechos ciudadanos, a los derechos de la niñez, a los derechos de los ancianos, a los derechos de la mujer, a los derechos de los discapacitados, etc. No podemos esperar que una persona, una organización, una comunidad o un estado que desconoce o que no entiende lo que se expresa en la ley escrita tenga una intervención acertada en el tratamiento de las leyes, y por supuesto en sus resultados, en las aplicaciones concretas de las leyes, en los veredictos o fallos. En cualquier reunión, sesión, diálogo, convenio, plática, conversación, de los diferentes grupos que administran el derecho y la ley –ya sea en vivo, a través de la televisión, de la radio, etc.– en cualquiera de nuestros países latinoamericanos se puede observar la incultura legislativa, la duda en torno al derecho o a “los derechos” –consideremos aquí los estados pluriétnicos–, la interpretación desajustada de la ley o de “las leyes” –consideremos aquí los estados pluriétnicos–, las lagunas de conocimiento en torno a las leyes, sus entornos y su aplicación, la generalizada ignorancia legislativa, la deficiente formación instruccional, educativa y cultural de los que aplican la ley, la manipulación de la ley en detrimento de los desposeídos, de los que menos tienen, de los pobres, de los desvalidos, de los más ignorantes... Si los problemas que conciernen al derecho y a las leyes y su aplicación dentro de nuestros países latinoamericanos pueden calificarse de graves, entonces los problemas concernientes al tratamiento del derecho y las leyes internacionales pueden calificarse de calamidad: incapacidad total para dialogar y obtener resultados positivos y ventajosos para los pueblos latinoamericanos; en cada convenio, conversación o negociación con gobiernos o grupos extranjeros siempre “perdemos” en algo, en lo que sea, pero siempre perdemos... Y no solamente “perdemos” porque de esos convenios o negociaciones siempre salimos mal parados, a la corta o a la larga –casi siempre a la corta–, sino que también perdemos porque es triste ver el papel de subordinación, de sometimiento, es decir de “achichincle”, de “sulacrán”, de “gato”, el papel desdibujado, que desempeñamos los pueblos latinoamericanos, a través de nuestros “representantes”, en tales negociaciones. ¿Qué pasó con nuestra imagen? ¿Por qué será?:
El Derecho ha cumplido desde la antigüedad una función básica en la vida humana. A través del Derecho los seres humanos han definido su forma de organizarse en sociedad. En la literatura jurídica o textos jurídicos se han plasmado acuerdos y se han establecido normas que han regulado las relaciones entre las personas y entre los pueblos.
No puede, pues, sorprendernos que el Derecho ocupe una posición privilegiada, junto a la religión, entre las materias que fueron objeto de los escritos más remotos que conservamos. A ello hay que añadir que son muchos los testimonios documentales que demuestran la influencia del Derecho, por el impulso que supuso en el cambio hacia la abstracción y la precisión, dentro del proceso de configuración de las lenguas de cultura.
Hoy en día el Derecho está presente de forma constante en nuestra vida cotidiana. Si a los aspectos de carácter público nos referimos, la Constitución determina el marco político del Estado, y las leyes que aprueban los parlamentarios y las disposiciones que dictan nuestros gobernantes nos afectan, aunque sea de una forma más o menos indirecta, más o menos evidente. En el orden privado, las relaciones humanas se formalizan a menudo a través del Derecho, la compra o el alquiler de una vivienda, el contrato laboral, el testamento, tienen su reflejo en un documento jurídico.
La sociedad se ha transformado profundamente ya desde el mismo siglo xx. Dicha transformación ha tenido su repercusión en el Derecho. Se han modificado las relaciones laborales, la informatización está ejerciendo una profunda influencia en nuestro comportamiento, los avances en las comunicaciones y en las disciplinas científicas han obligado a replantear soluciones jurídicas que han quedado desfasadas y a construir nuevas formulaciones que den respuesta a las nuevas realidades.
La Lingüística ha vivido también en el mismo período un progreso extraordinario, que la ha situado en mejores condiciones para analizar y describir el lenguaje en todas sus vertientes, no sólo desde la perspectiva del funcionamiento de la lengua como una estructura abstracta, sino desde la de sus adaptaciones a los usos concretos y también con respecto a las especificidades que generan los lenguajes propios de los distintos tipos de comunicación.
En el estudio de los textos jurídicos hay que destacar el trabajo interdisciplinario. Desde la segunda mitad del siglo xx se ha venido realizando el estudio interdisciplinario entre el Derecho y la Lingüística, lo que se ha llevado a cabo en algunos países del mundo de manera sostenida. La mayoría de estas investigaciones son realizadas por sociólogos, especialistas en comunicación, antropólogos, lingüistas y filólogos.
El estudio del Derecho se ha realizado porque éste ha sido un terreno propicio para entender los problemas que acarrea un contexto extralingüístico institucional: la justicia y el manejo del poder en esta área, que es sentido por los ciudadanos en carne propia. Y por otra razón de orden más práctico: hay textos orales pero sobre todo escritos: desde las sentencias hasta la legislación, las pruebas peritales, etcétera.
Se ha tomado a la Lingüística como ciencia de investigación del Derecho porque ésta ha desarrollado subdisciplinas como el Análisis del Discurso que pueden ser, a la vez que una teoría, un método que permite pasar de una evidencia y metodología cuantitativa a una cualitativa, y porque muestra las estrategias utilizadas por jueces, abogados, peritos de un modo empírico y teórico que no permiten de igual modo otras ciencias como la Sociología, la Antropología, la Teoría de la Comunicación.
Parte de lo que se persigue en los trabajos interdisciplinarios es que las dos ciencias que confluyen resulten enriquecidas en su propio objeto de estudio. Además, la creencia de que un objeto será mejor entendido si se lo aborda desde varias disciplinas complementarias se comprueba porque: para el Derecho, en este caso, la Lingüística muestra y demuestra lo que sucede en los textos legales para que los estudiosos del Derecho conozcan un aspecto fundamental de su objeto de estudio: lo que ellos mismos construyen con palabras.
Todo texto refleja, por lo menos, algunos rasgos de poder, según sea la relación de poder en la que esté inserto. En este sentido llamamos poder a aquél que se define por el control –esencialmente de la información– de las acciones, o acceso a recursos de control de acción por un grupo dominante sobre otro dominado. Un control de acción implica la pérdida de alguna libertad en favor de ese poder.
El texto jurídico, en tanto texto que pertenece a una institución, es un texto de poder, como también lo son los textos provenientes del Poder Legislativo, del Ejecutivo, etcétera. Cuando hablamos de textos institucionales en general hablamos de estos extremos institucionales, si bien un texto familiar entre padre e hijo, por ejemplo, puede ser analizado como texto de poder institucional. En este sentido también una comunidad es una institución y lo son las naciones y las relaciones que éstas mantengan entre sí, ya sean escritas u orales.
Claro está que en cualquier análisis que se haga de un texto jurídico habría que considerar las llamadas relaciones de poder y las mismas relaciones entre las personas, entre los miembros de la comunidad que se analice o se cuestione a partir del texto jurídico. Recordemos que las relaciones entre personas pueden ser simétricas o complementarias. Las relaciones se clasifican básicamente en simétricas y de complementariedad. En las relaciones simétricas los participantes tienden a igualar su conducta recíproca. En las de complementariedad la conducta de uno de los participantes complementa la del otro, constituyendo un nuevo tipo de patrón.
La simetría y la complementariedad no son en sí mismas ‘buenas' o 'malas', normales o anormales. Ambos conceptos se refieren simplemente a dos categorías básicas en las que se pueden dividir todos los intercambios interaccionales. Pero, existen patologías potenciales tanto en la interacción simétrica como en la complementaria.
En la relación simétrica existe el peligro de la competitividad en tanto los individuos comienzan una carrera por ser un poquito más iguales que los otros. Esta tendencia explica la calidad de escalada que caracteriza a la relación simétrica; la patología de dicha relación se manifiesta por una guerra más o menos abierta. En una relación simétrica sana, cada participante puede aceptar la mismidad del otro, lo cual los lleva al respeto mutuo y a la confianza en ese respeto. También en las relaciones complementarias puede darse una confirmación recíproca, sana y positiva. Pero la patología de estas relaciones ha sido objeto, por parte de la literatura, de mayor atención que la de las relaciones simétricas: “El psicoanálisis las denomina relaciones sadomasoquistas y las entiende como una liasión más o menos fortuita entre dos individuos cuyas respectivas formaciones caracterológicas alteradas se complementan.” Las relaciones de complementariedad rígida se dan también en determinadas situaciones que no implican necesariamente que la relación sea patológica de por sí. Esto variará según el grado de rigidez dentro del que se mueva dicha relación.
Este es el caso de la mayoría de los trabajos o instituciones donde hay un superior y un subordinado; todo depende del grado de complementariedad con el que se manejen estos individuos.
Con frecuencia sucede que ni los mismos especialistas en “jurisprudencia” y “legislación” –y otras ramas y ciencias sociales y humanísticas cercanas a la jurisprudencia y a la legislación– pueden interpretar de manera “adecuada” o “práctica” o “legible” muchos textos jurídicos y legislativos de su área inmediata de competencia. No hablemos ya de la “interpretación” de estos discursos, hablados o escritos, por parte de otros grupos de usuarios de los idiomas, como son, por ejemplo, periodistas, reporteros, comentaristas, críticos, conductores de programas y, finalmente, “el pueblo”, que en América Latina es, generalmente, o analfabeto o analfabeto funcional, salvo exclusivos y contados casos. En realidad, aquí tendríamos que considerar, como mínimo, cinco evidentes cuestiones:
Tenemos que partir de que, como ha dicho el filósofo italiano Paolo Flores d’Arcais: “el juez hace la ley, en lugar de obedecer a ella, nos guste o no”.
¿Realmente no se entiende el texto jurídico o legislativo, no se decodifica bien el texto jurídico, la ley, por incompetencia científica o profesional?
¿No se entiende el texto jurídico o legislativo debido a las barreras sociales, culturales e idiomáticas que pueden presentarse, y de hecho se presentan, en los “grupos instruidos y educados” (?) de ciertas áreas geográficas del mundo, cuestión que puede comprobarse fácilmente a través de las estadísticas internacionales que muestran el estado de la educación en los diferentes países y en las diferentes épocas?
¿“No se desea” o “no conviene” entender lo que el texto jurídico o legislativo plantea “claramente” inclusive para un no profesional del área de la jurisprudencia y la legislación?
¿Cómo es posible que entre individuos “civilizados” (?), “cultos” (?), “instruidos” (?), “versados en legislación” (?), que pertenecen a un “supuesto” mismo grupo sociolingüístico y sociocultural, exista una tal distancia, una tal brecha, y a veces hasta un abismo léxico-semántico-cognoscitivo entre la “dinámica de las realidades” y la “dinámica de las percepciones”? ¿No llama esto bastante la atención, por lo menos entre personas “cultivadas” comprometidas con el futuro de nuestras sociedades y con la democracia? ¿No será que independientemente de todo esto, queda claro la “interpretación a discreción” –es decir a conveniencia– de la legislación, de la jurisprudencia, generalmente en beneficio de los poderosos y en perjuicio de los desposeídos, y de aquí la moralina de una inmensa cantidad de los impartidores de justicia decisores de los grandes problemas que existen en la actualidad en nuestros pueblos?
En cualquiera de estos casos, lo que sucede con bastante frecuencia, la “suerte” sería la que pondría su balanza a funcionar, y en especial y desgraciadamente esto afecta a los migrantes o a los “globalizados accidentalmente”, individuos que a las claras están desentendidos de la mayoría de los aspectos jurídicos y legales del país a donde llegan, de la cultura en la que se ven forzados a insertarse por múltiples motivos.
El ideal sería liquidar la corrupción, la delincuencia, las infracciones de la ley, las violaciones de las normas, por la vía de la erradicación de las causas. No obstante, sabemos perfectamente que en muchas sociedades donde se han dado condiciones ideales de naturaleza y esencia, no se ha podido erradicar el delito, la infracción, la violación de la ley. Queda claro también que:
Para que se pueda afianzar la legalidad y el orden jurídico, tiene que quedarle claro a los órganos de justicia, a los tribunales, al Ministerio Fiscal y a los uniformados que velan por el orden en las calles, que toda la fuerza de la alta responsabilidad recae sobre ellos. Los conocimientos profesionales de los funcionarios de estas áreas deben combinarse con la valentía cívica, la probidad y la justicia. Las personas dotadas de estas cualidades son las únicas capaces de cumplir dignamente las serias obligaciones que les incumben (Ruano, 2005b).
Más arriba, en este mismo capítulo 6, intitulado “Sincronía interaccional u orientación del cuerpo”, comentamos las particularidades que, por lo menos en teoría, tenía un “grupo”. Se suponía que un “grupo” era el conjunto de personas que compartían objetivos e intereses comunes... ¿¡Entonces..., qué pasó con los “grupos” políticos de Iberoamérica!? ¿Cuáles son sus objetivos e intereses comunes, no los que ellos quieren que imaginemos, sino los que en realidad son, los que ellos demuestran que son a partir de sus comportamientos verbales y corporales? Si antes de la aparición de todos estos escándalos políticos, nacionales e internacionales, que han matizado los finales del s. XX y los principios de este siglo XXI, no nos quedaba claro, como individuos en particular y como pueblo, cuáles eran los intereses y objetivos de la mayoría de estos grupos políticos latinoamericanos, hoy, gracias a las indiscreciones y conductas ilícitas y reprobables de muchos funcionarios y al excelente trabajo de los medios de comunicación, el asunto queda más que claro, no hay dudas al respecto...
Todo esto es muy importante porque los comportamientos, las conductas, las rutinas, verbales y corporales, como ya sabemos, se copian; ya conocemos los desagradables resultados de los “plagios invasivos” (James, 2002: 61-62). Y sería terrible que los adolescentes y los jóvenes, de manera particular –aparte de algún que otro involucionado, de algún que otro extraviado sico-social–, copiaran muchas de estas conductas entrópicas. Sabemos que nuestros políticos y gobernantes tienen muchos déficits y que “en el juego de la vida, o del destino, la gente no llega tan lejos como augura su talento, sino como permiten sus limitaciones” (Aguilar, 2005); pero ¿y los asesores y consejeros de nuestros funcionarios y gobernantes dónde están, quiénes son?, ¿cuál es el equipo que rodea a nuestros funcionarios y dirigentes?, ¿cuál es su calificación?, ¿qué es lo que saben y cuánto saben acerca de lo que dicen que saben?, ¿de dónde salieron?, ¿qué experiencia tienen en los cargos que desempeñan, y por lo que le pagamos sus altos salarios y sus privilegiadas prestaciones?, ¿quiénes asesoran, programan, las conductas, los comportamientos de nuestros grupos políticos y gobernantes? Sería bueno que los gobiernos y los grupos políticos de América Latina pensaran más cuidadosamente a la hora de seleccionar a sus asesores y voceros. En algunos casos, esta situación ya parece un circo: ¡hay de todo, y con los más variados matices! ¿Acaso, por ejemplo, los asesores y consejeros de los políticos latinoamericanos no les han dicho –¿o los gobernantes y políticos no quieren aprender?– que cuando vayan a hablar por radio o televisión tienen que considerar que el tiempo es limitado y que, por eso, tienen que avocarse a comunicaciones concretas, claras, sin cantinfleos y trampas lingüísticas; que en estos casos hay que ser muy selectivos en cuanto a cantidad de información? Por ejemplo, luego de un cierto tiempo de comunicación radial o televisiva no sabemos qué fue lo que se quiso decir en realidad. Además, ¿quién ha dicho que el ser universitario –en el mejor de los casos, atendiendo a la formación cultural– automáticamente te abre las puertas de la política, del liderazgo político o gubernamental, de la dirección partidista?, ¿quién ha dicho que por haber escrito libros –muchos o pocos, buenos o malos– ya puedes hacer política o diplomacia?, ¿acaso no hay diferencias tangibles que deben considerarse a este respecto, a menos que queramos pagar caro nuestro atrevimiento y pongamos en riesgo nuestro prestigio (?), nuestra moral (?)?, ¿en los tiempos actuales ya no son necesarias las tres cualidades de mayor importancia para el político: pasión, sentido de responsabilidad y mesura?, ¿ya la carencia de finalidades objetivas y la falta de responsabilidad no son los dos pecados mortales en el campo de la política? Para cualquier espectador de la política latinoamericana, nativo o foráneo, es difícil imaginar que la conocida frase “entre nosotros podemos despedazarnos, pero jamás nos haremos daño” tenga un ápice de veracidad. ¡Al contrario! Después de las batallas y las descalificaciones que se producen “entre” los grupos políticos “y dentro” de los mismos grupos políticos el daño, de todo tipo, es irreversible. Nosotros los latinoamericanos tenemos fama de no tener una buena “memoria histórica”; pero eso no quiere decir que seamos “desmemoriados”. Y por otro lado, después de esas batallas políticas ¿para qué queremos los “pedazos” que sobran de esas fragorosas batallas políticas y gubernamentales? ¿Habrá algún ser humano o grupo, sensatos claro está, que quiera esos “pedazos” que quedan de esos “despedazamientos”? ¿Se podrán usar esos “despedazos” en algo útil, que sirva? Recordemos que si no tenemos políticos y estadistas grandes, entonces no tendremos una patria grande, porque la patria depende de los individuos. La patria será grande cuando los individuos sean grandes.
Me decía una colega de la Universidad Carolina de Praga que ella no veía ningún fenómeno entrópico en el discurso político latinoamericano, dado que, afortunadamente, nosotros los latinoamericanos no necesitábamos profundizar en este tipo de comunicación del área, porque aquí solamente existían dos opciones de entendimiento:
• Lo que se prometía y se decía que se iba a hacer, pues ya sabíamos que no se iba cumplir ni tampoco a hacer.
• Lo que se decía que no se podía prometer, pues mucho menos.
Y sí, creo que tiene razón. Esta es una manera muy fácil, sin tantos rodeas científicos, de analizar este asunto en América Latina.
¿Pero por qué nuestros políticos, gobernantes y administradores de la justicia en América no resuelven nuestros graves y complejos problemas seculares? En primer lugar, porque no pueden: nadie puede dar lo que no tiene. Y, en segundo lugar, porque la mayor parte de su tiempo no lo invierten en analizar, discutir e intentar solucionar nuestros problemas, en ciertos casos terribles, como muestra todos los días la información en todos los medios masivos de comunicación; sino que lo invierten en sus rencillas y pleitos históricos grupales y personales, y en diseñar e implementar las vías para llegar, lo más rápida y fácilmente posible, a obtener puestos claves, por supuesto a través del arribismo y el oportunismo, en todas y cada una de las esferas de la vida pública que reporten “poder”, “relaciones” y “ganancias monetarias”. ¿Ejemplos? Si aquí tengo que darle ejemplos, entonces usted está ciego, porque no lee la información escrita, no ve la televisión y no puede consultar Internet; está sordo, porque no oye la información de los medios y el clamor popular y es mudo, es decir un incapaz de comunicarse verbalmente con sus semejantes; en fin, usted no vive en este mundo..., a menos que usted no tenga ninguno de estos rasgos, pero que no le convenga considerar este asunto. ¿En este sentido, alguna semejanza, a escoger, de personas y pueblos con las siguientes imágenes?:
¿Entonces no podemos hacer nada, como pueblo, como comunidad, como Humanidad, para que nuestros dirigentes, mandatarios, líderes, jefes de organizaciones internacionales y guías religiosos, como nuestros “trabajadores contratados”, se avoquen a su verdadero trabajo, que es resolver nuestros problemas de cada día? ¿Entonces no podemos hacer nada, como pueblo, como comunidad, como Humanidad, para que estas personas se pongan a trabajar de manera razonada, comprometida, creativa y cooperativa, o, como se dice en México, hagan lo que el dicho popular: “¡A lo que te truje, Chencha!”, es decir: “¡ya pónganse a trabajar, carajo!”
La historia nos da un ejemplo de lo que pasó cierta vez cuando un grupo de gente muy importante, que tenía que resolver los problemas del pueblo, de la comunidad, no prestó atención a su trabajo y andaba en la “fiaca”, en la “güeba”, “majaseando” –según el español de Cuba–, “echando la güeba” –según el español de México–, es decir holgazaneando y viviendo “la dulche vita”. Me refiero a las historias de los “cónclaves”, que significa “lo que se realiza bajo llave, con llave echada, con cerrojo, encerrado, bajo tranca, sin posibilidad de salir...” El cónclave, como conocemos hoy, es la reunión de cardenales –muy bonita, pomposa, majestuosa, costosa y con toda una gran parafernalia de la mercadotecnia, por cierto– para elegir un obispo, un papa. Pero la historia de cómo funcionaron los cónclaves no está relacionada, en ciertos casos, con nada sagrado, ni santo, ni pacífico, ni voluntarioso, ni humanitario, ni majestuoso, ni pomposo, ni nada semejante... Hubo casos en que a los cardenales aquellos la gente, ya harta e indignada, los encerró, draconianamente –es decir, con normas estrictas, severísimas–, los metió en un lugar bajo llave, los encerró, para que no pudieran salir, para que no pudieran escapar, y se pusieran a trabajar y dejaran el “majaseo”. Veamos un poco cómo ocurrió esto una de las veces que hubo que encerrar, literalmente hablando, a los cardenales para que se pusieran a trabajar: 1. Perugia, Italia, en 1216, 2. Roma, Italia, en 1241, 3. Viterbo, Italia, en 1268-1271.
Resulta que una de estas veces, los pobladores de la ciudad de Viterbo ya estaban cansados de que la Iglesia católica y los cardenales no eligieran a un nuevo papa en tiempo y forma –algo que para ellos en aquel tiempo era esencial–. Así, luego de la muerte del papa Clemente IV, el pueblo estaba indignado porque los cardenales no se pusieron a hacer su trabajo, a decidir y a resolver los problemas que afectaban a la comunidad, y concretamente porque no habían elegido a un nuevo papa. Pasaron tres años desde la muerte de Clemente IV, y ¿en qué andaban los cardenales? En todo, menos en su trabajo, menos en sus obligaciones. Claro, tenían buena comida, excelentes vinos, una vida a todo dar, sirvientes, lujos, palacios, guaruras..., “entre otras cositas”. Y entonces el pueblo, ya “hasta la marimba”, los encerró en un lugar al que le tapiaron todas las vías de acceso, le quitaron el techo, no pusieron buenas chimeneas para generar calor y no dejaron entrar nada de comida, salvo pan y agua. Se imaginarán ustedes que con aquel terrible frío –porque no había techo ni buenas chimeneas ni fogatas–, con aquella hambre –considerando que los cardenales estaban acostumbrados a los manjares de dioses y a la gula total– y con el terror de morir de inanición y enfermedades, entre otras posibles e inminentes causas de muerte –les había “caído el veinte” de que si el pueblo había llegado hasta ahí, hasta esos límites, entonces era capaz de todo–, “enseguida” se eligió a un nuevo papa, es decir a Gregorio X. En México esto lo podemos explicar a través de un dicho popular: “¿¡No que no truenas, pistolita!?”, y en Cuba, a través del siguiente dicho: “El cerdo cimarrón sabe del tronco que se rasca”. Así, de manera rauda y veloz, se resolvió el problema de la elección de un nuevo líder en Viterbo.
La compleja, desdibujada y desafortunada imagen política, gubernamental y de la administración pública en América siempre me hace recordar –“por alguna extraña razón” y tal vez debido a los sueños guajiros– las reconfortables y maravillosas canciones If I Ruled The World, en las voces de los extraordinarios Tony Bennett y Céline Dion; Imagine, del inolvidable John Lennon; El rey de las flores, del excelente cantautor Silvio Rodríguez; La era está pariendo un corazón, con letra de Silvio Rodríguez y en la voz de la diva cubana Omara Portuondo; A partir de mañana, Miguitas de ternura, Pobre mi patrón, Castillos en el aire, Camina siempre adelante, No me llames extranjero..., de uno de los cantautores más trascendentales de los tiempos modernos: Alberto Cortez; Canción con todos, con letra de A. Tejada Gómez y C. Isella; Sólo le pido a Dios, con letra de León Gieco; Hermano, dame tu mano, con letra de J. Sánchez y J. Sosa; ¿Será posible el Sur?, con letra de J. Boccanera y Carlos P. de Peralta, todas en la privilegiada voz de Mercedes Sosa... Claro que aquí también recuerdo, por si fuera necesario, Frijolero, de Molotov.
Una vez comentados estos aspectos, pasamos a la consideración de la importancia de la interacción. En la interacción las orientaciones del cuerpo de los interlocutores van indicando la manera de conducir una charla, plática o conversación, considerando las particularidades del texto y la interacción –cuestión de por sí compleja (Dijk, 1989: 237-294)–, a quién le toca hablar, cómo obtener el turno para hablar, cómo se produce la secuencia de turnos y el cambio de turno (Dijk, 1989: 271-274), cómo enviar señales para que otros hablen más y cómo terminar una conversación. Aquí la relación ocular, los ojos, es decisiva:
Otro aspecto de la CNV [comunicación no verbal], que nos ayuda a interpretar el significado, es la forma en que utilizamos nuestros ojos para regular y controlar el flujo de comunicación [especialmente en Occidente, porque en otras culturas esto no es así, además de que hay que considerar el status]. Si hacemos una pausa en medio de lo que estamos diciendo tendemos a mirar lejos de la persona con la que hablamos. Esto parece actuar como una señal hacia la otra persona de que aún no hemos terminado y deseamos decir algo más. Cuando terminamos tendemos a mirar directamente a la otra persona como para decir «Es tu turno ahora». Muchos de nosotros no somos conscientes de este mecanismo regulador ¡hasta que se rompe! Y probablemente todos hemos experimentado la irritación de que alguien, que no ha leído nuestras señales correctamente [o que no tiene ni idea de lo que es la cortesía discursiva], nos corte a medio párrafo, o el sentimiento vagamente incómodo que experimentamos cuando alguien no quiere mirarnos cuando le estamos hablando (Ellis y McClintock, 1993: 69).
En una conversación los ritmos sociales son muy importantes. Se ha comprobado que salvo raras excepciones –como cuando el receptor tiene un dominio bastante completo de sus movimientos corporales o por situaciones de trastornos sociológicos, sicológicos y siquiátricos –, el que escucha también se mueve al compás del relato del que habla, lo que se ha llamado sincronía interaccional.
A tal punto puede llegar esta influencia interaccional que muchas víctimas: violados, raptados, agredidos, etc., llegan a copiar las conductas o ciertas particularidades de las conductas de los victimarios y experimentar sentimientos de gratitud, aprecio o respeto por los agresores. Podríamos decir que es algo así como que la víctima se llega a identificar con el victimario o victimarios, llegando a producirse una imitación moral o del lenguaje corporal del criminal o agresor, y también la adopción de ciertos símbolos de poder, como lo demuestra el Síndrome de Estocolmo.
Pero también recordemos que hay “personas sin sentimientos”, individuos emocionalmente insípidos, totalmente insensibles a cualquier muestra de sentimientos, ya sea la tristeza o la ira o la alegría o el éxito o la felicidad. Todos tenemos ejemplos y anécdotas de encuentros con tales personas. Claro que también todo depende, en este mundo globalizado, de nuestras experiencias y de las experiencias de los “otros”, del “otro”. Podríamos pensar que existen contextos y situaciones en los que deben o tienen que aparecer conductas o rostros o expresiones que supuestamente se correlacionen. De tal manera, si hubiera un país o un grupo de personas en donde las necesidades y expectativas esenciales del hombre moderno están resueltas, entonces esas personas tendrían que mostrar un rostro feliz; y en donde esas necesidades y expectativas no estén satisfechas, los individuos mostrarían un rostro infeliz. Muchas estadísticas muestran otra cosa.
Por ejemplo, no podemos esperar que haya sincronía interaccional, o la sincronía interaccional esperada, con un alexitímico, con esas personas que tienen esos vacíos emocionales en un mundo tan expresivo –me refiero especialmente a la forma de ser de nosotros los latinoamericanos–, que son tibias en un mundo de gente cálidas, que son descoloridas en un mundo totalmente cromático, individuos cosificados, individuos que portan en sus rostros el adormecimiento de las emociones o, peor aún, la “muerte emocional”. “Los alexitímicos no tienen idea de sus propios sentimientos, se sienten totalmente perdidos cuando se trata de saber lo que siente alguien que está con ellos. Son emocionalmente sordos. Las notas y acordes emocionales que se deslizan en las palabras y las acciones de las personas –el revelador tono de voz o el cambio de postura, el elocuente silencio o el revelador temblor– pasan inadvertidas.
En general no se puede esperar que exista una normal sincronía interaccional con grupos humanos e individuos marcadamente afectados por trastornos mentales, y recordamos aquí que los trastornos mentales y sus causas son muchos y muy variados. Por ejemplo, no se puede esperar una adecuada sincronía interaccional, una correcta interacción social, cuando la relación se establece con un tímido, es decir, un individuo con falta de seguridad en sí mismo y en las relaciones con los demás, con pobre autoconcepto y falta de confianza en sí mismo: “El problema más grave para los tímidos es la dificultad que les causa la interacción social. Su mayor problema es iniciar una relación. Tienen problemas con la presentación, asisten a fiestas, pero no sucede nada; tienen dificultades para desarrollar amistades” (Ostrosky-Solís, 2000: 259). La timidez en las áreas laborales, en la empresa, se ha relacionado con el síndrome del profesional terminal: “el individuo afectado logrará que hasta el payaso [el seudo gracioso de la empresa] parezca simpático. Es inexpresivo, mudo y frío como cadáver vestido [...] Comportarse con profesionalismo es muy recomendable, pero de vez en cuando conviene demostrar que uno es algo más que un holograma” (James, 2002: 97). Con frecuencia la timidez se relaciona con la neurosis de la decisión, debido al miedo de opinar. Aquí “el juicio de un tercero adquiere tales proporciones con respecto a la confianza que tenemos en nosotros mismos que la más pequeña decisión se convierte en razón de estado. Si quienes nos rodean refuerzan además este estado de cosas mediante [burlas, chistes de mal gusto, gestos de compasión o desapruebo] consignas con doble sentido, animando y reprendiendo a un mismo tiempo tal o cual acto, es fácil que acaben por presentarse bloqueos psíquicos, conflictos globales de la personalidad” (Brosse y otros, 1982: 52).
La sincronía interaccional tampoco puede desarrollarse adecuadamente cuando uno de los componentes de la comunicación verbal o no verbal tiene trastornos del sueño, es narcoléptico, lo que en México se llama popularmente “echarse el muerto encima”, es cataléptico o sencillamente es una persona que tiene cambios de turnos, diurnos y nocturnos, en su actividad laboral. También en las sociedades modernas, urbanas y “desarrolladas” es común que las personas presenten problemas de atención debido a trastornos del sueño, por muchas causas, pero en especial por el ruido, lo que hace que se descontrolen los estímulos y entonces la “noche” y la “cama” no son para dormir, y el acto de dormir se producirá en cualquier otro momento o lugar, incluyendo la comunicación habitual entre las personas, el puesto de trabajo o el coche, lo que ha producido muchos desastres viales. ¿Nos hemos preguntado por qué, desde hace solamente unos cuatro años hacia acá, en todos los hospitales del Distrito Federal hay un departamento médico especializado que trata los trastornos del sueño y su acción negativa en el comportamiento de las personas? ¡Exigencias de la modernidad! Es el precio que pagamos por vivir en una capital superpoblada e industrialmente compleja.
Existen grupos sociales y personas en particular que viven en el mundo desarrollado, pertenecen a la clase socioeconómica alta o a la clase sociocultural alta, pueden ser altos ejecutivos o funcionarios –cosa no complicada, fácil, en América Latina, dada las características laborales del área– pero no conocen los mecanismos, las estrategias, las reglas de la competencia social. Esas personas ahí están, en ese lugar, como podría estar cualquier otro objeto. Siempre viviendo en las sombras o conformándose con el saludo y la sonrisa de cortesía obligatoria de los subordinados, mirando por encima de los hombros para “detectar” quién o quiénes lo observan con cara de burla o, peor aún, de lástima. Si se destacan en algún ámbito o actividad, si son reconocidos en algún ámbito, entonces el problema no es tan grande; pero si no se destacan en absolutamente nada, incluyendo el amor –lo que es una catástrofe–, entonces estamos en presencia de un gran problema. La evidente incompetencia social, la torpeza para vivir en sociedad, la escasez de elegancia social, es un problema, siempre lo ha sido y todos lo sabemos perfectamente. Todo individuo socialmente normal no querría estar en una tal situación ni por un minuto. La ineptitud social es dolorosa, en especial entre los niños cuando son rechazados por un grupo al que ansían entrar. Por eso, es justamente en la infancia cuando se tiene que enseñar a los niños la competencia social, las habilidades para detectar, notar, conocer los significados variados de las claves que aparecen con las emociones que se trasmiten en la comunicación interpersonal, a menos que queramos desempeñar el papel de morbosos espectadores del desastre social y sicológico futuro de nuestros seres amados, y enseñárseles bien, por padres y maestros aptos y no disfuncionales.
Cuando hablamos de sincronía interaccional, tenemos que considerar los complejos vericuetos de los procesos de atracción/rechazo interpersonales (Berscheid, 1985; Bagley, 1970; Fishbein y Ajzen, 1975; Ajzen y Fishbein, 1980), los juicios y prejuicios (Gauquelin, 2001: 25-29; Ellis y McClintock, 1993: 45-47), a los grupos e individuos con ciertos perfiles de fragilidad psicosocial, con ciertos trastornos y déficits atencionales, con trastornos que impiden la adecuada relación entre las partes emocionales y las partes racionales de la mente humana, con trastornos psico-sociales debido al vacío existencial, a los grupos humanos e individuos en particular interlocutores o usuarios de lenguajes que pertenecen a sociedades utópicas y a sociedades distópicas o cacotópicas, a los grupos humanos e individuos en particular usuarios de sistemas comunicativos verbo-corporales en donde son evidentes las desarmonías entre pensamiento, sentimiento y conducta, entre el cómo pienso y el cómo actúo, la dicotomía tolerancia / intolerancia (Ocampo, 2002) según las particularidades espacio-temporales de la comunicación verbal-no verbal y los contextos comunicativos concretos, a los grupos humanos e individuos en particular en donde se observan las deficiencias colectivas o ineficiencias colectivas y las deficiencias individuales o ineficiencias individuales, los criterios en torno a la estupidez y la imbecilidad y los por cientos de estúpidos e imbéciles y sus terribles alcances en contextos, tanto al nivel de situaciones socioeconómicas y socioculturales periféricas, limitadas, subdesarrolladas, presociales o tercermundistas y cuartomundistas como al nivel de situaciones desarrolladas, globalizadas o mundializadas, lo que es todavía mucho peor, lo que constituye un clarísimo rasgo de involución social, de atraso social y de estupidez generalizada o mancomunada, la trascendencia e implicaciones de las mentiras y los mitos (Paz, 1943; Sefchovich, 2008), de los mentirosos y los mitómanos, en la comunicación humana, y sobre todo en nuestros días de globalización y descomunal alcance de absolutamente todos los medios masivos de comunicación. En el tratamiento de la sincronía interaccional hay que considerar también la autoestima, el intrusismo –es decir todo lo relacionado con la conducta de los intrusos– (López, 1999), el fanatismo, la telepatía, la mediumnidad o clarividencia, la adivinación, la toxicidad, la proyección, el misoneísmo, la anomia, la apatía, el bloqueo, el mutismo selectivo, la disemia, la anomia, el síndrome de culpabilidad o personas culpígenas, la interrelación con las personas y niños índigos o personas y niños del Nuevo Milenio, el Trastorno por Déficit de Atención, las deficiencias mentales, la demencia senil, la demencia vascular, alzheimer, la ciclotimia, la ludopatía, los trastornos de la marcha, la ataxia, la depresión / estrés (Ruano, 2003a) y la distimia, el autismo, el Síndrome de Asperger; el ST –Síndrome de Touret–, el alcoholismo, la drogadicción en determinadas circunstancias –lugares y hasta puestos de trabajo–, la dislexia, la disgrafía, el bovarismo, el Síndrome de Jerusalén, el Síndrome de Stendhal, el Síndrome del Sapo Cancionero, el Síndrome del Hombre Irritable –también llamado Síndrome de Irritabilidad Masculina o SIM o Síndrome del Grumpy Man–, la anosmia y las variantes de inmunotipos, y algunos trastornos oftálmicos a los efectos de la creación de la verdadera sincronía interaccional, de la empatía. Queda claro que las personas que tienen empatía están mucho mejor equipadas para percibir los mensajes sociales, espirituales, afectivos, por sutiles que sean, que muestran o indican lo que los demás necesitan, procuran, quieren. La carencia de empatía tiene sus resultados desastrosos en la familia, en las relaciones de pareja –lo que conduce con mucha frecuencia a la soltería, algo evidente en los 7.5 millones de mujeres mexicanas que viven solas, según INEGI –, en el matrimonio –con su desenlace en el divorcio, especialmente en aquellos casos cuando la mujer no es capaz de detectar y de decodificar a tiempo “los mensajes de la infidelidad” (Houston, 2002)–, en las relaciones amistosas, y en profesiones como la docencia, la administración, la dirección gubernamental, las ventas y en recepcionistas y secretarias. ¡Dios nos libre de una secretaria sin empatía, apática; pero que más nos libre de una pareja indiferente! El matrimonio y la pareja han tenido a través de la historia, y específicamente en América, características diferentes, rasgos diferentes, relaciones diferentes, funciones diferentes (Robichaux, 2003). Hoy los “lenguajes matrimoniales” en nuestras culturas mestizas distan en mucho de aquellas formas de relaciones de parejas del período prehispánico, del período colonial, del período independentista, etc. En nuestros días uno de los problemas más comunes que afecta la relación de la pareja, la empatía de la pareja, es la anorgasmia, es decir la ausencia o insuficiencia de orgasmo en el curso del acto sexual, un problema que afecta a más del 50% de las mujeres mexicanas, y que puede erradicarse a través de tratamientos científicos especializados y hasta a través de tratamientos espirituales-religiosos, según el uruguayo radicado en Suecia Carlos Bebeacua, llamado “El Cardenal de la Iglesia de la Virgen del Orgasmo”, que ha fundado en Suecia la “Iglesia de la Virgen del Orgasmo”, que también está presente en España y en América Latina, cuyo lema es “El orgasmo es Dios y el orgasmo debe ser adorado”. La empatía de la pareja se puede ver afectada, además, cuando uno de los miembros de la pareja padece alguna de las parafilias conocidas (Ruano, 2003e), aparte de que en las culturas, países y grupos sociales que son reconocidos internacionalmente como mentirosos (Ruano y Rendón, 2006; Sefchovich 2008) no puede existir una verdadera y sincera empatía, sino una empatía de ficción. La carencia de empatía muestra también una marcada diferencia de poder, y no podemos olvidar que el “poder” se manifiesta e interpreta de manera diferente en las diversas culturas.
En la comunicación en donde uno de los miembros es ciego, también se producen alteraciones: “Los ciegos, por ejemplo, no necesitan girar la cabeza hacia alguien que está hablando. Pero, como en occidente la convención de mirar hacia la persona que habla está firmemente establecida, la conducta de un ciego puede desconcertar a una persona de vista normal, haciendo difícil que la conversación fluya fácil y natural entre ellos. Por esa razón, muchas escuelas para ciegos les enseñan ahora a responder en una conversación volviéndose hacia el hablante” (Ellis y McClintock, 1993: 69).
Los problemas de la empatía afectan directamente las relaciones maritales y familiares, y esto se lee en los mensajes corporales. El refrán popular La mujer de buen marido, en la cara lo lleva entendido, lo dice todo:
Amar y trabajar, le dijo en una ocasión Sigmund Freud a su discípulo Eric Erikson, son las capacidades gemelas que marcan la plena madurez. Si es así, entonces la madurez puede ser un peligroso apeadero en la vida... y las actuales tendencias en cuanto a matrimonio y divorcio hacen que la inteligencia emocional sea más crucial que nunca [...] existe [una] forma de calcular el índice de divorcio, una forma que sugiere un peligroso aumento: tener en cuenta las posibilidades de que una pareja recién casada tendrá de que su matrimonio, con el tiempo, acabe en divorcio [...] para los matrimonios norteamericanos que se formaron en 1890, alrededor del 10% acabó en divorcio. Para aquellos que se casaron en 1920, el índice fue aproximadamente del 18%; para las parejas casadas en 1950, el 30%. Las parejas que se casaron en 1970 tenían el 50% de probabilidades de separarse o seguir unidas. Y para las parejas casadas en 1990, las posibilidades de que su matrimonio acabara en divorcio estaban cerca de un asombroso 67%. Si el cálculo no miente, sólo tres de cada diez matrimonios recientes pueden contar con que seguirán unidos a su nueva pareja.
[...] Tal vez el mayor progreso en la comprensión de lo que mantiene unido a un matrimonio o lo separa ha surgido del uso de mediciones fisiológicas sofisticadas que permiten rastrear paso a paso los matices emocionales del encuentro de una pareja. Los científicos son ahora capaces de detectar los de otro modo invisibles picos de adrenalina de un esposo y los aumentos de la presión sanguínea, y observar las fugaces pero reveladoras microemociones que aparecen en el rostro de una esposa. Estas mediciones fisiológicas revelan un subtexto biológico oculto de las dificultades de una pareja, un nivel crítico de la realidad emocional típicamente imperceptible para la pareja misma o descartado por esta. Estas mediciones dejan al descubierto las fuerzas emocionales que hacen que una relación se mantenga o quede destruida (Morris, 1994: 159).
Claro que a la hora de hablar de empatía y expresión de emociones, es la mujer la que lleva ventajas:
[...] las mujeres muestran más empatía que los hombres, al menos como queda establecido por la capacidad de interpretar a partir de la expresión facial, el tono de voz y otros indicios no verbales los sentimientos no expresados de alguien. Del mismo modo, suele ser más fácil interpretar los sentimientos observando el rostro de una mujer que el de un hombre [...] como promedio, las mujeres expresan toda la gama de emociones con mayor intensidad y más inconstancia que los hombres; en este sentido, las mujeres son más “emocionales” que los hombres.
Todo esto significa que, en general, las mujeres llegan al matrimonio preparadas para jugar el papel de administradora emocional, mientras los hombres llegan con mucha menos apreciación de la importancia de esta tarea para ayudar a que la relación sobreviva [...] La lentitud de los hombres para plantear los problemas de la relación se combina sin duda con su relativa falta de habilidad cuando se trata de interpretar la expresión facial de las emociones. Las mujeres, por ejemplo, son más sensibles a una expresión de tristeza del hombre que ellos para detectar la tristeza de la mujer. Así, la mujer tiene que estar muy triste para que un hombre note sus sentimientos de inmediato, sin mencionar que plantee la pregunta de cuál es el motivo de su tristeza.
Consideremos las implicaciones de esta brecha emocional entre ambos sexos con respecto a la forma en que las parejas se enfrentan a las quejas y desacuerdos que cualquier relación íntima inevitablemente provoca. De hecho, temas específicos tales como con cuánta frecuencia hacer el amor, cómo disciplinar a los hijos o cuántas deudas y ahorros resultan aceptables, no son los que unen o rompen una pareja. En todo caso, es la forma en que una pareja discute esos temas críticos lo más importante para el destino del matrimonio [...] hombres y mujeres tienen que superar las diferencias innatas de género para abordar las emociones más fuertes. Si no lo logran, las parejas son vulnerables a la escisión emocional que finalmente puede quebrar su relación [...] estas grietas tienen muchas más probabilidades de desarrollarse si uno o ambos miembros de la pareja presentan ciertos déficits en su inteligencia emocional.
Pero esto no quiere decir que las mujeres no cometan sus errores en cuanto a su lenguaje corporal, en cuanto a transmitir ciertas señales corporales.
Todas estas vicisitudes emocionales, esta falta de atención y respeto al “otro”, también afectan a la vida laboral (Ruano, 2003a; Goleman, 2001: 179-196).
¿Acaso todo esto que hemos comentado acerca de la sincronía interaccional u orientación del cuerpo no se resume en las siguientes palabras?:
Dirijamos siempre la vista a la persona con quien hablamos. Los que tienen la costumbre de no ver la cara de sus oyentes [...] pierden la ventaja de conocer en los semblantes las impresiones que producen sus razonamientos (Carreño, 1968: 220).
Prestemos una completa atención a la persona que lleve la palabra en una conversación general [...] La urbanidad exige que manifestemos tomar [...] interés en la conversación de los demás [...] Así nuestro continente deberá participar siempre de las mismas impresiones que experimente la persona que nos habla [...] La distracción incluye casi siempre una grave falta [...] por cuanto indica generalmente menos precio a la persona que nos habla (Carreño, 1968: 237-238).
La sincronía interaccional es tan importante en la comunicación que habitualmente al hablar por teléfono seguimos empleando gestos y movimientos corporales aun sabiendo que la persona no nos puede ver.
Durante las conversaciones se producen ciertas pausas en las que se rompe la sincronía interaccional, y esto se debe a que uno de los interlocutores ha dicho algo provocativo o fuera de lugar: “Las pausas embarazosas suelen ir acompañadas de una mirada de perplejidad: ese individuo se queda paralizado y el pánico o la ansiedad se reflejan en su cara. No pestañea. Es como si su cerebro se hubiera bloqueado y pensara: «Dios mío, ¿qué hago ahora?». En esos casos solemos pensar que le hemos pillado en una mentira, pero dicha reacción también puede indicar que está sorprendido u ofendido por lo que acabas de decir” (Dimitrius y Mazzarella, 1999: 210).
En lo tocante a los hablantes bilingües, plurilingües, diglotas, etc., hay que destacar que éstos presentan también ciertas predisposiciones a determinadas conductas en la sincronía interaccional. De hecho, el bilingüismo y la diglosia –hablar dos idiomas o más en donde siempre un idioma tiene un estatus privilegiado en comparación con los otros idiomas; hablar dos dialectos o más de un mismo idioma– tienen sus efectos cognitivos y en el mismo desarrollo de la personalidad (Appel y Muysken, 1996: 151-172). De aquí que quede claro que la sincronía interaccional puede verse afectada por la entropía, los malentendidos y los ruidos comunicacionales que con frecuencia aparecen en la interacción comunicativa entre hablantes nativos de una lengua y los no nativos, entre hablantes nativos de un dialecto –geolectos; etnolectos; sociolectos; dialectos profesionales y cienciolectos y tecnolectos; ecolectos o variedades de idioma empleadas por grupos pequeños de hablantes o familia; sexolectos o variedades idiomáticos según los sexos: hombres, mujeres y tercer sexo referido a hombres y referido a mujeres; etc.– y los no nativos, algo que afecta mucho, por ejemplo, a los usuarios de idiomas en áreas idiomáticas con “conflicto lingüístico”, a los usuarios migrantes de los idiomas y de los dialectos y a los usuarios de los idiomas en situación de globalización marcada o globalización activa:
Si se encuentra con un extranjero (digamos que un inglés), un japonés se presentaría diciendo, por ejemplo: «pertenezco al banco de Tokio», y proseguiría formulando preguntas del tipo de «¿a qué se dedica?», «¿qué edad tiene?», y «¿cuál es su empresa?» [...] Es evidente que el japonés sigue una regla convencional que establece que la identidad y el estatus de los interlocutores debe establecerse antes de la interacción. El hablante de inglés nativo (como otros muchos miembros de sociedades occidentales) se presentaría con su nombre y podría interpretar las preguntas del japonés como amenazantes u ofensivas. Mientras tanto, el japonés podría pensar que el hablante inglés no se atreve a dar información sobre su estatus; además, al no haber establecido el estatus, el japonés tendrá problemas para continuar la conversación de un modo que a él le parezca apropiado, porque no es capaz de definir la relación (estatus) entre él y su interlocutor. Éste es uno de los muchos malentendidos que pueden surgir en la interacción entre hablantes de lenguas diferentes. En este caso, el problema parece ser consecuencia del hecho de que el inglés y el japonés emplean reglas diferentes para introducirse en una conversación con un desconocido. Aunque ambos hablantes pueden sentirse incómodos, con frecuencia es el hablante no nativo el que es culpado de «no hablar correctamente». Esta simetría define muchas situaciones de interacción bilingüe (Appel y Muysken, 1996: 215).
Con frecuencia se ha comentado que nosotros los latinos siempre nos esforzamos por hablar correctamente las lenguas extranjeras –aparte de tener un comportamiento social a imagen y semejanza de los extranjeros, de “copiar” a los extranjeros, cosa que no es difícil comprobar– hasta dentro de nuestros mismos países, y que a los extranjeros –nativos de Estados Unidos, Francia, Rusia, Alemania, Japón, China, Corea, etc.–, que inclusive vienen a trabajar y a vivir en nuestros países, esto no les importa; que sencillamente hablan para darse a entender (?) y basta, y que mantienen sus tradicionales líneas de comportamiento lingüístico y de comportamiento social, sus protocolos sociolingüísticos, dentro de unos ciertos límites. Esto queda claro si recordamos que es cuestión de competencia social y competencia lingüística, de conciencia social y conciencia lingüística. Muchos de nosotros los latinos, como también muchos africanos y asiáticos, seguimos pensando –y claro que de manera errónea– que en cuestión de razas y lenguas somos subordinados, secundarios, no aptos, y en cambio esos extranjeros estadounidenses, canadienses y europeos, tienen muy en alto su autoestima social y lingüística porque son de “raza blanca” y hablan los idiomas de los modernos imperios, de los amos de hoy, de los dueños del mundo. Estas líneas divisorias entre grupos, etnias, lenguas..., tienen una historia triste y vieja en América, además de sus asociaciones con ciertos síndromes, complejos de personalidad y conducta y patologías varias, como es el caso de ese síndrome tan común y que va en aumento en América llamado dismorfobia –que ya hemos explicado más arriba–, y que han afectado de manera negativa incluso a los “blancos españoles” y los “blancos latinos”:
Los historiadores del siglo XIX, fuertemente influidos por las doctrinas positivistas, darwinistas y racistas europeas aceptaron abierta o indirectamente la superioridad de la raza blanca y dentro de ésta, de los grupos anglosajones. “Gobernar es poblar”, fue la consigna dada por Alberdi [jurista y político argentino, 1810-1884] en Argentina, pero poblar no de cualquier manera, sino con inmigrantes blancos europeos y ojalá con anglosajones. El mito del hombre blanco llegó a estar tan fuertemente arraigado en el pensamiento de los intelectuales latinoamericanos de orientación positivista del siglo XIX, que aun el tipo español y latino llegó a ser subestimado.
Desgraciadamente estos criterios han estado y siguen estando muy extendidos y arraigados principalmente en los países subdesarrollados, tercermundistas y cuartomundistas, y para que las cosas cambien tendrán que cambiar, primero, muchas otras cosas, como los programas educativos e instruccionales, que deberían estar enfocados más y sobre todo a enseñarnos a respetarnos y autovalorarnos de manera positiva a nosotros mismos, y también hay que considerar la situación concreta del semilingüismo –hablar dos lenguas, pero de forma precaria, en especial debido a la incultura– (Appel y Muysken, 1996: 160; Edelsky, 1983) y los déficits lingüísticos y culturales (Edelsky, 1983), todo lo cual se relaciona con las deficientes políticas culturales y lingüísticas de nuestros países. Esto lo he podido comprobar, especialmente, en Cuba –en la relación lingüístico-gestual entre blancos y negros hispanohablantes, y entre estos dos grupos y norteamericanos blancos y rusos blancos– y en México –en la relación lingüístico-gestual entre usuarios nativohablantes del español con indígenas y norteamericanos blancos, negros y mestizos–. También estos problemas aparecen cuando se produce la interacción lingüístico-gestual entre hablantes de diferentes dialectos geográficos y sociales (Hudson, 1981: 117-149, 203-241; Bolaño, 1982: 35-50, 67-82; Appel y Muysken, 1996: 207-226). Los bilingües y plurilingües, así como los díglotas, tríglotas o pluríglotas –personas que hablan dos o más dialectos de un mismo idioma, como sería, por ejemplo, el español de España y el español de México; el español tabasqueño y el español bajacaliforniano o el del altiplano meridional; el español de Cuba y el español de Miami–, cuando interactúan por mucho tiempo, en periodos largos –y a veces en situaciones forzosas y no gratas, laborales o matrimoniales– en áreas que sociolingüísticamente no funcionan como sus áreas de prestigio social, cultural y lingüístico, entonces no solamente experimentan de manera interna un conflicto de valores, de identidad y visión del mundo, sino que manifiestan verbal y corporalmente esas inestabilidades emocionales, alienaciones y anomias, esos desagrados, ya sea sutilmente o de manera abierta (Appel y Muysken, 1996: 167-168).
Pero todavía llama más la atención –si no es que da risa o pena– el análisis de situaciones comunicativas en las que muchos individuos intentan por todos los medios parecerse “en cuerpo –aquí sería en gesto– y alma –aquí sería en lengua–“ a los hablantes que ellos consideran de prestigio, como por ejemplo cuando un gerente latinoamericano intenta copiar la variante lingüística y los gestos del director francés o norteamericano o japonés..., o cuando un individuo de clase socioeconómica baja habla y gesticula como un “fresa” o “bitongo”. En muchos casos, especialmente en relación con los grupos marginados, como es el caso de los indígenas latinoamericanos y de muchos latinoamericanos residentes en Estados Unidos, Gran Bretaña o Francia, se pasa de un estado de bilingüismo a uno de monolingüismo, copiando todos los elementos y particularidades posibles de los modelos objetivos, pero esto no cambia en mucho y a veces en nada la suerte de los deculturados –con frecuencia esto se expresa con tintes trágicos –:
El cambio del bilingüismo [o diglosia] al monolingüismo [o monodialectalismo] no evita los problemas. Debido a la fuerza asimiladora de la comunidad mayoritaria [o minoritaria, pero en ese momento entronizada y, por ende, a la que se aspira], muchos miembros de los grupos étnicos minoritarios [o marginados] adoptan los valores culturales de esa comunidad, intentan aprender a hablar la lengua mayoritaria [o el dialecto del grupo meta] al tiempo que inician el proceso de pérdida de su lengua [o dialecto] materna. Al mismo tiempo, tampoco son «admitidos» en la comunidad mayoritaria, es decir, no consiguen mejores empleos, mejores casas ni más oportunidades educativas. Con frecuencia se encontrarán con actitudes discriminatorias y racistas por parte de la población mayoritaria que, no obstante, les exige que se asimilen. No es sorprendente que esto pueda conducir a desórdenes psicológicos o emocionales (Appel y Muysken, 1996: 169).
En resumidas cuentas, no puede haber una verdadera, sincera y efectiva sincronía interaccional con las personas que consideramos insoportables, intolerables.
Es por esto que siempre hay que considerar con mucho cuidado las características, hábitos, tradiciones, cultura, del grupo al que aspiramos, del grupo meta, porque, en caso negativo, el deterioro de la imagen personal y espiritual puede ser mayor que las supuestas ganancias económicas o el supuesto estatus social esperados [...]
De las actividades o actos públicos, es en el teatro –aquí un poco de forma pasiva, porque no podemos darle rienda suelta a nuestras sensaciones como espectadores–, en el circo, en las carpas, en los carnavales –aquí de forma totalmente activa, como partícipes corporales activos, en dependencia de las particularidades culturales y comportamentales de los grupos y los individuos, porque el cuerpo estalla en un maravilloso arco iris de variantes de ademanes y gestos, en los países o regiones que pueden disfrutar de este sensacional espectáculo que involucra a todos– y verbenas, en donde se puede ver de manera perfecta la relación entre música y danza, música y baile... También en los cabarets o salas de fiestas, en las discotecas o antros –como se dice en México–, pero aquí el espacio, el ambiente cerrado, generalmente condicionado por ciertos tipos de olores, limita un poco el libre comportamiento del cuerpo de una gran cantidad de participantes. El comportamiento de las personas en todos estos espacios está, desde hace mucho tiempo, regido por ciertas normas elementales de conducta. Usted puede observarlas o no; nada más recuerde que está siendo observado por muchas personas que pueden no compartir sus criterios en torno a la educación de un hombre civilizado y educado. En estos lugares su cuerpo dice más cosas que su idioma. Usted decide.
En el caso del teatro, cuando seleccionamos una u otra obra dramática y asistimos por el gusto, por el deseo propio, y no por una obligación social –es decir, cuando vamos al teatro o la ópera para sencillamente “socializar”, para que nos vean, aunque no entandamos absolutamente nada de lo que ahí se expone–, generalmente lo que deseamos es ser espectadores de nuestro propio espectáculo: “Nos vemos a nosotros mismos, nos examinamos a nosotros mismos. Lloramos de nosotros mismos. Somos los dioses que desde arriba contemplamos nuestros propios destinos.”
Debido a la importancia que reviste la música y el baile cubanos a nivel internacional, y a la marcada influencia de éstos en la cultura mexicana, tema que con tanta frecuencia me comentan mis amigos, colegas, y en general alumnos mexicanos, reproduzco aquí un texto que al respecto escribí ya hace algún tiempo, con el objetivo de dar un panorama más fresco al tratamiento científico del lenguaje corporal y, finalmente, fomentar un poco el conocimiento de una tradición que ha sido tan bien aceptada en este país azteca.
Volver a leer La emancipación de la música, de John Neubauer, ha recreado en mí muchos sentimientos que ya creía olvidados. La sentencia popular de que "la distancia crea el olvido" casi se cumple. Me ha llegado un poco de buen viento, de viento sano. Me salvé del olvido. Me refiero a la grata –pero también nostálgica– reflexión que he tenido, a veces con muchas lagunas, acerca de la relación de tres tipos de lenguaje en ese inmenso sistema llamado música: orquestación, idioma y lenguaje corporal, en este caso en mi país, en Cuba. Otras ideas, comparaciones, acuerdos, desacuerdos..., también afloraron, pero mis instintos me ataron a mi raíz: me anclé en mi isla del encanto. Mi origen no me traicionó: hijo de danzoneros, hijo de rumberos, hijo del pueblo, hijo de la amistad, hijo de la tradición, un cubano común.
Volando en la imaginación, con canciones de Omara Portuondo, de Elena Burke, de Moraima Secada, de La Lupe, de Celia Cruz, de Sindo Garay, de Ñico Saquito, de Los Compadres, de Barbarito Diez, de Compay Segundo, recuerdo que las raíces de la música en Cuba hay que buscarlas en la fusión de elementos procedentes de las culturas españolas y africanas porque el aborigen cubano casi desapareció; pero eso sí, del areíto, manifestación danzaria y religiosa de los indios cubanos, aún quedan en la Isla las maracas, los fotutos, las flautillas : la armonía de la naturaleza, la dimensión fálica masculina, ¿¡"la perdición"!? y los tambores: los primeros sonidos, la verdad divina, el habla. Los negros –ese “muestrario original de intensidades”, al decir del genial pintor mexicano Miguel Covarrubias–, en cambio, contribuyeron a fundar una rica y trascendente expresión musical cubana, de belleza y autenticidad reconocidas en el mundo. Los antecedentes negros de Cuba hay que buscarlos en los mismos antecedentes negros de la humanidad: negro es el Moro de Venecia, negro es Othelo, negro es Baltazar –uno de los Reyes Magos–, negro es el Preste Juan, negra era la novia del Cantar de los Cantares..., “negros también son algunos angelitos”, y en la trata de negros, una historia terrible y vergonzosa, para Cuba y para toda la Humanidad. Los problemas con "el negro" y "lo negro" se dio en el curso del siglo XVII: le noir se convierte en el nègre, black en nigger. En español el término cafre establece el signo de desprecio. Afortunadamente, ya en el siglo XX, en París, el negro y lo negro deja de verse antropológicamente para verse en todo el esplendor de su arte, de nuestro arte. Muy pronto las músicas de origen yoruba –la cultura africana que dominó en Cuba–, congo, carabalí y arará, de esa gente que conocemos a través de la trata, pero a las cuales no se les puede precisar exactamente por su lugar de origen, por su lengua, resonaron en la Isla, junto a romances, puntos y zapateos de ascendencia hispánica, iniciando lo que mi tocayo, nuestro querido e internacionalmente respetado don Fernando Ortiz, llamaría transculturación, ese proceso de transición por el que una cultura va adoptando rasgos culturales –incluyendo la música y el lenguaje verbal y corporal– de otra. En Cuba la música negra no estaba únicamente en las calles, no estaba únicamente en los carnavales, en el mundo de negros y mulatos. En Cuba la música negra el hombre blanco la mamaba de la teta de la nodriza prieta, que no sólo amamantaba y educaba al niño blanco, sino que siempre le entretenía con cuentos africanos traducidos al español –su "castellano chapuceao"–, con palabras africanas, y con canciones del Continente de Ébano. Así, la cuerda pulsada y el tambor, el rezo y el canto andaluz o canario, se fundirían en el crisol antillano que hoy conocemos. Luego aparece el aporte afro-francés. Cuba dista de Haití solamente en unos setenta kilómetros. La Revolución Haitiana dio otra pincelada musical a "La Tierra Caliente": la contradanza. De la contradanza pasamos por caminos sutiles al danzón, que atraviesa toda el área centroamericana con una velocidad abismal. A México llegó el danzón para quedarse. Casi podría asegurar que en México se baila más y mejor danzón que en Cuba. Pero que quede claro: una cosa es bailar el danzón y otra, muy distante, es “sentir” el danzón, “gozar” el danzón, “saborear” el danzón... Alguien dijo una vez que el cubano es el único ser en este mundo que puede sentir el danzón en el "goñete".
En la música, como en todo, siempre hay creadores. La historia de este tipo de melodía no se puede hacer sin dos grandes nombres: Miguel Velázquez y Esteban Salas. Miguel Velázquez nació en Santiago de Cuba a principios del siglo XVI. Fue el primer músico notable nacido en la Isla. Era hijo de una india y de un castellano familiar de Diego Velázquez. Cursó estudios musicales avanzados en Europa: Sevilla y Alcalá de Henares. Fue cura, canónigo de la Catedral de Santiago, pero conocía el son, el rico y contagioso son: ¿quién ha dicho que “lo cortés no quita lo valiente”?; yo digo que “lo cura no quita la ‘sabrosura’”. El nombre de Esteban Salas es más conocido, más grandioso. Nació en La Habana, en 1725; murió en Santiago de Cuba, en 1803. También sacerdote. Hablar de Esteban Salas es hablar, sin duda alguna, de una gran sensibilidad americana y también de otro cura con “sabrosura”.
Es el siglo XIX el siglo del gran florecimiento de la música cubana. Manuel Saumell (La Habana, 1817-1870) es el iniciador del nacionalismo musical cubano. Fue el padre de la contradanza, de la habanera, del danzón, de la guajira, de la clave, de la criolla y de otras ciertas modalidades de la música cubana. Todo lo que se hizo después de él fue ampliar y particularizar elementos de la música que ya estaban plenamente expuestos en su obra. Y es aquí donde, de manera evidente y por primera vez, la música cubana refleja esa intensa y tierna relación, de madre e hijo, entre la música y el hablar del cubano, del criollo. En realidad podemos asegurar que la música de Saumell refleja el perfil exacto del criollo, creando un clima peculiar, una atmósfera melódica, armónica, rítmica, que habría de perdurar. Gracias a él se fijaron y pulieron los elementos constitutivos de una "cubanidad", que estaban dispersos en el ambiente, para integrar un hecho musical lleno de implicaciones. Con la labor de deslinde realizada por él, lo popular –música y lenguaje en hermosa armonía– comenzó a alimentar una especulación musical consciente. No concibo mis días sin Recuerdos tristes, Ave María, Lamentos de amor, La Josefina..., pero es para mí impensable una grata noche de pasión sin Los ojos de Pepa. ¡Hay, Pepa de mis amores, dónde estarás!
¿Vivir sin la trova? Imposible, por lo menos para un cubano de verdad, un cubano que le gusta "la buena música" –y, claro, todo lo bueno–, el roncito, la playa, el buchito, el puro y... Por esto es que la música de Pepe Sánchez y Sindo Garay llegan a mis oídos como la mejor expresión de la amistad, del cariño, del "amor terrenal", a través de un lenguaje también terrenal. Lo que se toca, lo que se canta, se dice con palabras del pueblo, con palabras creadas por el pueblo, con palabras que expresan esa imaginería especial, esa creatividad mundana tan esencial que Dios ha puesto en la vida de los hombres.
Para expresar "las vibras del corazón", "el sentimiento del alma" no hay que ser un "clásico erudito libresco", no hay que ser un hombre "leído y escribido". Del pueblo salió Homero: el mayor de todos los cantores de todos los tiempos. Esa es la realidad.
Con respecto al movimiento artístico del cuerpo, al lenguaje corporal artístico danzario en México, a la música en este país, es necesario comentar algunas cuestiones. Independientemente de que “no vendré a bailar en la casa del trompo”, es decir, que no vendré a hacer una historia que ya ustedes conocen perfectamente, sí creo necesario recordar que no podemos conocer los pueblos sin tomar en cuenta, entre otras cosas, por lo menos algo de su historia lingüística y de su historia musical. Esta reflexión tenemos que hacerla ahora, especialmente después del espectáculo maravilloso que vio todo el mundo cuando Juan Pablo II visitó últimamente este país, dentro y fuera de la Basílica, en la que sí es verdad que vimos a nuestros indígenas bailar sus hermosas danzas, pero en muchos casos no sabíamos cómo explicar esto desde una óptica especializada, como especialistas en el tratamiento de la imagen. Si la semiótica nos ayuda a estudiar la personalidad de los pueblos, de los individuos, el comportamiento en general de los grupos, entonces no podemos olvidar que entre las manifestaciones que denotan la personalidad de una cultura están la lengua, la música, los mismos instrumentos musicales, la danza y las manifestaciones circenses, es decir el circo, sobre todo las primeras expresiones circenses de cada región, de cada país, de cada pueblo. La música no sólo es el arte de combinar los sonidos en una sucesión temporal. Las historias de la humanidad, las particularidades sociológicas y sicológicas de los pueblos, el comportamiento habitual de las personas, aparecen ampliamente expresadas en la tradición musical. Así, “en México, la música indígena, que todavía se practica, la mestiza de diversas regiones y épocas, los ‘corridos’ de las revoluciones y las guerras y aún la música importada y desfigurada, materializan íntegramente la vida de México [en todos los sentidos] sintetizando nuestra vida nacional.” En México hay de todo, como en botica. En cuanto a la música y el baile en este país, podemos encontrar desde los matices armónicos más finos, delicados, íntimos, sensibles, y los bailes más mesurados, hasta los matices armónicos más rápidos, fuertes, como en el Caribe. Tal es el caso del zapateado tabasqueño, que tiene una:
[...] música alegre, bullanguera, sugestiva y arrebatadora, con atractiva riqueza rítmica que invita, aún no sabiendo, a mover los pies y comunica su alegría retozona a quien lo escucha [...] Además del ritmo que se lleva con el golpear de los zapatos, acompáñase el baile con golpes de las manos, que alternan con los de los pies, sujetándose en todo al compás de la danza [...] Los movimientos del cuerpo no son tan marcados como en otros bailes que se usan por las mismas regiones tropicales, y el ritmo lo llevan con toda seguridad los pies que ejecutan a la vez variadas filigranas. El varón baila con las manos cogidas por detrás guardando respetuosa distancia, mientras la mujer lleva las manos libres o se coge con gracia la falda de sus enaguas [...] Los que bailan el zapateado gustan de hacerlo en muchas ocasiones, quizás por el calor, al aire libre; bajo enramadas cuando se hacen en las casas, o en la placita del pueblo cuando los bailes son de carácter público [...] Como buenos mexicanos, aunque de apartadas latitudes, se suelen también armar alborotos que terminan en forma trágica. Bajo los humos del alcohol, basta cualquier insignificancia, como una palabra o mirada mal interpretada; una bomba malhiriente contra alguna Dulcinea, para que se arme la más descomunal frasca, saliendo a relucir los machetes que buena cuenta dan de supuestos agravios. Común es oír decir que en tal baile llegaron a las manos los valientes del barrio o del pueblo y que resultaron algunos macheteados.
Por tal motivo es que hemos resuelto reflexionar acerca del panorama musical y danzario de “la Grecia de América”, como le llamara alguna vez José Martí a México:
Ya en el s. XVIII el célebre filósofo, historiador, teólogo y políglota mexicano Francisco Javier Clavijero (jesuita, Puerto de Veracruz 1731-Bolonia, Italia, 1787), tal vez la primera gran figura de la conciencia americana, uno de los mejores historiadores de América, alaba el armonioso lenguaje corporal de los mexicanos en la danza: “Sin embargo de ser tan imperfecta su música, eran bellísimas sus danzas.” Es posible que Clavijero no tomara en cuenta que un indio canta para acompañar una danza, y la danza es parte de un rito mágico o semireligioso; el indio canta para celebrar una acción, para narrar una leyenda, para festejar un regocijo familiar o social. Los cantos populares de los indios jamás han pretendido un fin artístico. El canto mágico de las fórmulas de encantamiento es originado por el instinto de conservación; los cantos religiosos de los indios –de la misma manera que los spirituals de los negros– tienen una intención puramente religiosa. Es tan bella la polifonía refinada de Debussy como la pureza monódica del primitivo; tan musical el instrumento de éste, como los del mejor artista europeo. La polifonía de los conjuntos primitivos no es imperfecta, obedece a una sensibilidad distinta, quizás más refinada que la de los hombres “de cultura”. El dominico español Diego Durán (Sevilla 1537-1588) nos habla acerca de la capacidad que poseían los nativos mexicanos para coordinar el poema, el canto y la danza:
El baile no solamente se rige por el son, empero también por los altos y bajos que el canto hace, cantando y bailando juntamente, para los cuales cantares había entre ellos poetas que los componían, dando a cada canto y baile diferente sonada, como nosotros lo usamos con nuestros cantos, dando al soneto y a la octava rima y al terceto sus diferentes sonadas para cantallos, y así de los demás.
La enseñanza musical y danzaria, del movimiento artístico del cuerpo, de ese lenguaje especial que expresa el cuerpo, estaba sistematizado entre nuestros indígenas, así como la construcción y los cuidados de los instrumentos musicales, pues así lo exigía el profuso calendario ceremonial. Estas actividades estaban controladas en Tenochtitlan por el Cuicacalli, donde se preparaban cantos y bailes, y el Mixcoacalli, donde se guardaban los instrumentos. En estas actividades las personas guías –pero no las más importantes– eran el cuicapicque o compositor de cantos, el ometochtli o director de los ejecutantes, y el tlapizcatzin o constructor de instrumentos. He comentado que estas personas eran los guías, pero no las más importantes, debido a que aquí lo que parecía importar era que hubiera producción, que existiera el producto artístico, que hubiera música, que hubiera baile, que hubiera algo que fuera bueno, satisfactorio. No importaba si el autor era éste o aquél. Esto nos hace recordar a Grecia. Después de la gran Grecia, ya en el período Greco-Romano, fue cuando aparecieron los celos y las envidias entre los artistas, fue cuando el nombre del autor fue lo trascendental. Eso mismo sucede hoy.
A juzgar por lo que se conoce, la rítmica de la música indígena precortesiana era de una energía y variedad insospechada; la intervocálica, en ocasiones sorpresiva. La polirritmia parece desempeñar un papel equivalente al que las otras culturas del mundo han correspondido a la armonía o al contrapunto, producto muchas veces de los cambios y acentos impuestos por la prosodia de los poemas que la originan.
La música en las culturas precortesianas tenía diferentes connotaciones, según los ámbitos en que se desarrollaba, como estético, religioso, terapéutico, lúdico, entre otros. Diversos testimonios arqueológicos demuestran inclinación por el sonido y la música en las culturas precortesianas desde 10 000 años a.C.
Son muchos los trabajos –informes y crónicas– de los conquistadores en los que se refleja la variedad de instrumentos musicales en las culturas precortesianas. Ya en el siglo XX la cifra de investigadores que han tocado este tema desde muchos ángulos es inmensa.
Al consumarse la Conquista se produjo un cambio radical en todos los aspectos de la vida de los pueblos mesoamericanos. En lo tocante a la poesía, es necesario destacar que hubo puntos de contacto entre ambas culturas: la indígena y la europea; en la música, por el contrario, ocurrió un rompimiento casi total. La primer escuela de música que hubo en México, llegados ya los españoles, fue establecida por fray Pedro de Gante en 1524. Pronto salieron de ella músicos indígenas preparados para servir en las iglesias. Motolinía nos comenta el tema en los siguientes términos:
Fue cosa de maravilla que al principio ninguna cosa entendían; en poco tiempo le entendieron de tal manera, que no sólo salieron con el canto llano, mas también con el canto de órgano, é agora hay muchas capillas e muchos cantores, de ellos diestros, que las rijen y entonan; y como son de vivo ingenio y gran memoria, los más de los que cantan saben de coro, tanto, que si estando cantando vuelven dos o tres hojas, como acontece muchas veces, o se les cae el libro, no dejan por eso el canto, mas van diciendo de coro con su compás hasta que levantan el libro [...] Algunos macebos de estos que digo, han ya puesto en canto de órgano villancicos a cuatro voces, y los villancicos en su lengua, y esto parece señal de grande habilidad, porque aún no los han enseñado a componer, ni contrapunto, y lo que ha puesto en admiración a los españoles cantores, es que un indio de estos cantores, vecino de esta ciudad de Tlaxcallan, ha compuesto una misa entera por puro ingenio [...] Hay muchos niños de hasta once o doce años que saben leer y escribir, cantar canto llano y canto de órgano, y aún apuntar para sí algunos cantos. En lugar de órganos tienen música de flautas concertadas, que parecen propiamente órganos de palo, porque son muchas flautas.
Hay que destacar que los primeros compositores locales de la Nueva España recibieron, por conducto de los españoles, la influencia de los italianos. El propio Gante, el primer maestro músico novohispano, había estudiado en la Universidad de Lovaina, por lo que traía los frescos conocimientos del desarrollo musical de la Europa de esta época. El centro musical de la Nueva España fue casi hasta finales del s. XVIII la catedral de México, de donde tomaban ejemplo las de provincia. Entre ellas las más notables por su actividad musical fueron las de Puebla, Oaxaca, Morelia, Durango y Guadalajara. El primer libro de música que se publicó en América se hizo aquí en México, se imprimió en 1556, y llevaba por título Ordinarium misae. También debemos destacar la importantísima función que tiene en estos tiempos el teatro musical –autos sacramentales, misterios y pastorelas–, que sirvió en un principio en el trabajo de conversión de los nativos.
Ya en la segunda mitad del s. XVII, aparece la magistral figura de una de las divas de la historia mundial: Sor Juana Inés de la Cruz. Esta brillante mujer no sólo reflexionó acerca de todos los aspectos que circundan la vida del hombre. Recordemos que dentro de sus labores estuvo la de impartir música en el Convento de San Jerónimo de la ciudad de México. Sabemos que escribió un Tratado de armonía, obra que ella misma menciona en un romance dedicado a la condesa Paredes. En este mismo siglo inicia su lenta decadencia la música de género religioso, para ceder paulatinamente su preeminencia a la música profana. Ignacio Jerusalem, de origen italiano, maestro de capilla de 1750 a 1760, y su compatriota Mateo Tollis della Rocca contribuyeron en gran medida al desarrollo de la música profana y al ocaso de la época de oro de la religiosa. Durante el periodo de la Colonia en México se crearon bailes que “son la expresión de diversos sentimientos, como el coqueteo, la provocación, el recato, el deseo, la alegría. Algunos de estos sentimientos se notan en el zapateado, pero, como en todos los sones de tierra caliente de nuestra patria, puede notarse aquí la parte insinuante del hombre, pero sin olvidar el respeto que a la compañera debe: la mujer tiene finos coqueteos y baila llena de rubores sin dejar ver el más pequeño atrevimiento.”
A partir del s. XIX la práctica de la música se inclinó definitivamente hacia la ópera, usando francamente los procedimientos del romanticismo italiano, fenómeno que se extendió a toda Iberoamérica. De modo simultáneo y como producto directo de la Independencia, se generalizaron los intentos por utilizar la música local –sonecitos y bailables– en el teatro –zarzuela y ópera– y poco más tarde en algunas piezas de salón y de concierto. Varios ejecutantes y compositores extranjeros se radicaron en México para esta época o vivieron en el país largas temporadas. La labor más consistente, aglutinante y renovadora en la música mexicana, la realizó Carlos Cháve (1899-1978) cuando en 1928 el Sindicato de Músicos le confirió la tarea de organizar la Orquesta Sinfónica Mexicana. El prestigio de esta Sinfónica fue internacional.
La asociación entre la música y la plástica de la danza rendiría posteriores frutos y contribuiría a la expresión más representativa del nacionalismo musical en el s. XX. Tan sólo por el número de obras musicales para ballet encargadas en este período puede colegirse el esplendor que alcanzó la danza mexicana, al que también contribuyeron los decorados y las escenografías de los pintores y escenógrafos más connotados.
El cuerpo responde de manera especial a determinados estímulos musicales. Así, por ejemplo, cuando estamos en fiestas, eventos, reuniones sociales, restaurantes, cafés, bares, carnavales, teatros, cines, circos, carpas, etc., y oímos un tipo especial de música, nuestro cuerpo se dispone a reaccionar de manera positiva o negativa para el consumo de ciertos alimentos y bebidas. Según resultados de investigaciones dados a conocer en octubre de 2003 en Gran Bretaña, la música clásica en restaurantes, bares y cafés estimula el consumo de determinados platos y, en especial, de vinos, postres y café.
Respecto de la comunicación no verbal en los circos, los gestos en los circos, las formas que ha adoptado el cuerpo en los circos para la “comunicación especializada” y la creación de “ciertos mensajes plurisignificantes”, tengo a bien recordar aquí la gran importancia del circo en la historia de la Humanidad. Y en América es el circo mexicano el que, desde tiempos prehispánicos, ha marcado los orígenes de este arte en el Continente (Revolledo, 2005), como muestra la siguiente imagen [...]
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El lenguaje corporal humano. Un enfoque imagológico en base a criterios verbales y no verbales: Comunicación no Verbal.
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